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Esto de escribir todas las semanas acaba por convertirse en una obligación gratificante pero esclavizante. Lo digo porque muchos de los lectores esperan que hablemos solamente de los temas que han ocurrido durante los últimos días, que por lo demás en este país son muchísimos.
Y pocos perdonan que uno en sus columnas no deje al menos a alguna persona con sangre en el ojo, como se dice popularmente. Por supuesto que lo más fácil es agarrar a alguien (y mejor si es funcionario público) a golpes como pera de boxeo. Los temas agradables o las noticias positivas no parecen importarles a muchos, y más bien insultan al columnista porque no ventila sus odios en sus escritos. Si nos dejáramos guiar por las tirrias de algunos de los que nos leen, no nos alcanzaría la columna semanal para satisfacerlos.
Son pocas las columnas que uno encuentra en donde se resalten las cosas buenas. Por supuesto hay columnistas maravillosos, como Héctor Abad, que trata toda clase de asuntos con una prosa envidiable, o Ricardo Silva Romero, y otros que destilan veneno en cada uno de sus escritos, guiados por sus pasiones horrorosas o sus agendas privadas. Debo decir que con los años he optado por leer a muy pocos de los columnistas del país, pues me aburre profundamente el tono que tienen como si fueran los poseedores de la verdad. Entre ellos a los Hernández de El Tiempo, (Saúl y Salud). Así como me encanta el estilo fresco y divertido de Margarita Rosa de Francisco. En fin, entre gustos no hay disgustos.
A muchos les pasará lo mismo y es que no leen lo que opino y no los culpo por eso. Y es que el oficio de opinar es muy difícil, mucho más en un país como el nuestro que produce todos los días hechos noticiosos que nadie alcanza a digerir y que en no pocos casos pasan desapercibidos a pesar de ser graves. Es tal vez por eso que estoy encontrándome cada vez más a personas que han decidido desconectarse, pues simplemente prefieren limitarse a vivir su vida, que de por sí en Colombia, es bien complicada pues cuando no es el Estado ladrón el que nos ataca, es el delincuente de la calle o el de cuello blanco el que nos agrede.
El oficio de periodista requiere que uno o esté loco o aprenda a que las cosas no lo afecten significativamente, pues es tal la cantidad de basura que se recibe, que acaba uno por volverse literalmente loco o por enfermarse. Porque Colombia y sus noticias son tóxicas. Por esto es que muchos, entre ellos yo, hemos optado por ser muy selectivos en el momento de escoger el o los medios de los cuales nos vamos a informar. Y de no ser así, a lo que nos exponemos es a enfermarnos o a caer en un estado de apatía total, pues simplemente no hay manera, o al menos no la conozco, de evitar que nos afecten los crímenes cometidos por las Farc, por el hampón que asesina por un celular o por el padre que viola a su hija.
Confieso como hoy que a veces y como mecanismo de defensa, es mejor ser un diletante que un enfermo, como lo está el país.
