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Mendel de los libros

Héctor Abad Faciolince
04 de julio de 2010 - 04:00 a. m.

NO SÉ POR CUÁL CURIOSA CONSTANcia de la memoria —o de la realidad— hay un nombre judío que yo asocio con la bondad y con la pasión por la música y los libros: Mendel. Música, libros, judíos de Europa oriental y del Imperio Austro-húngaro de la primera mitad del siglo XX. Y una gran ciudad donde todo esto se origina: Viena.

Los dos primeros momentos de mi memoria son dos recuerdos de personajes librescos, es decir, imaginarios. Sus autores fueron un par de escritores inmensos y dos grandes amigos: Joseph Roth y Stefan Zweig. Hace poco El Acantilado publicó la magnífica correspondencia entre ellos, donde uno puede leer la angustia y la desesperación de Roth ante el ineluctable crecimiento del nazismo en los años 30 del siglo pasado.

El primer Mendel de mi historia es Jacob Mendel, protagonista de un cuento extraordinario de Stefan Zweig, publicado por primera vez en alemán en 1929. El título del cuento lo dice casi todo: “Buchmendel”. Buch, en alemán, es “libro”, por lo cual la palabra creada para el cuento es algo así como “Mendel de los libros”, o, literalmente, Libro-Mendel. No quiero contarles la historia, para que la lean, pero todo se desarrolla en un pequeño café de Viena, donde este sabio librero despachaba, y donde es acusado (por judío) de traición a la patria y enviado a un campo de concentración donde todo lo pierde (la memoria y los libros), en tiempos de la Primera Guerra Mundial.

El segundo Mendel es Mendel Singer, el protagonista de una de las novelas que a mí más me han conmovido desde que estoy leyendo: Job, de Joseph Roth, publicada inicialmente en 1930. Este Mendel es un hombre pío que abandona a su hijo enfermo en un remoto poblado de Europa oriental y se va a buscar fortuna en Nueva York, donde no encuentra más que desgracias. No les diré tampoco el desenlace hermoso de esta historia, pero puedo anticiparles que tiene que ver con la música y con canciones infantiles que este padre adolorido le cantaba a su hijo enfermo antes de abandonarlo a su destino.

El tercer Mendel es real y vine a conocerlo apenas esta semana en la revista Dinero. La persona que más sabe de libros viejos en Colombia se llama Mauricio Pombo. Lo poco que yo sé sobre libros viejos a él se lo he aprendido. Buchpombo, digámosle así, cuenta la tristísima historia de un judío vienés que vivió 24 años en Colombia: Bernardo Mendel. Su pasión eran la música y los libros. Este Mendel nuestro consiguió reunir la mejor biblioteca del país y antes de morir quiso donarla a la Biblioteca Nacional. Así lo cuenta Buchpombo: “Hace cincuenta años, el país se negó a recibir en calidad de donación una de las más importantes y valiosas bibliotecas privadas del continente: la colección del arriba mencionado señor Mendel. No estoy exagerando: Colombia se negó a recibir en donación uno de los más grandes tesoros bibliográficos de América Latina y se negó a ello con una argumentación digna de entrar en los anales como summa cum laude de la oligofrenia universal”.

Más que oligofrénica, es una historia infame y deben leerla completa en el relato de Pombo. Les cuento el desenlace: dos mediocres que han pasado a la historia colombiana como grandes intelectuales, Germán Arciniegas y Enrique Uribe White, se negaron a aceptar esta donación porque el judío Mendel pedía que ese fondo llevara su nombre. Y un nombre judío como Mendel no podía manchar las paredes de la Biblioteca Nacional. Hoy el Fondo Mendel es el orgullo de la Lilly Library en la Universidad de Indiana, y la historia de este Mendel real es tan triste y aleccionadora como la de esos otros dos Mendel literarios.

Por esos años Colombia también vivió, a su medida, ese ambiente antisemita que se vivió en Europa. Cuando Stefan Zweig, desesperado, se quitó la vida en Petrópolis, ese otro prohombre colombiano tan amado por Fernando Vallejo, Laureano Gómez, escribió que el suicidio era el destino natural de esa raza infame, la judía, y que bien había hecho Zweig en eliminarse a sí mismo, ahorrándoles el trabajo a la razón y a la fuerza.

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