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Quienes sostienen que las políticas feministas enfocadas a solucionar la desigualdad estructural entre hombres y mujeres en la sociedad ya no son necesarias, no han estado mirando las noticias recientes. Las denuncias de abusos sexuales cometidos por cascos azules de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en zonas de conflicto y el asesinato de dos turistas argentinas en Ecuador —y la subsecuente reacción de las autoridades— demuestran que este mundo sigue siendo abrumadoramente hostil con las mujeres.
Las denuncias en contra de la ONU son aterradoras. Según un informe presentado por el propio secretario general de la Organización, Ban Ki-moon, en 2015 se presentaron 99 nuevos casos denunciados, 69 de los cuales fueron de abusos cometidos por soldados en misiones de paz y 30 por funcionarios de la ONU en otras capacidades. Según lo reportó BBC Mundo, hubo denuncias de abuso sexual contra soldados y policías de Alemania, Burundi, Ghana, Senegal, Eslovaquia, Madagascar, Ruanda, República Democrática del Congo, Burkina Faso, Camerún, Tanzania, Níger, Moldova, Togo, Sudáfrica, Benín, Nigeria y Gabón, así como funcionarios de varios países europeos y de Canadá. El problema es de responsabilidad global.
Una niña de siete años contó que intercambiaba sexo oral a los soldados por galletas. Otra de 18 años le dijo a Human Rights Watch que fue violada en la base de los cascos azules en la República Democrática del Congo cuando fue a pedirles comida. Su testimonio hace eco de la situación que demasiadas mujeres tienen que sufrir en zonas de guerra: “Tres hombres armados se me tiraron encima y me dijeron que si los denunciaba me matarían. Me violaron uno a uno”. Espantoso. Como este, hay más de 1.000 casos desde 2007 sin repercusiones para los implicados. La ONU y los países miembros deben hacer algo si quieren empezar a recuperar la legitimidad de sus esfuerzos de paz, que, por lo demás, serán centrales en Colombia.
El problema, no obstante, no es único de los lugares con conflictos. Marina Menegazzo y María José Coni, turistas argentinas, fueron asesinadas en la playa ecuatoriana de Montañita. Pese a que las familias de las mujeres y otras organizaciones sospechan que fueron víctimas de una red de trata de personas, el gobierno de Ecuador dice que se trató de un crimen común y se ha rehusado a explorar la situación. El presidente Rafael Correa dijo que las sospechas son puros “complejos de tercer mundo”, que llevan a dudar de las autoridades.
Pero las motivaciones detrás del miedo y las preguntas que esto suscita son otras. Los feminicidios son, desgraciadamente, cada vez más comunes, y en el debate público sigue plantada una visión que tiende a culpar a las víctimas de lo ocurrido. No faltaron las voces que, por ejemplo, juzgaron a las turistas argentinas por “viajar solas”, argumento similar al que culpa a la mujer que porta una minifalda y luego es víctima de violación.
El problema es del mundo que no es capaz de respetar a las mujeres y sus decisiones, no de ellas por tomarlas. Tristemente, las mujeres (y niñas) siguen siendo instrumentos en las guerras y, en sociedades pacíficas, no pueden viajar por su cuenta ni estar en ambientes seguros, libres de acosos y de machismo. Lo peor: el silencio sigue siendo la norma en todas estas situaciones.
Hoy Colombia y el mundo necesitan un movimiento feminista robusto que siga denunciando que, entre tantos problemas que aquejan a nuestra sociedad, las mujeres terminan con obstáculos única y exclusivamente por ser mujeres.
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