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“La memoria es aliada de la paz", una consigna del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), no parece tan obvia. Lo demuestran los traspiés del Gobierno para nombrar al sucesor de Gonzalo Sánchez, su director durante 12 años, así como las andanadas en su contra y de los equipos de investigación por parte de algunos sectores desconocedores de la existencia del conflicto armado en Colombia. Tratar de cubrir el cargo con una chanfa para un copartidario sin visión equivale a echar por la borda el serio trabajo que busca que los colombianos no repitamos la tragedia del conflicto.
Conocer las dimensiones de los hechos de violencia ocurridos es una condición necesaria para el reconocimiento de las víctimas, su reparación y la no repetición. Si hubo cerca de 300.000 muertos, más de seis millones de desplazados, cerca de 80.000 secuestros, un número parecido de desaparecidos y alrededor de 20.000 hechos documentados de violencia sexual, se puede comprender que hay una compleja red de heridas que no cicatrizan y dolores que no han sanado, que abate a millones de compatriotas.
Si no se conoce y ventila la historia para que sea posible el reconocimiento del otro, solo se estarán aplazando nuevas erupciones de violencia.
En contra de la memoria atentan la indiferencia y la actitud de esquivar la historia. O de reescribirla.
En contextos diferentes, en Alemania, durante muchos años después de la Segunda Guerra Mundial, había un acuerdo tácito para que no se hablara de lo ocurrido entre 1933 y 1945. Los niños y jóvenes de los años 50, 60 y 70 no podían hablar en sus hogares de lo que había ocurrido. Imposible que preguntaran a sus padres y abuelos, por ejemplo, qué supieron del exterminio de los judíos y los comunistas, qué opinaban de la Noche de los Cristales Rotos, si apoyaron a Hitler o qué sintieron cuando los aliados y los rusos derrotaron el proyecto de los mil años.
En el caso alemán hay un fuerte componente de vergüenza: muchos, demasiados alemanes, admiraron a Hitler y comieron del cuento del imperio de duraría un milenio y que finalmente terminó en derrota total al cabo de 12, con un saldo de cerca de 60 millones de muertos en el planeta.
Necesitamos en Colombia trabajar arduamente por el reconocimiento del otro. Sin memoria histórica no será posible. Independientemente de los Acuerdos de Paz, del resultado del plebiscito del 2016, de los resultados electorales del 2018, las dimensiones del conflicto en carne y hueso, más allá de las estadísticas, han propiciado que actores como los docentes busquen, desde hace años, directamente en las aulas y en el trabajo con la comunidad, ejercicios de reconocimiento.
Sea en el Catatumbo, en la bota caucana, en los valles de María, las heridas del conflicto pueden aflorar en un mismo salón de clase cuando los hijos de víctima y victimario comparten su educación. Allí se entiende cómo, por ejemplo, proyectos de teatro y danzas pueden derribar las barreras de los odios heredados y contribuir al reconocimiento del otro.
Si el CNMH puede seguir rescatando la memoria, la paz estará mas cerca.