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Dicen que todos los caminos llevan a Roma, y aunque los incas jamás se encontraron con el imperio más importante de Europa, si recorrieron incontables senderos que los llevaron a construir algunas de las ciudadelas más imponentes que haya visto la humanidad. Algunas de estas todavía se levantan, orgullosas, en medio de montañas: el Valle Sagrado de Urubamba donde se concentran las obras arquitectónicas mejor conservadas y más representativas de la etnia quechua.
Ubicado a una hora al norte de Cusco, y entre las cordilleras Central y Oriental, el valle regala una de las vistas más completas de las montañas andinas y de los nevados que coronan algunas de sus cimas. Una panorámica complementada por tierras fértiles y un agradable clima cálido, características que le han ganado a la región el título de la mejor cultivadora de maíz del Perú.
Sin embargo, este no es el único producto que se puede encontrar en el antiguo centro agrícola de los soberanos incas. Al oriente, por ejemplo, se destaca el mercadillo de Písac, donde además de poder observar a los nativos haciendo trueques, también se pueden conseguir joyas hechas en plata, artesanías de cerámica y prendas tejidas con fibra de alpaca, ligera y cálida. La población también cuenta con un parque arqueológico, una ciudadela con terrazas de cultivo, torreones militares, un observatorio astronómico y el cementerio incaico más grande de América.
Desplazándose hacia el occidente se encuentra la ciudad que le da nombre al valle, Urubamba, también llamada “la capital arqueológica del Perú”. Se trata de una campiña ubicada en las faldas del nevado Chicón y que cuenta con una atractiva oferta hotelera, entre la que destaca el Tambo del Inka, uno de los siete mejores resorts y spas de Centro y Sudamérica según Tripadvisor. Este “recinto de descanso”, como traduce su nombre, no sólo cuenta con un spa perfecto para entregarse al relax y el confort, sino que también ofrece acceso a los distintos deportes que se pueden realizar en la ciudad, como canotaje, senderismo, bicicleta de montaña y paseos a caballo.
Además, cuenta con una estación de tren privada desde la cual se puede iniciar un viaje dos horas hacia uno de los destinos más añorados por los viajeros, Machu Picchu. Durante el trayecto no sólo es posible admirar las impresionantes montañas que componen las cordilleras de los Andes, sino también el río Vilcanota, que atraviesa todo el valle y que se va arreciando a medida que la locomotora se acerca a su destino final, un paisaje en el que, si se cuenta con suerte, se pueden avistar osos de anteojos y gallitos de las rocas, o tunquis, el ave nacional del Perú.
Pero antes de llegar a la antigua ciudad hay que detenerse en la estación de Ollantaytambo, llamada así por la población donde se encuentra. Además de ser uno de los puntos de entrada al Camino del Inca, una ruta que luego de cuatro días y varios puntos arqueológicos llega a Machu Picchu, también es una monumental obra militar y arquitectónica construida en medio de dos montañas en un lugar estratégico que domina todo el valle. Vale agregar que es también la única ciudad que se conserva casi intacta, al punto que sus casas todavía sirven como viviendas para los descendientes de la tribu quechua.
El recorrido continúa hacia el occidente hasta llegar a la estación de Aguas Calientes, la última parada antes de llegar a la cima de la añorada montaña. Ya sea que se arribe en bus o a pie, una vez allí el resultado es el mismo: el contraste del verde intenso de las montañas y el azul del cielo se ve mediado por una mole de granito que logra lo que pocas obras creadas por el hombre han podido, estar en completa armonía con su entorno natural, en pocas palabras, la panorámica de Machu Picchu, la “montaña vieja” de los incas le roba el aliento al visitante.
Cada rincón es más impresionante que el anterior, desde las incontables terrazas de cultivo, pasando por la cantera y el distrito de los artesanos con sus rocas irregulares, hasta el Palacio del Inca y los templos del sol y de las tres ventanas, hechos con ladrillos perfectamente tallados, detalles que demuestran la importancia de los recintos. Quienes planean el viaje con anticipación y están dispuestos a entrar a la lista de espera también pueden subir a la “montaña joven” Huayna Picchu, que, detrás de la ciudadela es hogar del templo de la luna y de una vista completamente diferente del complejo.
Finalmente, no se puede dejar de visitar el Cusco, capital del imperio inca y “centro del universo”, donde aguarda Sacsayhuamán, un complejo de plataformas hechas con piedras de granito de más de 10 toneladas y que necesitó de más de 20.000 hombres para completarse. Un punto desde el que se puede observar a la perfección toda la ciudad y que es el centro del Inti Raymi, la fiesta más importante de la cultura quechua, que se celebra con bailes y representaciones alegóricas durante los meses de junio y julio.
Otros atractivos de la ciudad incluyen varias construcciones que mezclan a la perfección la arquitectura incaica con la española. Es el caso del Qoricancha, una seguidilla de templos precoloniales que posteriormente pasaron a formar parte de un convento y que hoy funcionan como museo, o el Palacio del Inca, una casona colonial que perteneció al hermano del conquistador español Francisco Pizarro, Gonzalo, y que hoy es uno de los hoteles más reconocidos de la ciudad, gracias a sus amplias acomodaciones y su comida, una muestra de la gastronomía peruana, que como su cultura, ya posee renombre a nivel mundial.
*Invitación de Hoteles Libertador.