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Tras el fracasado intento por parte de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) para revocarle el mandato, Nicolás Maduro se ha atornillado en el cargo de presidente en Venezuela. Al menos por ahora. La oposición agrupada en la MUD, que ha visto caer aceleradamente su nivel de aceptación, decidió aprobar el martes pasado en la Asamblea Nacional (AN) el “abandono del cargo” por parte del presidente, buscando ganar un segundo aire. Se trata de un saludo a la bandera que no parece tener mayor efecto real.
Ayer, de acuerdo con las normas constitucionales, se venció el plazo para llevar a cabo un referendo revocatorio (RR) que condujera a elecciones anticipadas y la salida del actual presidente. Sin embargo, todas las maniobras dilatorias, las medidas arbitrarias tomadas por el Ejecutivo, por el Tribunal Supremo de Justicia y algunos tribunales regionales —apéndices del Gobierno—, así como un supuesto diálogo destinado a no llegar a ninguna parte, hicieron que Maduro ganara abiertamente este round. Por ahora la opción viable, dentro del respeto por la institucionalidad que es la única vía democrática a transitar, parece ser la de intentar otro RR cuyo efecto, si se gana, sería el del retiro del primer mandatario y su reemplazo por el vicepresidente. Lo anterior sólo implicaría un cambio de piloto, asegurando la continuidad del proyecto chavista, al menos hasta las elecciones de 2018.
De ahí que Nicolás Maduro, libre de esta amenaza, pisará el acelerador forzando un reciente cambio de gabinete. Colocó estratégicamente como nuevo vicepresidente a uno de los halcones dentro del Socialismo del Siglo XXI: Tareck El Aissami. Este radical se ha distinguido por sus ataques inclementes contra la oposición, a la que ha señalado como “derecha terrorista y criminal” o “burguesía apátrida”. Como se ha recordado en estos días, no le tembló la mano para definir a Henrique Capriles como “asesino”. El Aissami ha sido señalado de recibir sobornos del narcotráfico y proteger a Al Qaeda en Venezuela, cosas que ha negado de manera enfática. De otro lado, el presidente le encomendó la tarea de combatir le inseguridad y la violencia. Como hecho paradójico, el estado Aragua, donde es gobernador, es el más inseguro y violento del país.
Al igual que el nuevo vicepresidente, las demás personas que ingresaron al gobierno son algunos reciclados, como suele suceder con frecuencia, y otros unos ilustres desconocidos dentro del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Pero todos tienen como común denominador ser fieles al actual ocupante del Palacio de Miraflores, entre ellos Adán Chávez, hermano del fallecido líder de la revolución bolivariana, Hugo Chávez, y muy cercano amigo de El Aissami. La finalidad, según lo anunció el propio Maduro, es la de enfrentar a los “terroristas de extrema derecha”. Lo cierto es que el mensaje político es más que claro: en caso de que lleguen sacar a Maduro, quien lo va a reemplazar no sólo es un “propio”, sino que representa la línea más fundamentalista dentro del chavismo.
Del otro lado la MUD, a pesar de que sus dirigentes lo nieguen, se mueve dentro de un complejo laberinto. Se dejó envolver en un diálogo sin salida promovido por el Gobierno, con la complicidad del secretario general de Unasur, Ernesto Samper, y tres expresidentes, así como la vinculación a última hora del Vaticano. No porque el diálogo en sí no fuera importante. Es vital. Sino, como lo advirtió el secretario general de la OEA, Luis Almagro, lo esencial era que se fijara una clara hoja de ruta, con propuestas concretas, que permitiera una salida constitucional a la gravísima crisis por la que atraviesa el país, vía el deseo de la mayoría de los venezolanos: un RR antes del 10 de enero. Al final del día pasó lo que se había previsto, es decir, que el Gobierno les tomó del pelo a los representantes del papa, a la MUD y a los ciudadanos hastiados de un régimen que los ha llevado a la peor encrucijada de su historia.
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