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La narrativa presentada por el Gobierno en el lanzamiento de un programa para impulsar el crecimiento del país es que el choque que recibió por la caída de precios de sus exportaciones fue uno de los más graves del continente, a pesar de lo cual fue capaz de un buen desempeño del empleo y de la inversión. El deterioro del empleo no fue mayor, gracias a que se dejó de colgarle a la nómina los pesados fardos parafiscales en la reforma tributaria de 2014. Lo de la inversión es menos cierto, pues se viene deteriorando con el ajuste del gasto necesario para que las importaciones se redujeran al ritmo de las exportaciones, que cayeron 50 %.
Es verdad que no tuvimos desórdenes macroeconómicos de la magnitud de los que tuvieron Venezuela, Argentina o Brasil, ni nos vimos sometidos a una tasa de cambio fija como la del Ecuador, que le ha golpeado directamente el ingreso y obligado a un enorme ajuste fiscal. Pero no fuimos previsivos, no ahorramos la bonanza fuera del país para que afectara menos la tasa de cambio ni para invertirla durante los años de vacas flacas.
La otra narrativa, más cercana a lo que pasó, informa que durante la bonanza las administraciones Uribe y Santos no sólo no ahorraron, sino que se endeudaron, redujeron impuestos y gastaron a la lata. El sector privado no invirtió por la competencia de importaciones baratas. Comparado con Perú y Chile, Colombia tuvo déficits fiscales todo el tiempo, su endeudamiento externo se duplicó haciendo que su tasa de cambio fuera la que más se revaluara en el auge (agudizando la enfermedad holandesa) y en la destorcida la que más se devaluara, haciendo que la inflación se disparara, algo que no sucedió en esos dos países. El Banco de la República se demoró bastante en reaccionar, aturdido por la presencia de una fuerte sequía que aumentó los precios de los alimentos; hoy la inflación no está descendiendo suficientemente porque, entre otras cosas, la política monetaria ha perdido credibilidad.
No ha ayudado que el nuevo gerente del banco sea cercano al presidente, que haya sido poco discreto hasta ahora, que opine como si fuera ministro y no como vocero de la junta directiva que lo nombró. Hace tiempos que el gerente del banco no asistía a actos del Gobierno, como lo fue el lanzamiento de Colombia Repunta, en donde el propio ejecutivo le comunicó, en tono por demás risueño, que debía reducir la tasa de interés; algunos voceros del sector privado replicaron la presión.
El ajuste del salario mínimo del 7 % y el aumento de tres puntos del IVA incentivan la inflación. El problema es que las expectativas son de un alza de precios del 4,6 % a fines de 2017, lejos del rango máximo de 4 %, y haría que se incumplan las metas del banco central por tercer año consecutivo. Eso significa que la política monetaria no puede relajarse todavía y que fue un error la movida sorpresiva de diciembre que redujo la tasa de interés sin que estuvieran ancladas las expectativas hacia la meta de inflación.
Estamos en la parte descendente del ciclo económico, donde se van acumulando reducciones del ingreso y de la demanda que afectan negativamente la inversión. Las exportaciones industriales o agrícolas no han reaccionado todavía, pero algo ayuda la recuperación del petróleo. El ciclo recesivo no se revierte con anuncios públicos ni con la esperanza de que la paz va a hacer el milagro de la recuperación económica inmediata.