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Trauma "isla del tesoro"

Paul Krugman
23 de marzo de 2013 - 11:00 p. m.
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Hace un par de años, el periodista Nicholas Shaxson publicó un fascinante y escalofriante libro titulado Islas del tesoro, que explicaba cómo paraísos fiscales en el ámbito internacional —que también son, como destaca el autor, “jurisdicciones del secreto” donde muchas reglas no aplican— socavan economías por todo el mundo. No sólo se chupan los ingresos de gobiernos desprovistos de dinero y permiten la corrupción; distorsionan también el flujo del capital, contribuyendo a alimentar crisis financieras cada vez mayores.

Sin embargo, una pregunta en la que Shaxson no ahondó mucho es qué ocurre cuando una jurisdicción de secreto en sí revienta. Esa es la historia de Chipre en este momento. Y cualquiera que sea el resultado para el propio Chipre (advertencia: no es probable que vaya a ser feliz), el caos de ese país nos muestra justamente el grado hasta el cual siguen faltando reformas en el sistema bancario mundial, casi cinco años después de que empezara la crisis mundial de las finanzas.

Resulta que, en cuanto a Chipre, usted podría preguntarse por qué alguien se interesaría en una diminuta nación con una economía no mucho mayor que la de la zona metropolitana de Scranton, Pensilvania, en los Estados Unidos. Chipre es, sin embargo, miembro de la Eurozona, por lo cual los sucesos allá pueden desatar un contagio (por ejemplo, corridas sobre bancos) en naciones más grandes. Y hay algo más: si bien la economía chipriota puede que sea diminuta, es un actor financiero sorprendentemente grande, con un sector bancario cuatro o cinco veces mayor de lo que se esperaría dado el tamaño de su economía.

¿Por qué son tan grandes los bancos chipriotas? Porque el país es un paraíso fiscal en el que corporaciones y extranjeros ricos ocultan su dinero. Oficialmente, 37% de los depósitos en bancos chipriotas vienen de gente que no reside ahí; el verdadero número, si se considera a ricos expatriados y a personas que son residentes en Chipre sólo de manera nominal, es seguramente mucho mayor. Esencialmente, Chipre es un lugar en el que la gente —particularmente los rusos, pero no sólo ellos— oculta su riqueza tanto de los recaudadores fiscales como de los reguladores. Póngasele el maquillaje que se le ponga, es esencialmente lavado de dinero.

Y la verdad es que buena parte de la riqueza nunca se movió en lo más mínimo; sólo se volvió invisible. En el papel, por ejemplo, Chipre se convirtió en un descomunal inversionista en Rusia; mucho mayor que Alemania, cuya economía es cientos de veces más grande. En realidad, por supuesto, esto era apenas una “vuelta” de los rusos usando la isla como paraíso fiscal.

Para mala fortuna de los chipriotas, entró suficiente dinero real como para financiar algunas inversiones muy malas, a medida que sus bancos adquirían deuda griega y prestaban en una vasta burbuja de bienes raíces. Tarde o temprano, las cosas seguramente iban a salir mal. Y así fue.

¿Ahora qué? Existen algunas firmes similitudes entre el Chipre de hoy e Islandia (economía de tamaño similar) hace unos cuantos años. Al igual que Chipre, Islandia tenía un enorme sector bancario, inflamado por depósitos extranjeros, que sencillamente era demasiado grande para ser rescatado. La respuesta de Islandia esencialmente fue dejar que sus bancos cayeran en bancarrota, borrando a esos inversionistas extranjeros, al tiempo que protegieron a depositantes en el ámbito nacional, y los resultados no fueron tan malos. De hecho, Islandia, con una tasa de desempleo mucho más baja que la mayoría de Europa, ha atemperado la crisis sorprendentemente bien.

Para mala fortuna, la respuesta de Chipre a su crisis ha sido un pantano sin esperanza. Esto refleja, en parte, el hecho de que ya no tiene su propia divisa, lo cual hace que dependa de gente que toma decisiones en Bruselas y Berlín, la misma gente que no ha estado dispuesta a dejar que los bancos caigan abiertamente.

Sin embargo, eso también refleja la propia renuencia de Chipre a aceptar el final de su negocio de lavado de dinero. Sus líderes aún están intentando limitar las pérdidas de depositantes extranjeros, con la vana esperanza de que puedan reanudar los negocios como de costumbre, y estaban tan impacientes por proteger grandes intereses económicos que intentaron limitar las pérdidas de extranjeros mediante la expropiación de pequeños depositantes nacionales. Sin embargo, resultó que el chipriota común se sintió indignado, el plan fue rechazado y, en este punto, nadie sabe qué pasará.

Mi suposición es que, a final de cuentas, Chipre adoptará algo similar a la solución islandesa, pero a menos que ponga un alto a ser obligado a salir del euro en los próximos días —una posibilidad real— primero podría desperdiciar mucho tiempo y dinero en iniciativas a medias, intentando evitar darle la cara a la realidad al tiempo que acumularía enormes deudas con naciones más ricas. Ya veremos.

Pero retrocedamos un poco y consideremos el increíble hecho de que paraísos fiscales como Chipre, las Islas Caimán y muchos más aún operan prácticamente de la misma forma que lo hacían antes de la crisis mundial de finanzas. Todos han visto el daño que pueden infligir banqueros descontrolados, pero incluso así buena parte del mundo financiero sigue siendo conducido a través de jurisdicciones que les permiten a banqueros evadir incluso las tenues regulaciones que hemos puesto en práctica. Todos están llorando por los déficits del presupuesto, pero, incluso así, las corporaciones y los ricos siguen usando libremente paraísos fiscales para evitar el pago de impuestos, como no puede hacerlo la gente de abajo.

Así que no lloren por Chipre, lloren por todos nosotros, viviendo en un mundo cuyos líderes parecen decididos a no aprender del desastre.

 

*Paul Krugman /  Premio Nobel de Economía 2008.

 

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