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Nairo Quintana y el nuevo ciclismo

Héctor Abad Faciolince
20 de julio de 2013 - 10:00 p. m.
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Si es verdad que —como dicen — que Nairo Quintana va a llegar al podio en el Tour de Francia estando limpio de cualquier tipo de sustancias ilegales, voy a tener que tragarme mis propias palabras.

Incluso desde antes de la confesión de Armstrong —y quizá más por desesperación que por convicción—, sostuve que la única salida para el problema del dopaje en el ciclismo era legalizarlo: si todos los campeones ganaban dopados, y si los que no se dopaban llegaban horas detrás, daba la impresión de que la única salida era permitir que los que quisieran usaran estas ayudas químicas, así acabaran matándose con tal de ganar. Pero parece ser que hay una nueva cultura antidopaje que está ganando la carrera en el ciclismo, y que en adelante será posible ganar las competencias deportivamente y sin tener que matarse.

Hay un dato que estaría demostrando lo anterior: las mismas cuestas del Tour de Francia los ciclistas de hoy se demoran en subirlas cinco o diez minutos más que los ciclistas de hace algunos años. Y además hay una medida que indica si los ciclistas están limpios: la potencia por kilogramo que desarrollan, según distancia, inclinación y tiempo, en las carreras de montaña: parece ser que por encima de ciertos valores (6,1 watts por kilo) el resultado se vuelve altamente sospechoso de ayudas extradeportivas. Otra prueba adicional, aunque indirecta, es que los ciclistas que antes se dopaban y ahora no pueden hacerlo (por los controles más estrictos que hay), han vuelto a ser ciclistas promedio, de pelotón, y no campeones. A los pobres exdopados ya hasta les tienen apodo: vegetarianos.

La nueva camada del ciclismo colombiano (Nairo Quintana, Rigoberto Urán, Sergio Henao, Carlos Betancur) está teniendo en Europa una temporada extraordinaria: segundo puesto en el Giro, campeón de los jóvenes, podio en el Tour, Vuelta al País Vasco, muchas etapas… Y todos sin dopaje, me dicen, sobre todo gracias a un grupo de apasionados por el ciclismo que se han comprometido con este deporte siempre y cuando se practique sin ninguna ayuda química ilegal. Cuentan con toda la tecnología de punta del momento (en cuanto a bicicletas, técnicas de entrenamiento, postura ideal, etc.), pero controlan permanentemente a sus ciclistas mediante un pasaporte biológico de sangre y de hormonas. Muchacho que no sale limpio, se sale también del programa. Tienen el apoyo de Coldeportes y de Colsánitas, los patrocina 4-72, y una organización deportiva y empresarial seria y honesta detrás de la cual hay un gran entrenador, Luis Fernando Saldarriaga, y un estratega en la sombra, Ignacio Vélez. De ahí salió Nairo, que fue campeón del Tour del Avenir en 2010; de ahí viene Chávez, campeón allí mismo en 2011; de ahí viene Chamorro, que llegó segundo el año pasado y este año repite. Y de ahí viene otro que irá al Tour de los jóvenes en agosto: Évert Rivera.

Ocurre algo muy raro, sin embargo: estos ciclistas colombianos que ganan en Europa, no ganan en Colombia. Los que ganan nuestra Vuelta y nuestros clásicos, son otros. Y desarrollan en montaña potencias que están por encima de los 6,1 watts por kilo de peso. Y hasta ahora parece que la Federación Colombiana de Ciclismo no se ha dado cuenta de estas rarezas. Como si el ciclismo oficial colombiano viviera todavía en el pasado europeo de la trampa, y no en el ciclismo limpio del futuro.

Que no saquen ellos pecho por Nairo Quintana, pues Nairo viene de otra cultura. La del campesino lacónico y sagaz que señalaba Carlos Arribas. Su rostro inexpresivo esconde voluntad, grandes condiciones e inteligencia. Es un gran estratega que planea cada carrera. Nunca había participado en un Tour, tiene apenas 23 años y corre limpio. De un tipo así, fiel y constante, podemos esperar muchos más triunfos.

 

 

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