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Paremos

El Espectador respeta la protesta social. Incluso, resulta necesaria en ciertos momentos: cuando los gobiernos no cumplen, cuando la situación de una población se hace insostenible por el abandono estatal, cuando se requieren cambios drásticos, cuando se quiere castigar a un mandatario por sus malas gestiones...

El Espectador
20 de julio de 2013 - 10:00 p. m.
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Satanizar la protesta social es un error: la gente tiene todo el derecho a levantarse pacíficamente en contra de un gobierno. Y es un error, también, la actitud que el presidente Juan Manuel Santos ha venido asumiendo últimamente ante los paros, en particular salir con acusaciones a personas que, públicamente, han aceptado que apoyan las marchas. ¿Acaso no tiene el senador Jorge Enrique Robledo todo el derecho a apoyar las protestas? Ni más faltaba que una democracia no se lo permitiera.

Aparte de la situación prolongada y tensionante del Catatumbo y del paro minero que ya lleva cuatro días, pronto se unirán más y más sectores bajo la misma consigna: paro agrario, paro camionero, paro del sector zapatero, paro lechero, paro arrocero, y demás. Todos, por si fuera poco, en plan de bloquear vías y paralizar la economía, con la eventualidad de que el país llegue a incendiarse, la autoridad a imponerse por la fuerza y que nadie resulte ganando.

Hay mucho que pensar en esta coyuntura. Hay que ser cuidadosos en medir los efectos de cada acto en momentos como el actual. Pescar hoy en el río revuelto con objetivos inmediatos particulares es un peligro; más que eso, una irresponsabilidad. Conviene tomar un respiro, reflexionar acerca de lo que está pasando. Más como sociedad que como parte en un pulso de poderes. Y eso comienza, claro, por nosotros mismos en el periodismo. ¿A quién le estamos entregando el protagonismo en estas marchas? ¿Sí representan ellos, realmente, a quienes dicen representar? ¿Quién financia estas movilizaciones y con qué fin? ¿Cuáles son las propuestas alternativas, cuál su viabilidad?

Se percibe con claridad que hay gente y organizaciones detrás de las marchas aprovechando la difícil coyuntura —y la situación de los pobladores y campesinos— para ganar terreno en otras áreas o en sus propios intereses. Juegan con candela, y lo que consigan hoy puede ser irrelevante mañana cuando el país esté hecho un caos. ¿Vale la pena llevarlo al caos? ¿Pensarán en eso los líderes de estas protestas?

Mientras el país arde (y promete arder más), se olvida además el debate de fondo. Ahí están los campesinos, protestando y bloqueando vías. Ahí está el Gobierno respondiendo con la fuerza, dejando claro que él manda. ¿Esto resolverá los problemas del campo? Por supuesto que no. Y, más allá de toda esta trifulca, los protestantes deben comprender que el país no se arregla llegando a los extremos hasta que se atiendan cada uno de los reclamos particulares de cada grupo de presión. Algo que, en últimas, no hay gobierno de país alguno que pueda hacer. ¿No son conscientes de ello?

Lo peor es que en esa exigencia de solución estatal al problema de cada quien se oculta lo de fondo: los problemas del campo todo, de lo rural y no de cada sector particular. Los bloqueos, la intransigencia, la violencia de estos paros alimentan la inercia alocada de una seguidilla de decisiones compartimentadas que pueden solucionar hoy un paro y arreglarle el problema inmediato a unos cuantos, pero que en nada contribuyen a que el sector rural avance.

Nadie está en contra de la protesta, pero también en la protesta hay una responsabilidad. Es hora de cambiar los enfoques, de conciliar, de dialogar con la altura y la firmeza que se necesitan en momentos álgidos como estos; de llegar a consensos, de pensar en el largo plazo y construir un país mejor. De entender que jugamos con candela y todos podemos salir quemados.

Por El Espectador

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