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¿Qué se puede construir en un debate a gritos?

Cuando abundan las mentiras, todo el debate se reduce a denunciarlas. Y las preguntas de fondo —que las hay, y muchas— quedan silenciadas.

El Espectador
14 de agosto de 2016 - 02:16 a. m.
Parte de la frustración y del dolor que causó en esta última semana el escándalo por la revisión de los manuales de convivencia es que fue imposible encontrar ese idioma compartido que permitiese una discusión fructífera. / El Espectador/Christian Garavito
Parte de la frustración y del dolor que causó en esta última semana el escándalo por la revisión de los manuales de convivencia es que fue imposible encontrar ese idioma compartido que permitiese una discusión fructífera. / El Espectador/Christian Garavito
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La herramienta indispensable que tenemos para construir país y sociedad, y no vivir en el caos violento de la incomprensión, es un lenguaje común. En la política en sentido amplio, es decir, en todos aquellos espacios donde tenemos que tomar decisiones que afectan a muchos, los diálogos entre posiciones encontradas necesitan compartir el mismo idioma (de ciertos hechos irrefutables) para ser productivos y no generar más odio. Cuando se parte de mentiras para debatir, sólo triunfa el sectarismo.

Lo preocupante es que hace parte de la cultura política del país —sí, del mundo también, eso es claro por estos días— utilizar la desinformación como mecanismo para enardecer a los seguidores y aplastar al contradictor. Y funciona, si lo único que interesa es obtener réditos electorales e infundir el miedo. Pero la pregunta latente es si el triunfo individualista de un sector de la población no afecta el interés común de convertir a Colombia en un lugar donde todas las visiones se respeten y se escuchen.

¿No nos ha enseñado la historia del conflicto lo que sucede cuando ciertas voces se marginalizan y radicalizan? ¿No nos advierten los problemas de terrorismo que enfrenta el mundo del daño que hacen los discursos irreflexivos, caprichosos y sustentados sobre falsas premisas o fundamentalismos ciegos?

Parte de la frustración y del dolor que causó en esta última semana el escándalo por la revisión de los manuales de convivencia es que fue imposible encontrar ese idioma compartido que permitiese una discusión fructífera. Los falsos manuales y los prejuicios condenaron el tema a gritos incendiarios y a pancartas llenas de prejuicios y odio. En detrimento, por cierto, no únicamente de la ministra de Educación, Gina Parody, ni de los cientos de miles de personas con orientaciones sexuales o identidades de género diversas que se sintieron —con justificación— aplastadas por el rechazo visceral que esgrimían los marchantes, sino de los mismos padres de familia y profesores que querían manifestar su preocupación por el bienestar de sus hijos. ¿Cuántos de ellos no salieron a las calles con base en mentiras o relatos llenos de desinformación?

El problema es que cuando abundan las mentiras, todo el debate se reduce a denunciarlas. Y en este debate, las preguntas de fondo —que las hay, y muchas—, sobre educación y sobre cuál es la mejor manera de enseñar la diferencia, quedaron silenciadas.

Sí, el presidente Juan Manuel Santos salió a decir que no difundiría la “ideología de género”, pero ese acto, que algunos manifestantes vieron como el triunfo de su posición, luce motivado más por el interés de calmar a un electorado clave para el plebiscito y no como resultado de un diálogo constructivo. No sobra, en este punto, repetirnos: la tal “ideología de género” es un concepto mentiroso y prejuicioso que distrae del verdadero propósito de la revisión de los manuales de convivencia. Pero eso, también, quedó sepultado en la gritería.

¿Así es como vamos a construir una nueva Colombia? ¿Tenemos que resignarnos como país a que en los debates de importancia nacional primen las estrategias perversas de manipulación sobre las conversaciones donde se respete y escuche a la contraparte? ¿Qué estamos haciendo los medios de comunicación para ayudar a perpetuar esa cultura política? ¿Qué están haciendo los mismos políticos que saltan ante cualquier oportunidad sin importar el fondo de la información difundida?

Ahora que viene la campaña por un plebiscito histórico con implicaciones fundamentales para Colombia, causa desazón presentir que los argumentos no estarán a la altura de lo que está en juego. Las mentiras ayudan a movilizar personas, sí, pero en ese proceso también las dividen más y más. Y así, sobra advertirlo, no se puede construir sociedad.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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