Roraima, signo  de la crisis de Venezuela

Beatriz Miranda
03 de mayo de 2017 - 04:27 a. m.
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Roraima es un estado brasileño que fue creado en 1988, está ubicado  en la tríplice frontera: Brasil, Venezuela y Guyana. En los dos últimos años, se ha vuelto la puerta  de entrada de miles de  venezolanos que buscan alimentos, asistencia médica,  trabajo temporal e asilo, evidenciando que la crisis humanitaria de Venezuela cruzó la frontera y se extendió a Brasil.

Tierra de caballos salvajes, con una  población  de aproximadamente 500 mil personas, es el estado menos poblado de Brasil,   registra  la menor densidad demográfica y  posee el Producto Interno Bruto más bajo del país. Su capital Boa Vista es la única totalmente ubicada en el hemisferio Norte.

En los últimos dos años,  el cotidiano de Boa Vista y Pacaraima han cambiado con la llegada de venezolanos que buscan abrigo, refugio o esperanza en suelo brasileño.

Según fuentes oficiales, se estima que  más de 12.000 venezolanos han entrado y permanecido en Brasil desde 2014. El número de venezolanos que se trasladan a Brasil, para vivir en Roraima, se ha quintuplicado  llegando a más de 7.000  en 2016.

El incremento del número de venezolanos en Roraima es un récord histórico  si comparado a otros flujos migratorios internacionales desde la creación del estado.

Venezolanos acuden  diariamente  a las principales ciudades de la frontera con Brasil,  no solo para vivir, sino también para comprar  alimentos, remedios y productos de primera necesidad,  con  cajas de Bolívares en franca devaluación. Esto de alguna forma ha sido facilitado por las leyes nacionales, las cuales  permiten a los extranjeros salir de Brasil y llevar hasta 2.000 reales en comida o artículos de higiene.

La mayoría de ellos son profesionales, jóvenes y hombres. A pesar de que tienen buen nivel académico, terminan aceptando trabajos que demandan más baja calificación y muchas veces se vinculan al trabajo informal  con el objetivo de  buscar nuevas  oportunidades de vida  lejos del país natal.

En parte, esto se debe al carácter poroso  de  la frontera: Pacaraima, ciudad brasileña y la venezolana Santa Elena de Uairén comparten una legítima frontera seca, sin obstáculos naturales.

En los últimos meses el  gobierno del estado de Roraima ha decretado situación de emergencia en salud pública debido al aumento del número de pacientes en los hospitales locales, consecuencia directa del   incremento exacerbado del  flujo migratorio.

Según el Director para las Américas de Human Rights Watch  “Brasil está intentando atender las necesidades urgentes de los venezolanos que son víctimas de una crisis humanitaria de la cual el gobierno de Maduro es el principal responsable”.

Esta entrada masiva de extranjeros ha contribuido para colapsar el sistema de salud del estado  que ya estaba saturado.  La directora del Hospital General de Roraima afirma que  la “institución  ha atendido  aproximadamente 300 pacientes venezolanos al mes y que  en el hospital de la ciudad fronteriza de Pacaraima, aproximadamente 80%  de los pacientes son venezolanos.

Profesionales brasileños  vinculados al área de la salud afirmaron que los venezolanos han llegado a los hospitales más graves que los pacientes brasileños por no haber recibido en su propio país atención médica adecuada y que muchos padecen de  enfermedades como el Sida, neumonía y malaria, lo que demanda internación.

Antes de la suspensión de Venezuela del Mercosur, los venezolanos podían permanecer en el territorio brasileño  hasta por  90 días, sin necesidad de visa.

Sin embargo, ellos ya saben que la forma más rápida y más barata de entrar al país es solicitando asilo, lo que ha aumentado exponencialmente.

En 2012,  se había  registrado solamente una solicitud, sin embargo hasta finales de 2016, se  verificaron 1.900 solicitudes.  A partir del momento que tienen el protocolo de solicitud, tienen un permiso de trabajo pueden permanecer en el país  e inscribir sus hijos en la escuela.

Una escena que ya hace parte del cotidiano de la policía federal en Boa Vista, son las filas de venezolanos en sus instalaciones de la Policía Federal  a la espera de ser atendidos.  Hace algunos meses estas citas pasaron a la agenda de 2018 y la fila de espera sigue siendo bastante larga.  

Roraima hoy es un retrato de una Venezuela en llamas. Aunque no se pueda pasar por alto los impactantes indicadores sociales de la Era Chávez, es una realidad que la bonanza de la revolución bolivariana, desde la baja del barril del petróleo, empezó a derrumbarse.

Qué bueno sería que el Presidente Nicolás Maduro releyera la brillante carta del escritor Willliam Ospina publicada en El Espectador y entendiera que aunque haya alternancia en el poder, Venezuela nunca más  será la misma y que por más sufrida y dividida  que esté, puede y debe decidir su propio destino en las urnas, independientemente de los resultados.

Mientras tanto, la región debería tener conciencia de que hace rato la crisis venezolana desbordó sus fronteras. Su impacto humanitario revela los puntos rotos  del sistema, en dónde empieza y termina el tejemaneje del poder pequeño, el que ensombrece los grandes sueños. Con el tiempo, los líderes se vuelven caudillos.    

Profesora Universidad Externado

 

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