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Las imágenes que vimos la semana pasada del Bronx, la “olla” más grande del país, son evidencia del terrible costo humano que paga Colombia cada vez que el Estado mira para otro lado y decide ignorar los casos sociales más críticos. La intervención de las autoridades es bienvenida, pero para asegurar que no surjan sitios similares hay que aprender de los errores del pasado.
El sábado pasado, cerca de 2.500 personas entre policías, militares, agentes del CTI de la Fiscalía, funcionarios del ICBF y de la Secretaría de Integración Social del Distrito realizaron un operativo para retomar el control del Bronx, sector del centro de Bogotá que era reconocido por ser un fortín de grupos dedicados al expendio de drogas, así como de servir de hogar para cientos de habitantes de la calle.
Lo que encontraron es impresionante: un laboratorio para procesar droga, un millar de dosis de estupefacientes, 21 lonas de monedas que pesaron 294 kilos y 14 armas incautadas (tres de fuego y 11 neumáticas). También capturaron a alias Teo, presunto jefe de finanzas del Bronx, y condujeron a 508 personas a las Unidades Permanentes de Justicia de la Policía. Fueron rescatados 287 menores de edad, la mayoría consumidores de droga y algunos explotados sexualmente, de los cuales 115 iniciaron ayer su recuperación en internados a cargo de la Alcaldía. Tal vez como síntesis del caos del sector, las autoridades también dieron con una casa presuntamente utilizada para torturar y asesinar a personas.
Sí, en pleno centro de la capital del país estuvo por muchos años un lugar sin ley donde se llevaban a cabo actos inhumanos. ¿Cómo no se había hecho nada antes?
La historia nos puede dar la respuesta. Cuando se intervino el Cartucho, las autoridades lo presentaron como un triunfo de la recuperación urbana, y si bien el éxito sectorizado es innegable, ahora sabemos que la dispersión de los expendios de droga creó o fortaleció otras “ollas”, entre ellas el Bronx, que es de lejos la más importante. Y todos estos años, seguramente por la complejidad del problema, la atención del Estado y de la opinión pública estuvo en otras partes, mientras que la situación empeoraba hasta convertirse en lo que se encontró el sábado pasado. La sociedad fracasa cuando permite que persistan ese tipo de lugares.
El plan expuesto por la Alcaldía parece sólido. La intervención consta de tres frentes: uno de apoyo a la población vulnerable encontrada en el Bronx, otro de limpieza e iluminación del sector y un tercero de brindar seguridad continua.
En el primero, los centros de atención de la Secretaría para la Integración Social han atendido a 2.349 habitantes de la calle expulsados de la “olla”. Sin embargo, hace falta escuchar cuál va a ser el apoyo a largo plazo que permita que estas personas tengan la oportunidad de mejorar sus condiciones vitales. En ellos es donde es más notable el abandono estatal.
En el segundo y el tercero, la Alcaldía anunció que, en palabras de Daniel Mejía, secretario de Seguridad, “con sólo el 30 % de la limpieza, sacaron la cantidad de basura que produce un municipio de 10.000 habitantes en un mes”, y que habrá una fuerza permanente de 150 policías en la zona.
Esto garantiza el control del sector en el corto plazo, pero las autoridades deben actuar con rapidez y contundencia en las otras “ollas” que tengan identificadas, seguir de cerca los nuevos expendios que surjan, plantear planes sociales que le otorguen alternativas de subsistencia a las personas que vivían en el Bronx y nunca volver a olvidar los lugares más calientes de la capital. La recuperación apenas comienza y son muchos los obstáculos por superar.
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