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Esta semana, en Medellín, tres hombres lograron legalizar su unión como “trieja”: una relación conformada por tres personas. Los afortunados son Manuel Bermúdez, Víctor Hugo Prada y Alejandro Rodríguez, quienes desde hace más de cuatro años tienen una relación y comparten casa. Hasta hace poco, de hecho, eran cuatro, pero Alex Zavala murió de un inesperado cáncer de estómago que se lo llevó en tres meses.
“Deseamos conformar un régimen económico cuya base es la relación de trieja que tenemos actualmente, ya que de no serlo no lo estaríamos llevando a cabo y que en todo caso varias personas pueden asociarse indistintamente de su condición de color, sexo, raza, creencia religiosa, etnia e incluso puede una de ellas ser comerciante y la otra no, asunto que no está prohibido por las legislaciones internacionales, ni la ley en Colombia”. Es decir, están casados. No olvidemos que uno no se casa solamente por la fiesta. Si recurrimos al Estado es porque, además del amor, queremos compartir una vida juntos, esto es, apoyarnos en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, es decir, construir vínculos económicos y de cuidado que nos permitan hacer equipo para afrontar las dificultades de la vida.
Se trata, como le gusta a los godos, de tradición, familia y propiedad. Familia por lo obvio, porque seguramente Alex Zavala habría podido tener una mejor muerte si esos tres hombres con los que compartía su vida hubiesen sido considerados su familia de manera indiscutible. Tradición porque es cierto que las familias reproducen la cultura, con sus vicios y virtudes, y la pasan a las siguientes generaciones. Propiedad porque las familias trabajan juntas para construir un patrimonio que le dé seguridad y bienestar a todos sus miembros. No son cosas menores y tienen todo que ver con la manera en que se distribuye, ejerce y hereda el poder de generación a generación. Ahora preguntémonos, en Colombia, ¿quienes históricamente han tenido el derecho a la familia, la tradición y la propiedad? ¿Y quiénes no? Por eso esta triada es tan importante.
Y no solo para comunidad LGBTI, a quienes esa estructura de “familia tradicional” les falla de manera reiterada (muchos y muchas son rechazadas por sus progenitores y expulsados de sus casas a edad temprana). Porque abre la posibilidad a pensar que la familia no se limita a la pareja heterosexual y ni siquiera a un vínculo romántico (sobran las parejas heterosexuales casadas que ni se caen bien ni tienen sexo). Ese par de mejores amigas “solteronas” que siempre vivieron juntas, la tía política y el abuelo que por vueltas de la vida terminaron compartiendo deudas, y así, ¿cuantas más? Las familias son, ante todo, equipos, equipos de personas en los que el amor, la solidaridad y un sentido de pertenencia los aglutina para hacer la vida más llevadera. No hay razón para que unas familias tengan los beneficios de la ley y otras no, y menos por razones tan arbitrarias como la heteronorma, aún menos en un país cuya Constitución dice clarito que no se puede discriminar.
Es interesante que el coro irresistible de la última canción de Maluma sea “felices los cuatro”. Lo es porque tan solo hace unos años esta expresión se usaba para decir que una pareja no podía mantener una relación a larga distancia sin que hubiese infidelidad. Uno de esos muchos chistes que se burlan de la monogamia, pero no la critican de manera estructural; como un mandato cultural más que natural. La canción de Maluma, en cambio, propone agrandar el cuarto, sin juicios, y con la certeza de que siempre resulta sexy la generosidad. Quizás el poliamor no es para todos, y sin duda la monogamia facilita el trabajo de cuadrar agendas, pero esto no quiere decir que alguna de las dos no sea válida. Después de todo, el amor es incierto para cualquiera.