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Nuestra protesta

Con un saldo rojo de 18 muer-tos y casi cien heridos —entre los que se cuentan civiles y policías—, los días miércoles y jueves se sintieron tres bombazos en el suroccidente de Colombia. El pánico, la impotencia y la sensación de que la suerte, el destino o el azar no colaboran en estas tierras, fueron los protagonistas de esos dos días macabros.

El Espectador
03 de febrero de 2012 - 11:00 p. m.
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Un atentado el martes en Tumaco (Nariño), que se llevó a su paso 11 personas muertas y otros en Cajamarca (Tolima) y Villa Rica (Cauca), con una cuota de siete personas, son atribuidos a la guerrilla de las Farc. Demuestran, sin lugar a dudas, que para ellos hay una distorsión muy grande entre sus palabras y sus actos.

O es un juego. En el que un día su máximo líder sale con elucubraciones extraídas de la Biblia o de la poesía para repensar unas opciones más justas, válidas, humanas, y al otro, como si nada, bombardea pueblos pobres a los que, parece, no les son suficientes sus padecimiento diarios o el abandono del Estado. O es una estrategia de guerra para despejar y garantizar el control sobre la ruta del narcotráfico en este país, como el mismo ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, expresó. Y a las Farc, a ese Bloque Occidental de 1.900 hombres comandado por Pablo Catatumbo, se le suman ‘Los Rastrojos’, ‘Los Machos’, ‘Renacer’ y ‘Los Urabeños’, todos ellos agentes del paramilitarismo sobreviniente, que se postran por hacer del negocio de la droga el más rentable de todos.

La autoridad pública se ve menguada. Tal y como lo dijimos en este diario el día de ayer: las operaciones que adelanta la Fuerza Pública —necesarias, claro— no han sido suficientes para frenar esa inseguridad que se vive en el Pacífico colombiano. Así se puso en cuestión a los mandatarios locales y a la fuerza legítima del Estado. Las mismas autoridades han manifestado que hubo algunas fallas de seguridad. Santos promete frenar el terrorismo de la zona y recuperar el control. Esperamos que sea pronto.

Por eso, por esa violencia que parece provenir de un monstruo de mil cabezas, por el abandono de estos pueblos del suroccidente del país, por los miles de sufrimientos a los que son sometidos como en una cadena de penurias, y por solidaridad con ellos, El Espectador se opuso a publicar imagen alguna de los atentados en su primera página. Se opuso a darles protagonismo a los violentos a través de una circulación nacional. Así lo decidimos, con esa carta jugamos el día de ayer. ¿La razón? Es una forma de enviar un mensaje al país sobre la gravedad de la situación, sobre el enfoque que deben brindar las autoridades. Es una forma de insistir en que estos atentados no pueden repetirse. Es una desaprobación. Es un ojo puesto en regiones demasiado vapuleadas por la violencia, el hambre y la pobreza.

Queremos decir, a la vez, que no se trata de una política que se repetirá en todas aquellas veces que haya atentados en Colombia, porque de eso no se trata. En cada caso decidiremos entre nuestra responsabilidad social como medio y el derecho de los ciudadanos a estar informados. Es una política en la que, en casos específicos, nos opondremos drásticamente a los actos de violencia. Este, igual, ha sido un mensaje reiterado por este diario a lo largo de su historia. Y, creemos, el más conveniente para enviar al país.

Por El Espectador

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