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Pensar que un órgano complejo como el ojo pueda aparecer por simple azar es tan absurdo como creer que un huracán pueda ensamblar un Boeing 747 combinando aleatoriamente pedazos de metal en un depósito de chatarra.
Este argumento, con algunas variaciones, sigue siendo el arma favorita de los creacionistas bíblicos para arremeter contra la teoría de Darwin, ahora amparados bajo el manto de una nueva seudociencia: la “teoría del diseño inteligente”. Es sorprendente que esa comparación se siga utilizando para demostrar que la evolución por sí misma es incapaz de dar cuenta de la complejidad y orden del mundo natural, pues los biólogos, que yo sepa, nunca han considerado la aparición fortuita de un órgano complejo como un hecho factible. Ni siquiera han contemplado la posibilidad de que una proteína particular se ensamble de manera espontánea, sin la mediación del ADN, pues semejante evento sería tan improbable como que un chimpancé tecleando al azar en una máquina de escribir produzca una frase completa de El Quijote.
Consideremos la frase que da comienzo a la novela: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. Si a las veintisiete letras del alfabeto añadimos la coma, el punto y el espacio en blanco, el mono literato, cada vez que desee pulsar una tecla, puede escoger entre treinta símbolos. Como la frase contiene 176 caracteres (contando espacios), la probabilidad de acertar aleatoriamente el texto completo sería de 1 en 30 elevado a la potencia 176. Tecleando a razón de un carácter por segundo, desde el comienzo de la creación hasta el día de hoy, el pobre primate no habría alcanzado a escribir ni siquiera una fracción infinitesimal del total de frases posibles. De hecho, tal suceso sería mil veces más improbable que ganarse “el Baloto” ¡treintaisiete veces seguidas!
De otro lado, es fácil simular un proceso evolutivo que en pocos minutos encuentra la célebre frase utilizando un simple mecanismo de “mutación y selección”. En un lenguaje cualquiera de programación (en el ejemplo se utilizó el programa “Maple”) hacemos que el algoritmo genere aleatoriamente una frase de 176 caracteres, el “Adán” de la primera generación. El padre escogido al azar por nuestro algoritmo fue el siguiente: “.chnkywmlrytmfitnmwdavñsbn.,.jdmhipjlokmgqykju,uejhhszlsineffettpnpmwiahwoz ourlksphonl.ñabciofndñackifyyafcwbzoors.ryrrpiwcgwñz.h,ñetjuññtgñzrmxin.wññyiavgñcoanedbfqtwr.a,fqx,”. A continuación, el programa “engendra” un número específico de clones (mil en este caso), los cuales difieren de su progenitor en unas pocas “mutaciones”, entendiendo aquí por “mutación” el cambio aleatorio de algunos caracteres. Luego, como “padre” de la siguiente generación, se escoge el “mejor adaptado” de todos los descendientes, es decir, aquel que guarde con la frase original de Cervantes el mayor número de coincidencias, y se continúa de esta manera en cada nueva generación.
Tras docenas de generaciones de textos sin ningún sentido, finalmente, en la generación 121, el programa produce una frase algo legible: “eenhnn lulay me tammanvha, de cuyhinombke ny quiero acordaime, no ha muchowtiomro vpvin .nahidafno dc losade banor enyastillgrñ, auñrtauañtggrax rociñ fiaco coaaedo ,qorreaorx”. Pero hay que esperar treinta generaciones más para llegar a esta otra: “en un lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha muchowtiempo vivia un hidalgo de los de lanza en astillero, adarta antigua, rocin flaco y gaego corredorx”. Solo en la generación 166, y después de 24287 mutaciones, el programa alcanzó finalmente su objetivo, y reprodujo fielmente el texto.
Debo advertir que dicho programa opera bajo un mecanismo de selección en extremo simplificado que no coincide exactamente con su contraparte biológica. Supone además un criterio único de “eficacia reproductiva” (en este caso de tipo teleológico), mientras que en el mundo real los factores que condicionan la eficacia reproductiva del individuo suelen ser numerosos y harto más complejos. No obstante, el ejemplo demuestra, y este es el propósito principal, cómo un sencillo mecanismo de variación y selección puede lograr un objetivo inalcanzable por simple azar.
Podría objetarse que nuestro organismo virtual difiere en un aspecto fundamental de los sistemas biológicos complejos, pues permanece “funcional” tras los sucesivos cambios que ocurren a los largo de su evolución. Esto no sucede, alegan los proponentes del diseño inteligente, en los denominados “sistemas irreductibles”, que pierden su capacidad operativa si llegasen a prescindir de cualquiera de sus partes. El argumento es en esencia una reformulación más sofisticada de la objeción decimonónica clásica: ¿Qué ventaja representa poseer medio ojo, o un décimo de ojo? Y si una fracción de ojo es inútil, ¿cómo podría explicarse la aparición del órgano definitivo como consecuencia de un proceso gradual?
Se sabe que los primeros ojos fueron pequeñas “manchas oculares” como las que presenta la euglena: diminutos fotorreceptores, “milésimas de ojo” que apenas discriminan entre “luz” y “oscuridad”, pero que le confieren al unicelular una notable ventaja, pues lo orientan hacia la superficie marina, donde abunda el alimento. Luego aparecieron capas enteras de células fotosensibles que se fueron invaginando gradualmente hasta adquirir forma de copa, dando origen a una rudimentaria cámara oscura (“décimas de ojo”) como las que poseen algunas babosas actuales. El registro fósil muestra además organismos del cámbrico Inferior que poseen ojos más sofisticados, aunque aún sin lente, perfectos ejemplos de que es preferible ser medio cegatón que invidente. Y existen multitud de fósiles que exhiben todas las “fracciones de ojo” imaginables, y que aparecieron en forma gradual, contrario a lo que afirman los nuevos creacionistas.
La teoría del diseño inteligente es otra propuesta seudocientífica que pretende hacer encajar la idea del Dios creador de la religión monoteísta de occidente dentro del esquema de la ciencia contemporánea. Es otro intento fallido de los fundamentalistas cristianos para sabotear la enseñanza de la teoría de la evolución en las escuelas secundarias, cuando pretenden darle al creacionismo bíblico la respetabilidad intelectual que jamás ha tenido.