Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El autor de una de las mayores estupideces que se han escuchado en el mundo de los libros, es uno de los autores cuyos libros más se venden en el mundo: Paulo Coelho. “Uno de los libros que más daño le ha hecho a la humanidad es Ulises, de James Joyce”, afirmó el brasileño en el diario Folha de Sao Paulo. “Es puro estilo. No hay nada ahí. Si disecas Ulises, verás que es sólo un tweet”.
La noticia es seria, porque si Coelho dice una sandez sobre astrofísica, digamos, se le perdona ya que ésa no es su profesión y él no tiene por qué ser una autoridad en la materia. Pero que lance semejante idiotez sobre una de las novelas más importantes de todas, la que, año tras año, es escogida entre quienes sí son autoridades en la materia como la más influyente de la modernidad; o sea, que se equivoque sobre algo tan crucial de su propia profesión, es inexcusable.
Unos dirán que en el arte todo es subjetivo, y si un libro nos gusta o no es cuestión de preferencias. Y es cierto. Entre gustos no hay disgustos, dice el refrán. Pero aquí el problema no es de gustos, sino de criterios.
¿Por qué Joyce es, a diferencia de lo que piensa Coelho, importante? Muchos autores publican buenas novelas: entretenidas y bien escritas. Muy pocos escriben grandes novelas: que estremecen, conmueven y asombran. Pero son escasas las plumas que, además, crean realidad: ensanchan nuestro mundo con el mundo ficticio que han inventado. Colombia es Colombia más Macondo, gracias a García Márquez. México es México más Comala, gracias a Rulfo. Sin embargo, hay otros talentos que dan un paso más allá: conquistan un nuevo territorio de lo humano. Desplazan fronteras, ganan un trozo adicional del mundo o de nuestra interioridad. Para las letras, retratar la conciencia del individuo había sido la meta inalcanzable. Varios autores, entre ellos Shakespeare y Flaubert, acercaron al lector a la intimidad psicológica del personaje. Pero Joyce fue el primero en captar, como anotó Vargas Llosa, “una conciencia en movimiento”. El recurso del monólogo interior, que hoy usan todos los escritores (incluyendo a Coelho), existe gracias a este irlandés. Joyce es trascendental por muchas razones más, pero esa bastaría para ocupar un puesto de honor en la literatura universal. Si Coelho tiene la audacia, y la ignorancia, de reducirlo a un tweet, entonces dice mucho de nuestra cultura que éste sea el autor de mayor ventas del mundo.
Otros dirán que el error es mío por tomar en serio a Coelho. Lo hago no porque me gustan sus libros (para nada) ni porque me parece que sea un intelectual de respeto (aún menos), sino porque es una persona famosa e influyente, que debe cuidar lo que dice en público, pues sus palabras tienen resonancia mundial. “La celebridad no debería ser un salvoconducto para la trivialidad o el error”, dijo Revel. Y tiene razón. La persona famosa es vista, a menudo, como un ejemplo, un modelo de acción o pensamiento, alguien que no sólo debemos admirar sino emular. En suma: la fama conlleva responsabilidad. Parece que eso no lo sabe Paulo Coelho.
“Los libros pueden dividirse en dos clases”, señaló John Ruskin. “Los libros del momento, y los libros de todo momento”. La diferencia entre Joyce y Coelho es que Ulises pertenece a la segunda clase. Los libros de Coelho, a la primera.