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El buen ángel que llevamos dentro

Héctor Abad Faciolince
13 de noviembre de 2011 - 01:00 a. m.
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Decía Karl Popper que la religión dominante de nuestra época podría definirse en una sola frase: "el malvado mundo en que vivimos".

Según el pensador austríaco la peor influencia de muchos intelectuales (de izquierda y de derecha) era haber convencido a los jóvenes de que estaban viviendo en un mundo moralmente malo y en una de las peores épocas de la historia. A pesar de haber padecido la persecución nazi en los años treinta del siglo pasado, Popper sostenía que esa afirmación sobre la maldad del mundo occidental era una gran mentira. Para él no había habido nunca un sistema social mejor —o menos malo, si quieren— que el consolidado en las sociedades europeas occidentales a finales del siglo XX. Esto, decía, no asegura nada hacia el futuro, pues “no existe ninguna ley histórica del progreso”.

Estoy leyendo un libro fascinante que confirma las tesis de Popper al menos en un aspecto fundamental: la violencia. Con infinidad de números cuidadosamente estudiados, tablas y estadísticas bien calculadas, y datos históricos comprobables y apabullantes, este libro demuestra que nunca antes en la historia del mundo —si se promedian cifras globales— habíamos vivido una era menos violenta. Este horrible mundo en que vivimos, con las masacres de Abu Ghraib y de Mapiripán, con las Torres Gemelas y las guerras de Irak, Afganistán y Libia, es un mundo muchísimo más pacífico y seguro que —digamos— el de las guerras napoleónicas, el de la guerra civil americana o el de nuestras guerras de independencia.

Me imagino la sonrisa escéptica de quienes piensan que vivimos en el peor de los mundos. Yo les propongo que lo discutamos después de leer este tratado de Steven Pinker (The Better Angels of Our Nature, El buen ángel que llevamos dentro) sobre por qué ha descendido la violencia en el mundo, desde los tiempos prehistóricos hasta nuestros días. Pinker acaba con miles de mitos románticos sobre el buen salvaje, o las maravillas de las sociedades primitivas y anárquicas. Con una perspectiva más hobbesiana —la utilidad de que se imponga el imperio de la ley— y siguiendo de cerca las tesis de Norbert Elias sobre El proceso de civilización, Pinker hace una fascinante historia del homicidio y de la progresiva disminución de la violencia en todas las sociedades (con retrocesos y altibajos, claro). Oigan esto increíble pero cierto: es menos probable morir asesinado hoy en Colombia que en la España del Siglo de Oro.

En Colombia, el país de la violencia y de los violentólogos, este libro de Pinker debería ser de lectura obligatoria en todas las facultades de ciencias humanas. Según el último “Estudio Global sobre Homicidios”, publicado hace poco por las Naciones Unidas, Colombia, a pesar de grandes avances en el último decenio, sigue siendo uno de los países más violentos del mundo. Cuando México se nos pone como ejemplo de disminución de los asesinatos, se olvida decir que nuestra tasa de homicidios duplica la de ellos (nosotros 38 por cada 100 mil habitantes año, ellos 19). Pero podemos consolarnos con otros: Guatemala, Honduras y Venezuela tienen tasas mucho más altas que las nuestras.

El libro de Pinker es un tratado científico que va en contra de nuestra pereza mental y de nuestros prejuicios ideológicos. Pero va mucho más allá pues de sus estudios podría también derivarse un manual de cómo conseguir que la violencia disminuya. Las tasas de homicidios de una ciudad como Medellín siguen siendo tan altas como las que tenían las ciudades europeas durante el Renacimiento. Estamos, pues, todavía muy atrás en el concierto de las naciones. Un tratado que nos muestra qué hay de bueno dentro de todos los seres humanos, y dentro de nuestra cultura, puede ayudar mucho en un propósito que debería ser el primero de cualquier gobernante aquí: disminuir la violencia.

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