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Cuando se convoca una marcha para manifestarse en contra de hechos detestables como la corrupción y el clientelismo, lo ideal es que el llamado lo hagan grupos de ciudadanos que piden a grito entero que los dineros públicos se respeten y se les considere como algo sagrado.
Llama la atención que los convocantes a la marcha del próximo 1 de abril, sean en primer lugar el expresidente Álvaro Uribe Vélez, líder de un gobierno que cambió un articulito en la Constitución Política de Colombia, mediante la compra de parlamentarios con embajadas, notarías y demás cargos públicos, para hacerse reelegir en el cargo, y en segundo lugar el exprocurador Alejandro Ordóñez, a quien el Consejo de Estado destituye del cargo por nombrar a familiares de sus electores en el ministerio Público.
Si somos consecuentes con estos dos hechos, rechazaríamos de plano esta invitación, no porque estemos de acuerdo con la corrupción, porque ningún colombiano de bien podría aplaudir el robo a las finanzas públicas del Estado, sino porque no tiene ningún sentido que dos personas que acuden a prácticas de corrupción y clientelismo para favorecerse a sí mismos, sean quienes ahora pretendan posar como el símbolo de la lucha anticorrupción.
En esta vida no existe corrupción buena, ni corrupción mala; clientelismo bueno y clientelismo malo. Corrupción es corrupción y no puede existir complacencia venga de quien venga.
Si nos parece terrible que la campaña política de Juan Manuel Santos haya acudido a métodos ilegales para buscar financiación, también nos debe parecer detestable que personas que ejercen un cargo público, acudan a la compra de congresistas y de magistrados para permanecer un tiempo más en el cargo.
Si a lo anterior le sumamos los escándalos del Gobierno de Álvaro Uribe por el apoyo a su administración de congresistas representantes del paramilitarismo y del narcotráfico, más los nexos de dos de sus edecanes con el narcoparamilitarismo, sumando los casos de Agroingresos Seguros y las chuzadas del DAS, podríamos preguntarnos por la autoridad moral con la que se convoca a una marcha contra la corrupción, cuando su gobierno estuvo rodeado de hechos oscuros.
El senador y expresidente Álvaro Uribe Vélez, es el menos indicado para citar a una marcha contra la corrupción, porque él como primer mandatario, fue incapaz de rodearse en un ciento por ciento de personas intachables, y muy por el contrario, en lugar de rechazar actos de corrupción o vínculos con actores ilegales, defendió a más de un político o funcionario a quien la justicia abría investigación, asegurando ser capaz de meter las manos al fuego, como sucedió en el caso de Jorge Noguera, insultando a magistrados de la Corte Suprema de Justicia y periodistas que desde sus áreas de trabajo, realizaban seguimientos a los casos.
No es posible que ahora se le vea horrorizado por el escándalo que se ha desatado por la financiación de la candidatura de Juan Manuel Santos en el año 2010, cuando en la historia de corrupción política y administrativa de nuestro país, su administración lleva la batuta.
También vale la pena recordar que en ese entonces Juan Manuel Santos fue apoyado por el uribismo en su totalidad, que además era el candidato de gobierno a quien se le montó toda la maquinaria desde el Palacio de Nariño a su favor. Que no nos vengan con el viejo argumento elefantiásico de que “todo fue a sus espadas.”
La corrupción es un hecho que no se debe tolerar en ningún mandatario por bueno que sea o que haya sido. Su rechazo se debe manifestar desde la ciudadanía, sin que esta se preste a manipulaciones políticas de personajes que de una u otra forma la han avalado y han permitido que en su nombre, quienes han trabajado con ellos, acudan a ella para favorecerlos.
Por esto estoy totalmente seguro que el llamado de Álvaro Uribe Vélez y Alejandro Ordóñez, para marchar en contra de la corrupción, carece de toda autoridad moral y sí en cambio se encuentra llena cinismo.