Los retos (para todos) del partido de las Farc

Hoy se celebra el Congreso Constitutivo que marca la creación oficial del partido político de las Farc. Es un momento que, además de simbolizar el éxito del propósito esencial del proceso de paz (reemplazar las armas por los discursos), invita a reflexiones para todos los involucrados. ¿Estará a la altura Colombia del reto de construir una cultura política donde las diferencias no se solucionen con odios y violencia?

El Espectador
27 de agosto de 2017 - 12:38 a. m.
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Según explicaron las Farc en un comunicado, “el congreso definirá el carácter del nuevo partido; proveerá las definiciones programáticas que exige la coyuntura política, así como las requeridas para atender nuestra visión estratégica de transformación estructural del orden social vigente”. Tal vez más llamativo, el grupo dice que está “en disposición del diálogo, porque eso nos va a llevar al entendimiento”.

Esa idea es esencial para enfrentar la hostilidad inevitable que le espera a su participación en política. Dentro del pesado equipaje que cargan las Farc en el momento de arrancar su vida como partido, uno del que pueden deshacerse con un sencillo cambio en su actitud es el de la arrogancia y el sectarismo que demostraron durante las negociaciones o durante la campaña del plebiscito. Le harían muy bien al país si comprendieran las razones por las que tantos colombianos votaron No aquel domingo de octubre.

La historia puede ayudar. Un modelo para que los miembros de las Farc revisen es el de los desmovilizados del M-19. Varias figuras de ese grupo no tardaron en convertirse en voces indispensables dentro del debate público nacional, con aportes que nutrieron la democracia y que le demostraron al país lo valioso que es tener pluralidad de visiones en la arena política. Esa es la vara alta por la que se medirá el aporte del partido de las Farc que hoy nace.

Por supuesto, el interrogante más serio es cómo reaccionarán los colombianos a la presencia de las Farc en la política. Y en ese sentido, llamamos a que el país se centre en lo positivo: después de décadas de violencia, hay una aceptación de la democracia y del debate público como única forma de lucha. Con eso ganamos todos y es una apuesta que hay que apoyar, para que nunca más se vean armas con fines políticos.

No se trata de apoyar el discurso de las Farc. Tampoco de estar de acuerdo con sus propuestas. Pero sí de no cerrarles los espacios. Derrotarlos con argumentos, después de escucharlos; no con odios y apelaciones inútiles a su pasado buscando deslegitimar el hecho de que están apostando por la democracia.

Si la actitud nacional es ignorarlos, el mensaje que se envía es claro: somos un país incapaz de darles espacio en la cultura política a las posiciones que han sido históricamente marginadas. Eso es leña retórica para los discursos violentos que dicen que nuestro sistema electoral es excluyente y carente de representatividad. Los beneficios de tener una Colombia donde quepan todas las posiciones, siempre y cuando partan de la no violencia, son enormes.

También, ahora que es oficial que las Farc empiezan en la política, las autoridades deben poder garantizar, sin excusas, su seguridad. No se puede repetir un episodio como el de la Unión Patriótica. Los asesinatos de líderes sociales los últimos dos años son un antecedente preocupante y las amenazas de los grupos ilícitos armados son latentes. Ante esto, el Estado no puede responder con la pasividad que lo ha caracterizado históricamente.

Ahora que empieza una campaña electoral que tiene en el centro el Acuerdo de Paz, y que promete instrumentalizar la polarización con fines políticos, la salud de la democracia colombiana depende de la seriedad de sus actores. Repetimos la pregunta: ¿estaremos a la altura de este momento histórico o sucumbiremos a los sectarismos populistas y el odio de siempre?

 

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Por El Espectador

 

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