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Ayer se cumplieron tres años desde el inicio formal de los diálogos de paz en La Habana entre el Gobierno y las Farc. Con la esperanza de que el acuerdo final llegará muy pronto, es momento de que el país se siente a conversar sobre los múltiples temas de lo que significa intentar construir una Colombia en el posconflicto. Entre ellos, uno de particular importancia es qué hacer con el poderío militar que hemos tenido que armar para afrontar la barbarie del conflicto armado. La pregunta es: ¿cuál es el papel de nuestras Fuerzas Armadas en un escenario de posacuerdo?
Con esa idea en mente, la Fundación Konrad Adenauer, el Instituto de Ciencia Política y El Espectador organizaron en días pasados un debate para discutir el tema. Los puntos de atención son varios y deben estar en la mente del Gobierno y de nuestros líderes militares.
Como lo sugirió Michael Radseck, del German Institute of Global Studies, no puede pensarse en reducir inmediatamente el número de soldados. La razón es clara: en una eventual desmovilización de las fuerzas de las Farc, varias zonas del país, con ausencia histórica del Estado, quedarán desprotegidas. Esos son los espacios que las Fuerzas Armadas deben llenar. Su rol, en ese sentido, es más fundamental para asegurar el éxito de lo que se pacte.
El martes de esta semana hablamos en este espacio de que Colombia recuperó la corona como el mayor productor de coca del mundo. Desmantelar las redes de influencia de los narcotraficantes en esas zonas requerirá de la presencia contundente del Ejército, apoyada por la inteligencia obtenida por la colaboración de los futuros desmovilizados.
La desaparición de las Farc, lastimosamente, no equivaldrá a la ausencia de actores violentos. Al menos en un futuro cercano, entonces, no es viable ni pertinente hablar de una reducción en el número de las tropas.
Otro punto crucial que mencionó Radseck es el de la separación entre la Policía y el Ejército. Según él, “la confusión de roles, misiones y conceptos es tal en este país que no existe una separación mínima entre lo que serán funciones policiales y militares”.
Eso, si bien es un problema de diseño institucional estructural, tiene un lado positivo: que el Ejército está en capacidad de enfrentarse a las bandas criminales y a los distintos grupos de narcotraficantes.
No obstante lo anterior, se necesita una reforma que les ponga límites a los poderes de las Fuerzas Armadas, les delimite sus funciones y, sobre todo, deje claro que deben responder a las órdenes del Ejecutivo, su jefe constitucional.
Son varias las preguntas que deben responderse. El fin del conflicto no es el fin de la violencia, pero sí es una oportunidad para repensar cuál es la utilidad de las tropas en un país que se sueña en paz.
Nuestro Ejército no va a desaparecer ni puede hacerlo. Pero sí debemos aprovechar sus capacidades para demostrarles a todos los colombianos que nuestro territorio, acostumbrado al conflicto, puede ser protegido por un mismo Estado. El momento es ahora.
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