El ocaso de la extrema derecha

Salomón Kalmanovitz
19 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
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Los triunfos del populismo ultranacionalista se sucedieron uno tras otro en el mundo en los últimos seis meses: el triunfo de Donald Trump en las elecciones de noviembre; el brexit radical de Inglaterra, apoyado por Trump como causa propia; el avance de Marine Le Pen en Francia, y el crecimiento de las candidaturas simpatizantes del fascismo en Austria y Holanda. Parecía la disolución de la arquitectura surgida después de la Segunda Guerra Mundial que sirvió de base a un orden mundial en democracia, arropado en el libre comercio, la integración y el debilitamiento de las fronteras nacionales, que trajeron la prosperidad de la Comunidad Europea y de Estados Unidos.

El panorama es hoy desolador para la extrema derecha. Trump y Theresa May (“Maybe” según el Economist) han perdido capacidad de avanzar sus programas de gobierno, el primero enredado por su propia incompetencia y su beligerancia autodestructiva, mientras que May sufrió una humillante derrota a manos del dirigente laborista Jeremy Corbyn que la obliga a negociar una salida suave de la Comunidad Europea y a ser menos radical en todos los temas sociales que le pasaron factura. La decisiva victoria de Macron en Francia con un programa de defensa de Europa unida y del cosmopolitismo contra el ultranacionalismo de Le Pen y el retroceso de las huestes antimigratorias en los otros países europeos le abren un compás de esperanza al orden abierto mundial.

Sin embargo, no hay que cantar victoria. El columnista Edward Luce, del Financial Times, argumenta que, donde es mayor el dominio del mercado y la desigualdad, se desarrollan mejor los movimientos populistas. Inglaterra y Estados Unidos en los años 80 optaron por políticos de la derecha que redujeron impuestos a los ricos y atacaron las bases de la sociedad del bienestar. La economía de mercado avanzó hacia una mercantilización de la vida social. Bajo las alas de tales gobiernos se fueron incubando poderosos movimientos racistas y religiosos que desplazaron a los políticos pragmáticos por los más radicales demagogos que plantearon el cierre de las fronteras nacionales a la inmigración mundial y atacaron al liberalismo como el enemigo del pueblo.

Mientras que Francia y Alemania son sociedades de baja desigualdad que cuentan con programas sociales de alcance universal, Inglaterra y Estados Unidos agudizaron la inequidad y debilitaron sus coberturas sociales. Es por eso que en Inglaterra resurgió un populista de izquierda, frente a la derecha de un Boris Johnson y a una primera ministra sin carisma, y que en Estados Unido tomó fuerza Bernie Sanders, que interpela a los mismos sectores obreros y desempleados que movilizó Trump.

Luce considera que la reforma laboral que se propone implementar Macron en Francia, siguiendo el ejemplo de Margaret Thatcher en Inglaterra en los 80, puede socavar su base política y conducir al resurgimiento de Le Pen o del candidato de la izquierda Melenchon, a quien le fue relativamente bien en la primera vuelta de la elección a la Presidencia de Francia.

Lo que se puede concluir es que, si bien la extrema derecha está perdiendo las grandes oportunidades que se le abrieron en Europa y en Estados Unidos, la estabilidad política tan notable de los grandes países anglófilos puede perderse con el fortalecimiento de los populismos no sólo de derecha sino también de izquierda. Es la revuelta de los descontentos con la globalización y con la desigualdad.

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