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Causa escalofrío el hecho de imaginar la situación y los sentimientos de las familias que, en el último año, han encontrado desabastecidas sus cocinas, alacenas y neveras, por no poder llevar alimentos a sus casas ante la ausencia de recursos para comprarlos, lo que los ha llevado a comer una o tan solo dos veces al día. Esta situación quizás es la más alejada de la tranquilidad y la paz de los integrantes de un hogar, pero es lo que han vivido miles de familias en Colombia desde su silencio.
Difundir esta situación con la misma firmeza con la que aparecen las alarmas que comunican un posible desabastecimiento alimentario producido por el paro y sus formas de protesta es hoy un imperativo y por ello es pertinente pensar y reconocer las condiciones en las que ha operado el abastecimiento alimentario en el país durante las últimas décadas.
Silenciosamente, día a día, millones de productores cultivan alimentos en los campos, mientras que acopiadores y transportistas los mueven por ríos, trochas, caminos y carreteras para descargarlos al amanecer, en medio de intercambios acelerados, en los distintos mercados minoristas y mayoristas y en plazas de mercado regionales y municipales. Allí, los esperan los coteros, que corren haciendo equilibrio en delgadas tablas en medio de la noche para descargar los camiones. Entre tanto, en los barrios y cabeceras municipales madrugan los tenderos para ir a estos mercados en búsqueda de los mejores precios de alimentos en cosecha para facilitar el abastecimiento de familias, en algunos casos al fiado considerando las restricciones económicas actuales.
Es así cómo, según el DANE, desde el año 2012 hasta el 2017, por las centrales mayoristas de las 10 principales ciudades de Colombia se movieron desde las veredas a las ciudades, cerca de 25 millones de toneladas de alimentos: 26 % hortalizas; 27 % tubérculos, raíces y plátanos; 26 % frutas y 21 % de otros grupos. Solo para abastecer a un bogotano promedio se estima que se requieren 0,7 hectáreas de tierra y para producir todos los alimentos que llegan a Bogotá D.C. en un año se necesita al menos el agua que reúnen 11 lagos de Tota.
De la apropiación y el uso silencioso y cotidiano de este conjunto de bienes ambientales y procesos de trabajos que sostienen el abastecimiento alimentario de los colombianos se habla muy poco. Sólo hasta que la protesta social y los bloqueos aparecieron, restringiendo la circulación de mercancías y ganancias y generando pérdidas económicas para algunos sectores, emergen con dureza el miedo que acompaña las alarmas y la realidad del “desabastecimiento” que, antes, tímidamente, con vergüenza, mostraron las banderas rojas en las ventanas de millones de casas y apartamentos para comunicar el hambre. Cuando las ganancias fluyen, el abasto alimentario es invisible, nadie habla de él, sistemáticamente se olvida el recorrido de los alimentos y la vida de productores y transportistas que los mueven para llegar a la mesa de los comensales que pueden comer sus tres golpes en medio de los duros y crudos días de nuestro país.
El abasto alimentario y sus problemas no corresponden únicamente a la coyuntura actual. Hace cuatro décadas, las cifras del abasto alimentario de Colombia mostraban que los colombianos contábamos con una producción que permitía el autoabastecimiento alimentario en una cifra superior al 70 u 80 % para muchos productos que en la actualidad son importados, lo que permitía en esos años fortalecer los mercados alimentarios locales y regionales, que convergían en el nivel nacional. Buena parte de estos alimentos provenían de la economía campesina y de pequeños y medianos productores, quienes cultivaban en suelos de ladera en aquellas tierras donde lograron arraigarse en medio de luchas por la tierra desde inicios y mediados del siglo XX. Estas poblaciones y sus economías se han articulado a los centros urbanos para abastecer de alimentos a los diferentes sectores sociales asentados en las ciudades en medio de muchos obstáculos y pérdidas, que han vulnerado las posibilidades de producción y abastecimiento.
Este proceso para abastecer las grandes ciudades y garantizar la realización del derecho a la alimentación, se vuelve un reto constante que cuenta con muchos obstáculos para alcanzar una política humanitaria, y no solamente comercial y económica, que permita regular el control corporativo de las semillas, el alto precio de los insumos, el bajo costo de compra a los productores, el incremento de las importaciones de alimentos, que, en su conjunto, son los factores que terminan expulsando a pequeños productores del mercado, reduciendo sus ingresos y sometiéndolos a sistemáticas pérdidas que, al final, los ha llevado a abandonar sus tierras para migrar a las ciudades en la búsqueda de trabajos informales con salarios precarios que generan más situaciones de hambre.
Los silencios sobre el abastecimiento hacen cómplices a muchos sectores, nadie ubica sus relaciones con los precios de la gasolina, el precio de los peajes, el mal estado de las vías, el alto precio de los insumos, la privatización de las semillas; tampoco se relaciona con las condiciones de trabajo de los productores y sus bajos márgenes de ganancia. Con las políticas de libre mercado se terminan deteriorando las condiciones de vidas en la ruralidad, se fracturan y restringen las posibilidades de autoabastecimiento, se quebrantan los mercados locales y el tejido social rural y se concentran las ganancias en importadores, en los grandes productores y en los supermercados, mientras se cierran las plazas municipales y las tiendas de barrio en todas la ciudades y regiones del país.
Solo se habla del desabastecimiento cuando los productos perecederos duran días y se pierden en carretera, cuando los transportistas o los comerciantes se ven afectados por los paros y los bloqueos. Cuando hay bloqueo, la alimentación y el abasto son un derecho que no debe ser restringido, pero cuando las ganancias fluyen el silencio es la estrategia. Es importante que el paro y la protesta sigan dando señales y enseñanzas éticas y humanas como las que se vienen conociendo en diferentes regiones a partir del establecimiento de corredores humanitarios en más de 60 sitios del país, según la Defensoría del Pueblo, que hacen posible que, en medio del paro, se dé el abastecimiento de los productos esenciales a partir de acciones humanitarias. Este es un momento lleno de posibilidades para la construcción de un circuito agroalimentario humanitario a partir de una convocatoria clara por el derecho a la alimentación solicitada al gobierno, a los gremios y a los comerciantes, que permita garantizar el pan nuestro de cada día a las familias colombianas, como un paso fundamental en la construcción de confianza y paz.