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Santos y Uribe: el policía bueno contra el malo

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Mauricio Rubio
16 de octubre de 2014 - 02:00 a. m.
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El policía bueno y comprensivo que aparece después del malo –antipático, agresivo y amenazante- es una estrategia para ablandar el ánimo de los delincuentes.

Las revelaciones de Daniel Coronell sobre los intentos del gobierno Uribe por negociar no sorprenden y encajan en ese esquema.

La actuación de Luis Carlos Restrepo como policía bueno sí fue deplorable. Sobre todo por la informalidad con la que manejó recursos públicos para concederle a un oscuro personaje contratos por más de mil millones de pesos con el objetivo de “lograr el aumento de la producción agropecuaria y facilitar condiciones para alcanzar la paz social” en diez municipios o corregimientos bajo influencia fariana.

Coronell ve la paja en el ojo del tombo bueno uribista pero no la viga en el del actual: la ligereza con la que se está cocinando el futuro gasto de descomunales recursos para la misma finalidad de esos contratos. En el posconflicto no serán diez localidades por una suma que parecerá irrisoria, sino amplios territorios por una buena tajada presupuestal. Restrepo se consiguió y despilfarró mil millones, pero sólo con la “Reforma Rural Integral” los policías buenazos de Santos le anuncian al contribuyente una factura muy superior, por varios billones, para lo mismo: la esperanza de enderezar la economía campesina, reducir la pobreza rural y así lograr la paz. Es un “traque, Mandrake” bastante más oneroso.

Hubiera sido un buen gesto de Coronell darle crédito a Uribe por recurrir al policía bueno, aunque eso implicara reconocer que el sainete preelectoral “guerra o paz” era propaganda reeleccionista. Los acercamientos de Restrepo contradicen el cuento de diferencias irreconciliables entre uribistas y Santos frente a las negociaciones. Es cuestión de matices, de definir a gusto las condiciones para que un policía bueno finiquite una guerra que ganaron los policías malos. Esa victoria que la izquierda niega la hacen evidente Timochenko exilado, muchos meses de comandantes ibidem en La Habana, el flujo de desmovilizados con historias de horror sobre la vida actual en la guerrilla, la comparación con las exigencias subversivas en negociaciones anteriores y el motor urbano del país funcionando normalmente. Las críticas al proceso de paz no siempre son un clamor para que vuelva el policía malo que, con menos bombo, ha seguido ahí. Pueden reflejar preocupación porque a los policías buenos se les vaya la mano en zanahorias o que conciban el posconflicto con una visión demasiado ingenua y costosa. Ya hay indicios en esa dirección.

Resulta absurdo que las negociaciones sigan salpicadas por enfrentamientos personales entre líderes –o escuderos o seguidores- por prejuicios, orgullos heridos o impulsos viscerales. El calificativo de camorreras puede ser fuerte, pero las últimas columnas de Coronell sí son gratuitamente provocadoras, y no contribuyen a la reconciliación. Fuera del aplauso de la fanaticada, es confuso lo que pretende con ellas; imposible que piense que así va a lograr que Uribe se calle. Si a las víctimas se les pide que perdonen a sus verdugos, los formadores de opinión ya deberían pasar la página y mirar hacia adelante. El proceso de paz requiere uribismo, adicional al de Pinzón el malo. Para ratificar con voto popular los acuerdos, porque a estas alturas a los amañados en La Habana les sentaría un ultimátum, por lo menos para cumplir el cronograma y, sobre todo, para que un equipo más técnico y conocedor de los bemoles de la reencauchada tesis de las “causas objetivas” haga evaluaciones precisas de todo lo que se está ofreciendo alegremente para el posconflicto. Las previsiones del impacto sobre la violencia no pueden estar sólo a cargo de la misma burocracia magnánima que administrará esos recursos públicos.

El seguimiento con lupa del actual proceso es una tarea más ingrata que andar pegado al espejo retrovisor, pero es imprescindible. Los descaches de Restrepo seduciendo a las FARC son poca cosa ante declaraciones recientes de Sergio Jaramillo -un tombo malo del gobierno Uribe convertido en policía bueno con ínfulas de experto agropecuario- que anuncia inversiones de costo fiscal monstruoso e impacto incierto sobre la violencia. Los policías Santos desconectados de los malos, parapetados en el “no habrá nada sin el todo”, medio sordos a la crítica y sin supervisión de su Coronell, también patinarán si se empiezan a sentir infalibles.

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