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Por ello mismo, tal y como lo dijo en un completo informe la Fundación Compartir el año pasado, son muchas veces los peores bachilleres los que llegan a dictar clases.
Hay un consenso, decíamos, sobre la importancia de que esto cambie: jóvenes bien educados desde la base implican una sociedad más civilizada, menos brutal, conocedora de su rol ciudadano, ambiciosa de ampliar sus conocimientos o sus técnicas en centros de estudios superiores de igual calidad. Y si ese tono romántico no convence, también implica un crecimiento frontal de la economía. Por todo eso es que debemos protestar (tal vez ya no en las calles sino desde otros escenarios) por mejoras profundas en el sistema educativo. Reformas integrales, pensadas a largo plazo, que de verdad vayan generando un cambio.
En la semana que pasó se dio por terminado el paro de maestros que comenzó el 22 de abril: en ocho hojas quedaron consignados los acuerdos a los que llegó Fecode con el Gobierno Nacional, en donde se resumen los nuevos puntos de partida para la evaluación docente, la salud, la nivelación salarial y el bienestar.
Cómo no celebrar que los alumnos puedan regresar a las clases y que, reprogramadas para finales del mes, puedan presentar las pruebas Pisa, que se han convertido en objetivo central del Gobierno. El diálogo, al final, logró superar las protestas (para muchos justificadas). Pasado el mucho ruido, llega por fin la calma para analizar con cabeza fría lo que acaba de pasar.
Este no es, ni mucho menos, un acuerdo para hacer de Colombia un país más educado. No vemos en él mucho más que el tire y afloje de cualquier discusión civilizada: el elemento de la nivelación salarial, por ejemplo, se discutió en términos de cuánto daba uno y cuánto recibía el otro: a la voz colectiva de “no es suficiente” se respondía con un “¿qué más quieren?”. Lo único que se discutió a largo plazo fue cómo se incrementaría ese 12% en los próximos cuatro años. También quedó definido cómo, en diez días, el Gobierno debe presentar un nuevo decreto para actualizar la evaluación docente (en lo que por fortuna esta vez no se cedió, aplausos por ello).
Importante pues este acuerdo para aliviar el paro. Pero insuficiente, y mucho, para lidiar con la enfermedad. Ilusos quienes creímos que de la presión de este paro, Fecode y Gobierno iban a discutir un plan a largo plazo, consistente con ese informe de la Fundación Compartir que el propio Gobierno puso como hoja de ruta en la campaña para reelegirse, donde se hablaba del rol central del maestro, de su salario base, del reclutamiento de los mejores a las filas de la magistratura, de una transformación basada en serios análisis de prospectiva pensados para el largo plazo.
En vez de todo eso, nos quedamos hasta con algo que más parece un chiste: el acuerdo, en su capítulo de “Bienestar”, compromete al Gobierno a desembolsar más de $6.000 millones destinados a recreación: para los juegos deportivos del magisterio y para financiar el “Encuentro Nacional Cultural y Folclórico” que cada año organiza Fecode. Vaya manera de demostrar que la calidad era la prioridad de las dos partes.
Si queremos mejorar la educación básica, nos hace falta ambición y visión. Muchas más.
* ¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
Por El Espectador
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