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De los siete mundiales que se han celebrado, las estadounidenses han ganado tres. Su posición como reinas del fútbol es indiscutible. Pero al preguntarse por qué dominan con tanta facilidad se abren las puertas de una historia de discriminación y desinterés.
Primero hablemos de lo positivo. Estados Unidos es, de lejos, el país que más impulso les ha dado a sus mujeres futbolistas. De hecho, lideró la coalición que llevó a la realización del primer Mundial de Fútbol femenino en 1991. Tiene una liga profesional —algo que parece obvio, pero que la gran mayoría de países no tiene— y además ha construido una red de apoyo a futbolistas que arranca desde el colegio y las acompaña hasta el nivel profesional. Alex Morgan y Abby Wambach, las dos delanteras estrella de su selección profesional, son los rostros de campañas publicitarias en todo el país y gozan de la fama habitual de cualquier deportista con su nivel de talento. La pasada final del Mundial fue vista por 25 millones de personas en televisión, audiencia similar a la que tienen la serie mundial de béisbol o las finales de la NHL (liga de hockey). El fútbol femenino es un evento nacional en Estados Unidos. No en vano la mitad de las futbolistas registradas en la FIFA son del país del norte.
Sin embargo, hasta ahí llegan las buenas noticias. Según esos mismos datos de la FIFA, a nivel mundial sólo el 12% de los jugadores de fútbol profesional son mujeres. Los motivos son muchos, pero todos tienen las huellas de la discriminación. Hay quienes dicen que el problema es que a las mujeres no les interesa jugar fútbol y que el apoyo de los medios y las grandes marcas no está porque no es rentable: a nadie le apasiona el fútbol de mujeres, dicen. Pero se equivocan. En realidad creemos que las raíces del problema son mucho más complejas y están más ligadas a una historia de prejuicios y puertas cerradas.
En Alemania, por ejemplo, el fútbol de mujeres estuvo prohibido de 1955 a 1970. Inglaterra, cuna del deporte, prohibió que las mujeres jugaran en estadios profesionales desde 1921 hasta 1971. En el 71 sólo había tres selecciones nacionales. Antes de la prohibición, el fútbol femenino era capaz de llenar estadios, pero la actividad no iba acorde a los estereotipos de género.
Estos prejuicios, por cierto, aún se mantienen: en 2004, ayer no más, Joseph Blatter, el cuestionado presidente de la FIFA, dijo que el fútbol femenino sería más visto si las mujeres aprovechasen su belleza utilizando uniformes más sugestivos. Comentarios del mismo tenor se escucharon de la mayoría de narradores y comentaristas durante las transmisiones de este Mundial.
Colombia es un ejemplo claro de lo que sucede. Varias de nuestras deportistas se han quejado de la falta de respaldo por parte de los medios y los patrocinadores. Les toca mendigar apoyo. Una jugadora de la selección femenina sólo gana el 1% de lo que gana un hombre en la selección masculina. Aun así, nuestra selección, que ocupa el puesto 28 en el ranquin mundial, tuvo resultados históricos en la pasada Copa del Mundo y llegó hasta octavos de final. Perdió con honor ante Estados Unidos, que sí invierte en sus mujeres. Nada que hacer, por ahora. Urge comenzar a tomar en serio a las mujeres futbolistas. ¿Por qué no?
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