Francisco, ¿ambientalista extremo?

César Rodríguez Garavito
08 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.
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Tomar en serio la visita del papa Francisco es tomar en serio su mensaje sobre el medioambiente. Y el mensaje suena radical: el papa sería un “ambientalista extremo” para los sectores que descalifican a los científicos, ciudadanos, comunidades y activistas preocupados por los daños a la naturaleza.

La idea central de la encíclica ecológica de Francisco (Laudato si) es tan sencilla como contundente: todo está interconectado. “Así como los distintos componentes del planeta están relacionados entre sí, también las especies vivas conforman una red que nunca terminamos de reconocer y comprender”. Es la intuición esencial de una línea de misticismo ecológico en el cristianismo, desde san Francisco de Asís en el siglo XIII hasta Thomas Merton en el siglo pasado.

Pero no es indispensable ser cristiano, ni siquiera creyente, para compartir esta visión. Alexander von Humboldt percibió lo mismo hace dos siglos desde la cumbre del Chimborazo y escribió sobre una única “red de vida” planetaria. Astrónomos contemporáneos como Carl Sagan y Neil Tyson proponen una visión cósmica de los seres humanos, a partir de la evidencia científica que nos recuerda que los entes naturales (las bacterias, los genes, el clima, los astros) nos controlan mucho más de lo que nosotros los controlamos.

Dentro de la fe cristiana —y contra la interpretación tradicional de la Biblia—, la encíclica de Francisco sostiene que la tarea de los humanos no es dominar la naturaleza, sino cuidarla y administrarla. De lo cual extrae una profunda consecuencia moral: respetar la dignidad humana y respetar el planeta son dos caras de la misma moneda. No se trata de tomar partido entre la gente y el ambiente, sino de eliminar la dicotomía, como escribe la historiadora de la ciencia Naomi Oreskes en su comentario a la encíclica.

Es un mensaje que toma una postura explícita en discusiones actuales. Defender los derechos humanos implica defender los derechos de la naturaleza y las generaciones futuras. En debates sobre asuntos como la minería, la encíclica sugiere que “deben tener un lugar privilegiado los habitantes locales”, como en las consultas populares. La crisis social y la crisis ecológica son una sola; si no se reducen el consumismo y la desigualdad, no hay tierra ni atmósfera que resistan.

Los dos años de temperaturas récord, inundaciones y huracanes que han pasado desde la encíclica me han convencido de que lo extremo no es el mensaje papal, sino la época que nos correspondió vivir. Ahora que los científicos han anunciado oficialmente que estamos en una nueva era geológica —el Antropoceno, marcado por la huella de nuestra especie—, son indispensables nuevas teorías y nuevas acciones. Concuerdo con Tim Morton, quizás el filósofo más influyente del Antropoceno, cuando escribe que “hay que cambiar las ideas básicas de lo que significa existir, de lo que es la Tierra, lo que son las sociedades”. Coincido con Francisco y con Orestes en que las soluciones técnicas y políticas son insuficientes frente a dilemas planetarios como el calentamiento global, y que se necesitan cambios profundos en las creencias que guían la conducta humana.

Por eso el mensaje de Francisco es radical. Porque está a la altura de los tiempos.

* Director de Dejusticia. @CesaRodriGaravi

 

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