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La semana pasada se celebró un acto en Medellín que, aunque pone al rojo vivo los prejuicios de esta sociedad conservadora, es un hito histórico que nos invita a pensar si se están limitando innecesariamente las familias en Colombia a través de requisitos legales que no responden a los motivos verdaderos que pueden incentivar a que las personas busquen construir proyectos de vida juntos. Nos referimos a la primera “trieja” del país: tres hombres oficialmente casados.
Ante un notario en Medellín se presentó un documento que tenía como objetivo oficializar la unión entre tres hombres para que reciban los mismos beneficios de cualquier otra familia colombiana. Los argumentos legales que permiten la unión son varios, pero queremos centrarnos en uno particular. La Constitución y la Corte Constitucional dicen que los colombianos tienen derecho a asociarse independientemente de su raza, sexo, etnia, orientación sexual y, en este caso, número.
Pero ahí no se agotan las razones para que el país celebre y fomente este tipo de uniones, también conocidas como poliamorosas. En la esencia, el documento firmado ante la notaría no hace más que reconocer que hay tres personas que decidieron compartir sus vidas, sus propiedades, sus logros y, también, sus dificultades. Como le explicó Alejandro Rodríguez, uno de los esposos, a la W: “Nos basamos en un asunto de convivencia y solidaridad los tres. Aquí no hay poderes, no hay roles, hay que negociar. Aquí todos entramos en las mismas condiciones”. ¿No es la familia en últimas una figura creada para proteger a todos sus integrantes y para apostarle a la unión en vez del individualismo?
El reconocimiento del notario tiene tres efectos prácticos. Primero, que oficialmente son una familia con todos los derechos y deberes que eso implica. Segundo, que si alguno de ellos decide separarse, debe realizarse una separación de bienes, lo cual salvaguarda financieramente a todos los involucrados. Tercero, que si alguno de ellos fallece después de llevar cinco años como mínimo de convivencia, los otros dos tienen derecho a pensión de sobreviviente.
Lo anterior demuestra que, más allá del morbo que despierta el aspecto de la sexualidad de esta unión, los motivos que los llevan a unirse son los mismos del resto de las familias. Empezar a reconocer otras posibles maneras de configurar familias no sólo revitaliza esa institución, sino que les da la oportunidad a más colombianos de unirse con personas con las cuales tengan lazos fuertes sin necesidad de ser sanguíneos ni sexuales.
La familia entonces se empieza a ver como una empresa y como un proyecto en conjunto. No como el concepto limitado que nos acostubramos a asumir.
Sin duda, habrá quienes salten. La discusión apenas está comenzando. Sin embargo, sería de profunda utilidad para Colombia que pudiéramos aproximarnos a este debate sin prejuicios y entendiendo cuáles son los verdaderos propósitos de que una figura como la familia exista. Démonos permiso de encontrar nuevas maneras de fomentar el amor en todas sus manifestaciones. Y que sean los ciudadanos los que lideren esta evolución.
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