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Presencie este breve diálogo entre dos amigos, creyente el uno y agnóstico el otro: Este papa es muy político. Su interlocutor repuso: No, es muy humano.
En cierta forma ambos tienen razón. Quizá por eso coincidieron en que Bergoglio recuerda al papa Roncalli, cuyo breve pontificado, entre 1958 y 1962, modificó unas costumbres centenarias en la Iglesia Católica y se convirtió en un auténtico papa de transición.
A partir de su mandato la misa se oficia de cara a los feligreses y en su propio idioma. Además formuló una especie de filosofía de la amistad con respecto a las demás iglesias cristianas y, a través del Concilio Vaticano II, se comprometió con el aggiornamento. Recientemente elegido pronunció una reveladora frase: “Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia adentro”.
Por su parte Jorge Mario Bergoglio –Pontífice desde 2013- en menos de dos años se ha convertido en el papa del cambio. No solo abrió de nuevo las ventanas de la Iglesia, que se habían vuelto a cerrar después de Juan XXIII, sino también sus puertas. Salió por ellas rumbo hacia el mundo, hacia un mundo complejo y plural, en medio del cual hizo un llamado al diálogo no solo intercultural sino interreligioso.
Francisco creó el Consejo de Cardenales, denominado por los vaticanólogos como el “Grupo de los Ocho”, en el cual tienen asiento tres cardenales americanos: el de Boston, el Santiago de Chile y el de Tegucigalpa. Pero también hay de África, de Asia y de Oceanía. A partir de este Consejo convocó una gran Asamblea General del Sínodo de Obispos que, según entiendo, se viene reuniendo periódicamente.
La agenda del Sínodo se refiere a problemas concretos del mundo del siglo XXI: las parejas de hecho, la familia monoparental, el matrimonio interreligioso, las uniones entre parejas del mismo sexo, en fin, situaciones que afectan a los hombres y mujeres, a los niños y a los jóvenes aquí y ahora. No sin razones los especialistas en estudios eclesiásticos relacionan el Sínodo con el Concilio Vaticano II.
El papa se sitúa en el centro del debate sobre la familia contemporánea, con el evangelio en la mano. Es un Pontífice humano, como pocos en la historia moderna de la Iglesia. Un militante de su fe que no la asume como una cruzada sino como una esperanza. Un profeta que se comunica con los poderosos en desarrollo de su comunión con los desfavorecidos. Un hombre del siglo XXI consciente de que las revoluciones son cosa del pasado, pero de que las guerras y el terrorismo se pueden alinear en el futuro.
Francisco es un papa político, en el más noble sentido del término, porque es un papa humano. Sin dejar de hablar de la misericordia de Dios habla también de los derechos de los hombres. Vive su religión pero no ideologiza con ella. La emplea como vínculo, no como muralla. En su reciente visita a Turquía construyó puentes hacia el diálogo. Ya antes, en Jerusalén, había logrado reunir con él a las máximas autoridades de Israel y Palestina, para rezar juntos por la paz. Hacen falta hombres como el cura Bergoglio.
*Ex senador, profesor universitario @inefable1
