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La mala hora de las humanidades

Aplicar un criterio de rentabilidad a la productividad científica en humanidades no sólo es injusto, sino que es una simplificación inadecuada del aporte que éstas les dan a los estudiantes y al país entero.

El Espectador
14 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.
El ministro de Educación japonés, Hakubun Shimomura. / AFP.
El ministro de Educación japonés, Hakubun Shimomura. / AFP.

Aunque el debate sobre el rol de las humanidades en la educación de los países no es nuevo, anda encendido por dos hechos —uno externo y otro colombiano— que demuestran que el pulso entre las ciencias lo van perdiendo las sociales. En el nivel internacional, el ministro de Educación japonés pidió a 60 universidades cerrar carreras de ciencias sociales y abrir “áreas que respondan mejor a necesidades de la sociedad”. En Colombia, de los 189 programas de doctorado que concursaron para recibir becas de Colciencias que permitan financiar a sus estudiantes, sólo 40 pasaron la evaluación preliminar. Ninguno corresponde a ciencias humanas. ¿El mundo se aleja de las humanidades?

Para Colciencias, el tema está claro. Según Alejandro Olaya, subdirector de la institución, desde la convocatoria era evidente que “el 70% de las becas irían para ciencias básicas e ingenierías y 30% para otras disciplinas”. El enfásis del Gobierno está en las llamadas ciencias puras, dada su productividad.

Esto está respaldado por Carolina Rivera, investigadora del Observatorio de Ciencia y Tecnología, quien le dijo a El Espectador que “desde literatura académica y sistemas de países industrializados sí hay evidencia de que áreas como ingenierías y ciencias básicas tienen mayor potencial de fortalecer el crecimiento económico. Es más rentable trabajar en energías alternativas que en mecanismos de diálogo en una vereda de un municipio recóndito”.

Para quienes comparten esa visión, entonces, es preocupante que en Colombia existan 82 programas de doctorado en ciencias humanas, frente a 46 en ciencias naturales y exactas y 44 en ingeniería.

Sin embargo, priorizar las ciencias exactas y dejar a un lado la investigación en humanidades puede hacerle mucho daño al futuro del país. Lo dijo Ricardo Sánchez, decano de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia: “[se busca] la imposición de un pensamiento único, de la predominancia de saberes tecnológicos sobre saberes científicos y críticos. Tienen una visión y definición de ciencia que es productivista y que ahora se llama innovación”.

Es cierto. No se trata, por supuesto, de dejar a un lado la importancia que la física, química y biología, por ejemplo, tienen para el desarrollo intelectual del país. De hecho, esas líneas del conocimiento, que no tienen tantos alumnos como las ciencias sociales, deben ser objeto de inversiones por parte del Estado para fomentar su estudio. Pero hacer eso no es fundamento para abandonar las ciencias sociales y para negarles su importancia en la educación nacional.

Aplicar un criterio de rentabilidad a la productividad científica en humanidades no sólo es injusto, sino que es una simplificación inadecuada del aporte que éstas les dan a los estudiantes y al país entero. Las ciencias sociales existen, precisamente, para pensar e intentar comprender los problemas complejos de nuestro mundo, los cuales tienen raíces culturales y sociales que escapan a los estudios técnicos. Como dijo Marc Augé, director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, “sin este esfuerzo intelectual, el futuro se nos escapará”.

En una coyuntura de posible posconflicto, con la oportunidad histórica de reinventar el país y traerlo a la modernidad, se necesitan, por igual, científicos de todas las ramas del conocimiento que nos ayuden, sí, a construirnos y volvernos más productivos, pero también a entendernos y sanar las heridas del pasado.

 

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Por El Espectador

 

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