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Un referendo insensato

El referendo propuesto, de ser aprobado, también les quitaría a las personas solteras, independientemente de su orientación sexual, una potestad que han podido ejercer históricamente.

El Espectador
29 de julio de 2016 - 08:34 p. m.
El referendo motivado por Viviane Morales tiene muchos motivos para hundirse, entre ellos que no justifica la exclusión de las personas solteras.
El referendo motivado por Viviane Morales tiene muchos motivos para hundirse, entre ellos que no justifica la exclusión de las personas solteras.
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La nueva legislatura del Congreso de la República, que arrancó el pasado 20 de julio, promete ser el espacio para debatir uno de los proyectos más lamentables en la historia reciente del país: aquel, liderado por la senadora Viviane Morales, que propone un referendo para que sólo una pareja heterosexual pueda adoptar. No deja de ser paradójico que un proyecto supuestamente motivado por la necesidad de proteger a los niños del país, en la práctica les va a dificultar el derecho de pertenecer a una familia.

La primera gran falla del proyecto de la senadora Morales —representante del Partido Liberal, si alguien lo puede creer— es que no es sólo en contra de las parejas homosexuales, como la gran mayoría de las personas parece creerlo. En realidad, el referendo propuesto, de ser aprobado, también les quitaría a las personas solteras, independientemente de su orientación sexual, una potestad que han podido ejercer históricamente.

¿Cuál es el peligro tan grave que representan las personas solteras que hay motivos para no permitirles la adopción de un menor? Según la exposición de motivos de la senadora, el asunto es que en Colombia sólo debería existir una familia perfecta heterosexual y que el resto de configuraciones son dañinas para el crecimiento de los niños.

¿Qué dirían sobre eso la enorme cantidad de madres cabeza de familia que han criado a sus hijos en un país donde las familias que Morales tiene en la cabeza, por múltiples razones, no son mayoría? ¿Colombia no está llena de personas criadas por viudas, divorciados, tías, abuelos y que no por eso se sienten sin haber tenido una familia? ¿Es que acaso tener un hogar, sea como sea que esté conformado, no es mejor que vivir bajo la tutela del ICBF?

Ese es el problema cuando el fundamentalismo intenta crear políticas públicas: no es consciente de su ceguera, y por ende no responde a una realidad que es mucho más compleja que aquella que se busca solucionar con los absolutismos morales.

Y ni siquiera hemos hablado de los argumentos en contra de las parejas homoparentales, basados en estudios precarios que han sido desmentidos con suficiencia. La cruzada de la senadora y los millones de personas que la apoyan, amparada en los niños, en realidad se fundamenta sobre un miedo irracional a aquello que no comprenden ni tienen la menor intención de respetar. Detrás de cada discurso sobre este tema persiste la misma idea insensata: la homosexualidad es una perversión peligrosa.

Al aprobar el plebiscito por la paz, la Corte Constitucional dijo que los derechos fundamentales no se pueden restringir mediante referendos por su “naturaleza contra mayoritaria, incompatible con el sometimiento de su vigencia a la voluntad política de la mayoría de los ciudadanos”. En otras palabras, en una democracia no todos los caprichos de quienes se sienten numerosos deben aceptarse como ley.

La adopción es un derecho de los niños, no de los adultos, es verdad. Es la forma de solucionar el abandono y de acceder a un espacio de cariño y cuidado. No hay ningún motivo para creer que las personas solteras y las parejas del mismo sexo no pueden crear hogares idóneos para garantizar la materialización de este derecho. Por eso, ojalá, de una forma u otra, la iniciativa de la senadora pase al olvido de la historia llena de prejuicios y discriminaciones veladas.

 

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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