James y los golazos del poder

Guillermo Zuluaga
17 de marzo de 2015 - 02:02 a. m.

James se hará un autogol. Eso parecen sugerir tantos mensajes en redes sociales y algunos comentarios en los foros de los medios de comunicación, a raíz del acompañamiento al presidente Santos durante su gira por España y tras su anuncio de participar en junio en Cartagena en el seminario “El poder del fútbol para construir la paz”.

Según los comentaristas, James se está dejando utilizar y “comprar” del gobierno Santos, y lo está ayudando a, en general, mejorar su imagen y particularmente a legitimar un proceso de paz con el cual muchos no están de acuerdo. ¿Cómo es posible que nuestro máximo representante en el fútbol mundial se deje manipular?, se pregunta alguno.

No me atrevería a juzgar sobre la profundidad de las ideas y la claridad de los planteamientos del “expositor” invitado a tal foro. Sin embargo, la invitación cobra especial relevancia en estos días, gracias a las redes sociales y a la inmediatez de la comunicación; pero el tema de la relación fútbol y poder “es cuento viejo”. Casi desde su reglamentación, los políticos le han metido goles antológicos al fútbol. Gracias a su convocatoria, el balompié se torna en excelente aliado de quienes detentan o desean detentar el poder. Es como si en cada patada, el balón transportara más que un ansia de gol, una especie de ideología.

Ya lo dijo el historiador Alfred Wahl, el fútbol es “uno de los lugares en donde se enfrentan las ideologías”.

Sobran los ejemplos de la influencia del poder en asuntos futboleros. La no participación de la URSS de Stalin en los mundiales; el enfilamiento de baterías de Mussolini sobre las autoridades del balompié, para que la selección de Italia se coronara campeona en 1934.

En España, por su parte, el Real Madrid fue el consentido del régimen del Generalísimo, mientras el Barcelona representó una forma de resistencia al franquismo.

Los mejores goles en Latinoamérica corren por cuenta de los dictadores argentinos, que tuvieron en su selección de fútbol la forma de “vender” la grandeza de su plan y de ocultar sus fechorías. ¿A quién podría importarle que mataran sindicalistas y opositores, mientras su selección saliera campeona?

Si bien ahora los detractores del presidente Santos cuestionan que aproveche la imagen de James para su beneficio, Colombia también ha sido terreno fértil en este asunto. Carlos E. Restrepo apoyó copas de fútbol para convocar a fiestas con tinte patriótico. En 1948, para mitigar los ánimos exacerbados, precisamente, por banderías partidistas, el expresidente Santos reclamaba para el país: “Menos política y más deporte” y desde el Gobierno se respaldó el inicio del Campeonato de fútbol colombiano ese mismo año.

Pareciera como si los poderosos tuvieran un ojo en asuntos gubernamentales y otro en las canchas. El empate 4-4 ante la URSS, en el 62, fue atizado desde el gobierno de Valencia con ánimo nacionalista; el candidato Ernesto Samper, aupado por la cervecera patrocinadora, se fotografió con la selección tras el eufórico 5-0 a Argentina; y Andrés Pastrana bautizó en 2001 la Copa América de la Paz, seguramente para menguar las críticas de sus conversaciones con la guerrilla. Algo así como lo que ahora propone Santos.

Si alguna duda queda de la injerencia del poder en el fútbol, bastaría una somera mirada a los nombres de nuestros estadios. Se honra más los ímprobos honores de los prohombres de la patria, que las muy comprobadas jugadas de nuestros deportistas.

 

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