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El negocio del amor

Fernando Araújo Vélez
23 de marzo de 2014 - 02:00 a. m.
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Tú me das, yo te doy. El amor es un negocio aunque suene sucio.

Mi oferta son tres besos, dos tardes de cine y una noche de fantasía al mes, una especie de poema si estoy de buenas, dos sonrisas forzadas para huir de tus reclamos y una plena; cinco llamadas a la semana, todos los pasajes de bus, la posibilidad de comprarme un Renault 4 y mi viejo abrigo en las noches de invierno. A cambio, demando tu mirada, tu belleza o la belleza que yo percibo en ti, tu sonrisa sin exageraciones, que ojalá pierdas esos tres o cuatro kilos que te sobran, que no me lleves adonde tu familia sino una vez cada dos meses, que sigas empeñada en enamorarme, pero que no trates de impresionarme y que aparentes tu ingenuidad tan bien como sólo tú lo sabes hacer.

Yo te robo, tú me robas. El amor es un crimen, aunque suene a tragedia. Te robo tus miradas cuando crees que nadie te ve, cuando no actúas, cuando eres tú con todos tus temores, anhelos, crisis, sacrificios y penas. Te robo la idea de encontrar en mí o en cualquiera un príncipe azul, como te la inculcaron en casa, con las películas, con los comerciales, con Disney, y te atraco en tu afán de hacerme a tu imagen y semejanza, porque si me elegiste como soy, sólo debes dejarme ser como soy. A cambio, dejaré que me atraques una noche cada tantas, te lleves la radio y los televisores, los computadores y los libros, y conversemos hasta el amanecer para creer, por unas horas al menos, que el amor es una larga conversación. Dejaré que te robes e inventes mis pensamientos, los que te asustan porque no sabes cómo llenar, los que te emocionan y jamás adivinas.

Tú me olvidas, yo intento olvidarte. El amor es un contrato a término fijo, aunque jamás nos lo advirtieran. Prefirieron hablarnos de “para toda la vida”, y se olvidaron del “es eterno mientras dura”. Eligieron las hadas y los milagros, la magia, y olvidaron el trauma, el día a día, el detalle que se repite, y que de tanto repetirse nos hace sospechar sobre el todo, porque la crema dental regada no es lo que revienta, es que detrás de la eterna crema dental regada están la indiferencia y el hastío que te produzco y no puedes ocultar. Detrás de la crema dental regada está, estaban, tu infinito deseo de olvidarme, y mi absurda pretensión de domarte.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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