Un avión privado (para mi prima)

Martín Jaramillo
22 de septiembre de 2018 - 05:00 a. m.

El origen de los aviones que tanto te gustan, prima, te puede dar una lección muy importante en economía.

En 1903, mientras Colombia se separaba de Panamá, en Europa y en EE. UU. hablaban de construir aviones. Solo imagínate, prima, el mismo sueño que todos tenemos de volar, pero con fines políticos, comerciales y militares.

En su época, los líderes del mundo, incluyendo a Theodore Roosevelt, repetían: “No hay tiempo para que la industria privada nos lo entregue, el gobierno debe actuar”. Con esa fe que tantos le tienen al Estado para resolver problemas, intentaron construir el avión. El gobierno de EE. UU. buscó a la mejor persona posible y le entregó suficientes recursos para que formara un equipo e innovara para cumplir el sueño de volar.

El elegido fue Samuel Langley, del prestigioso Instituto Smithsonian. Langley fue un intelectual con títulos honorarios de Harvard, Yale, Oxford y Cambridge. Era el autor del prestigioso libro Experimentos en la aerodinámica y un reconocido líder del área. Honestidad, experiencia e inversión estatal para la innovación; se aplicó la receta mágica que tienen los líderes políticos de hoy… ¿Qué podría salir mal?

Sus dos intentos de volar fracasaron por mal diseño. Los estadounidenses una vez más vieron sus dólares de impuestos, fuertemente trabajados, sumergirse por segunda vez al fondo del río Potomac en forma de avión. Esa plata invertida en “investigación” e “innovación” terminó en un prototipo fallido, diseñado por un intelectual que buscaba volar, pero solo se hundía mientras se lo llevaba la corriente.

El periódico The New York Times decía que el sueño de volar en una aeronave podría demorar “un millón de años”. Pero en esos días unos jóvenes revolucionarios, un poco locos si se les quiere decir, lograron volar un avión tan solo días después del millonario intento fallido del superexperto Langley. Estos jóvenes de Dayton, Ohio, eran los hermanos Wright.

Con su propio dinero desafiaron la gravedad y la iniciativa del gobierno más poderoso del mundo. En pocos años ya tenían desarrollado un modelo para venderlo al Estado: en el momento más necesario ellos inventaron un avión y lo pusieron a disposición de su país, por supuesto, cobrando por su trabajo. Patriotas, les llamaron.

Juzgando al gobierno de EE. UU. de la época con los estándares del debate colombiano hoy, Roosevelt sería un “neoliberal” que busca enriquecer privados (los hermanos Wright) a costa de lo público, y además estaría “dejando caer”, “desfinanciando” y “acabando” lo público (la iniciativa de Langley). Este ejemplo es ilustrativo, prima, porque libera la alta carga emocional que existe cuando se habla de que un privado, como por ejemplo una universidad privada, puede prestar un servicio mejor que el Estado (en universidades públicas).

Hay muchas cosas deseables para la humanidad: la aviación, la educación de calidad, la salud digna, las pensiones y la reducción de la pobreza. La historia nos muestra que a lo mejor a nuestras buenas intenciones no les falte plata, sino sistemas que permitan ser eficientes gastando la que hay. Y muchas veces la mejor forma para lograr eso es incluyendo a los privados en el juego de innovar.

 #EconomíaParaMiPrima

@tinojaramillo

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