Publicidad

El insoportable guayabo navideño

Mauricio Rubio
24 de diciembre de 2014 - 05:03 p. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Pocas fechas eran tan frustrantes para mí cuando niño como el 25 de Diciembre.

El juguete que a primera hora se había roto, los calzoncillos en lugar de otro juguete o el vecino estrenando un artefacto gringo que yo ni sabía que existía plagaban de sinsabores ese día. Les Luthiers registraron con tino la desdicha de Nano, el españolito que después de portarse ejemplarmente, de sacar “sólo dieces en el cole” y de pedir ilusionado “una bicicleta, un tren eléctrico, una Nintendo 64 y un par de patines” le envía cabreado una segunda Carta a Santa Claus por dejarle bajo el árbol “una puta peonza, una mierda de trompeta y un maldito par de calcetines”, mientras que al hijo de la vecina, “idiota, malcriado, desobediente, que le grita a su mamá, a ese tonto de las pelotas, le trajiste todo lo que te pidió”.

El sentido común y la microeconomía patinan en navidad pues los niños con algunos deseos satisfechos deberían sentirse mejor el 25 que la víspera. Pero no. Y entre más ricos, más regalos reciben, pero mayor es su frustración. Un neoliberal intenso recomendaría regalar dinero en efectivo, ignorando que los Nanos protestarían por su irrisorio monto frente al de otros. El supuesto que las preferencias personales no dependen de los demás es tan mítico como Papá Noel. El bienestar es función del consumo, pero relativo al de terceros. El objetivo no es poseer cosas sino tener más que el prójimo. Así de ratas somos en bruto, y en navidad nos dan cuerda con las comparaciones: ¿qué te regalaron, Nano? Esa obsesión por refregarle al resto de mortales lo que no pueden adquirir es lo que explica que haya carros tipo Fórmula 1 en carreteras colombianas llenas de huecos y Max Vel 30 km/h, o relojes de muchos millones que dan la misma hora que uno de pocos pesos, o sillas de avión varias veces más caras por estar separadas con unas ridículas cortinas. El consumismo pantallero se ha expandido y afianzado por la variedad de mercancías o servicios “exclusivos”, y estratificados. Las personas buscan distinguirse dentro de su nicho, faroleando hacia abajo y envidiando en secreto hacia arriba. El efecto se replica en cascada, antojando a todos con lujos a su alcance.

¿Por qué la feria de las vanidades que se alebresta en navidad? Por mucho tiempo el vistoso plumaje del pavo real fue un misterio. Algo tan pesado y vistoso no ayuda a conseguir alimento, atrae a los depredadores y dificulta la huída. Aunque no sirve para sobrevivir, sí ayuda a reproducirse, a conquistar con un mensaje contundente: “soy capaz”. El consumo conspicuo es como la cola del pavo real, sólo sirve para emparejarse con quien se deja descrestar.

La vanidosa naturaleza humana puede ser socialmente útil si se libera del consumo de lujo. Mucha gente ejerce bien su oficio, o su arte, por destacarse del montón. Estudiantes normales se esfuerzan más con la promesa de una medalla de honor. Las estrellas del deporte no juegan materile-ri-le-ró, derrotan competidores. Un cacao colombiano se volvió filántropo por presión de los miembros de su club. La generación de jóvenes millonarios tecnológicos tempranamente saciados de propiedades y mercancías busca otras formas de diferenciarse, incluso ayudando a los demás.

La navidad promueve el consumismo y sus frustaciones desde la más tierna infancia. La Ley de Nano muestra que ese enorme gasto tiene efecto exiguo sobre el bienestar. Por fortuna es posible contrarrestar la propaganda comercial, con sus mismas armas. Se podría, por ejemplo, invitar a Shakira, a James y a otras estrellas a participar en un spot, con música pegajosa y un mensaje escueto como “navidad sin regalos, ni un puto trompo, a hacer galletas y manualidades en familia”. Vale la pena intentarlo, cualquier moda bien liderada puede imponerse, precisamente por ese pertinaz efecto imitación.

Hay algo clave en estas fechas que no requiere publicidad, fortalece una tradición, es hermoso, brillante, laico, nos identifica como país, gusta a la izquierda y a la derecha, estimula la industria nacional, genera empleo, amortigua el guayabo, lo disfruta todo el mundo y no aumenta el déficit fiscal: los voladores. El paganini que los echa es quien asume el riesgo de quemarse y, de paso, le desobedece por todos a unas autoridades cada vez más entrometidas. Una ganga para la feliz navidad.

Carta a Santa Claus
 

Conoce más

Temas recomendados:

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar