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La lactancia contribuye al crecimiento del cerebro del bebé y a generar conexiones sinápticas más tempranas.
Al comparar con imágenes por resonancia magnética infantes alimentados sólo con leche materna -al menos durante tres meses- con otros que recibieron tetero o una mezcla de los dos tipos de alimentación se encontró que, hacia el segundo año, los primeros muestran mejor desarrollo en áreas claves del cerebro. La diferencia es más pronunciada en las zonas asociadas con el lenguaje, las funciones emocionales y la cognición.
El insuperable amamantamiento es una piedra en el zapato para ciertas feministas. La obsesión por cambiar la sociedad hace ver las realidades biológicas como un saboteo. Resulta incómoda una tradición que no sólo se observa en todas las sociedades sino que antecede al patriarcado. Más de cinco mil especies de mamíferos, cuya definición es que “las hembras alimentan a sus crías con la leche de sus mamas”, no contribuyen a la doctrina de la madre fabricada culturalmente.
A finales del siglo XIX, feministas francesas señalaban que amamantar era una “obligación derivada de la naturaleza de las cosas” y un “deber maternal”. Se oponían ferozmente tanto a la nodriza como al biberón, que denominaban “asesino de bebés”. Su obsesión era lograr que las mujeres trabajadoras tuvieron tiempo y condiciones adecuadas para dar pecho.
Tras la segunda guerra mundial el panorama cambió. Subsistieron algunas feministas a favor de la leche materna, pero la mayoría adhirió al discurso de quien, sin haber tenido hijos, declaró que todo lo relacionado con la maternidad era sumisión. “Amamantar es una servidumbre agotadora. Es a costa de su propio vigor que la madre alimenta al recién nacido” sentenció Simone de Beauvoir. Dar pecho se convirtió en símbolo de la explotación de las madres por sus bebés y el combate se centró en el derecho a la contracepción y al aborto.
No todas las feministas influyentes han escrito despropósitos sobre la lactancia. La mayoría simplemente la han ignorado. La mastectomía, el uso publicitario de los senos o los implantes de silicona han recibido más atención que el alimento de las mamas. Se ha desdeñado la lactancia “pues plantea problemas conceptuales y hace evidentes muchas de las contradicciones que la teoría feminista intenta superar”, anota una feminista con hijos.
El abismo entre la realidad de la crianza y la utopía ha sido tal que desde el 2005 un grupo de mujeres del sector salud organiza en los EEUU un encuentro anual entre madres que dan pecho y feministas académicas, para que se conozcan. Hoy empieza la Semana Mundial de la Lactancia Materna. Pero la confusión persiste. Blogueras que promueven la leche materna anotan que pocos temas son tan sensibles y polémicos: les basta mencionar que se trata de una práctica saludable y benéfica para recibir agrias críticas por hacer sentir culpables a las mujeres que optan por el tetero.
La lactancia empieza a ser una preocupación del feminismo doctrinario. Un síntoma inequívoco es la mala leche de achacar al patriarcado la estigmatización de la costumbre.