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Dijo el prestigioso pensador Pedro Esse: “si la sociedad gira en torno a la Fiscalía, esa sociedad está enferma”.
En su origen, la Fiscalía fue pensada como un instrumento para atacar el crimen organizado. Por eso, ante la Constituyente, bajo la dirección del presidente Gaviria, propusimos una Fiscalía ágil, pequeña, especializada en esa modalidad criminal. Fuimos derrotados. El copresidente de la Asamblea, Álvaro Gómez, sacó adelante la tesis de que si el sistema acusatorio era bueno, era bueno para todos los delitos.
Recuerdo que le dije: “Yo fui juez en Salamina. Para combatir allí el delito no hay que mandarle un fiscal al juez penal. Van a terminar haciendo dúo en la mesa de billar. Es un despliegue innecesario”. Me respondió: “Usted es un indoctrinario”. Y comenzó la marcha de este organismo cuya saga institucional posee más sombras que luces. Ese es el principal problema nacional. El absolutismo. Hemos olvidado un elemento central: la dimensión. Más allá de las turbulencias actuales, el que la vida política gire casi por completo alrededor de la Fiscalía, convertida en pieza clave de la política, produce una deformidad aterradora. Ya oigo la tesis de que la suerte de la elección presidencial del 2022 depende de lo que pase con el fiscal. Algunos dicen: si Petro lo tumba, ganará. Y otros, Gustavo Duncan entre ellos, al contrario creen que su permanencia en medio de esta enorme controversia es el pasaporte al triunfo de la izquierda. Así estamos
Pero esta acromegalia de la Fiscalía es producto del absolutismo: nos pegamos de un principio, sistema acusatorio, y llegamos a cualquier extremo por nuestra incapacidad de mirar más bien el efecto empírico. Una cosa es una cosa…
Algo semejante ocurre con la Comisión de la Verdad. No pude asistir a su puesta en marcha como hubiera querido. Hay que recordar que no es solo comisión de la verdad, sino también del reconocimiento y de la reconciliación. Mejor aún: creo que es la comisión de las verdades. Porque precisamente no se trata de imponer una verdad sobre otra, que es otra de las dolencias que padecemos. Parte de la polarización actual es que nadie quiere ceder un ápice a la verdad del otro. Hubo masacres de un lado y del otro. Cada masacre, siendo de signo contrario, es sin embargo verdadera. Algunos piensan que es mejor el olvido. Barrer debajo de la alfombra y ya está. No es así. De la misma manera que en la justicia no caben las amnistías generales, hay que afrontar las verdades si queremos extirpar la semilla de la violencia. Pero la clave es entender que la narrativa del contrario encarna una porción de verdad. La tarea del padre De Roux no es académica. No es historiográfica. Es enseñarnos a convivir con verdades distintas, todas verdaderas. Eso se llama conflicto. Ahí está la madre del problema: si se parte del principio dogmático de que aquí no hubo un conflicto, no lograremos salir del imperio del absolutismo mental y político.
Coda: cada vez más convencido de mi voto en blanco. Nos acusan de permitir el triunfo de Duque. Es una mentira aritmética. Mis 400.000 votos no alcanzaban. Pero es un llamado a la quiebra de las convicciones. Fui consecuente con lo que pensé y pienso.