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La ruta de los sombreros más finos del mundo

Ecuador es la cuna de los sombreros de paja toquilla más finos del mundo.

Juan Fernández, Cuenca / Guayaquil
09 de octubre de 2009 - 07:07 p. m.
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Alicia Ortega cuelga el teléfono y sonríe. Le informan que Hermès requiere su mejor materia prima para un producto que lanzará próximamente. No es la primera vez, así es que ya conoce las exigencias de la casa francesa. Tampoco le preocupan: durante más de 100 años su familia se ha especializado en producir y comercializar algunos de los sombreros de paja toquilla más finos del mundo.

“Le confieso una cosa: con todo esto de la crisis económica mundial alcancé a asustarme, pero con llamadas como esta, o con pedidos como el que le enviamos a Bo Derek a través del cónsul de Ecuador en Turquía, tengo claro que siempre existirá mercado para los productos de lujo y personas dispuestas a pagar por ellos”, dice Ortega.

Los suyos, al igual que los sombreros de firmas ecuatorianas como Kurt Dorfzaun o Serrano, son obras de arte únicas e irrepetibles que mezclan el lujo y la tradición con el poder de la artesanía. Ortega lo sabe y como nunca trabaja para mantener viva la leyenda desde su fábrica y museo ubicada en el 3-86 de la avenida Gil Ramírez Dávalos, en Cuenca (Ecuador).

La familia Ortega ha conservado la tradición por cuatro generaciones desde que Aurelio, el abuelo, enseñó a su hijo Homero, padre de Alicia, los secretos del negocio y juntos se aventuraban por la ruta del Cajas hasta llegar al puerto de Guayaquil, donde vendían los sombreros a los comerciantes que los transportaban hasta Panamá.

Aunque su denominación correcta es sombrero de paja toquilla, en todo el mundo son conocidos como Panamá Hat. “Nuestros ancestros despacharon miles de sombreros durante la construcción del Canal de Panamá para que fuesen usados por los obreros e ingenieros que construían la obra. Los europeos y norteamericanos compraban decenas de ellos y los llevaban fascinados a sus países en donde les preguntaban en qué lugar los habían adquirido. Respondían ‘en Panamá’ y la gente empezó a confundir puerto de procedencia con lugar de origen”, explica Ortega.

Sin embargo fue Theodore Roosevelt quien en 1930, en una visita al Canal, se apasionó por el sombrero, lo puso de moda en Estados Unidos y, de paso, lo inmortalizó. Lo mismo hicieron Winston Churchill, Cary Grant, Ernest Hemmingway, Alberto Santos Dumont, Graham Green, Harry Truman, Orson Welles y John Huston, entre otros.

La ruta del Panamá

La paja para elaborar el “panamá” fue denominada como Cardulovica palmata en el siglo XVIII en honor a Carlos IV y su esposa María Luisa. Crece en las costas del Pacífico ecuatoriano, cerca a Guayaquil, y del retoño brotan hojas tiernas que cocidas y secadas al viento lejos de los rayos solares se repliegan hasta formar fibras cilíndricas rubias y delgadas.

“La tarea requiere mucha paciencia; de ese proceso depende su color y resistencia. La paja seca es seleccionada según su tono, elasticidad, dimensión y finura. Luego se empaca y vende en los mercados locales. Al final de sus largos tallos crecen hojas en forma de abanico que se cortan cuando aún son retoños para transformarse en la materia prima del tejido. La calidad del sombrero de paja toquilla depende no sólo del grosor de la materia prima utilizada sino también de la destreza manual de los tejedores”, señala Alicia Ortega.

Es el inicio de una ruta que se extiende por la provincia de Manabí entre los pueblos de Montecristi, Jipijapa, Sigsig y Gualaceo y que continúa en la Sierra hacia las provincias de Cañar, Loja y Azuay. Es en la plaza de María Auxiliadora de Cuenca, capital de Azuay, en donde los domingos se reúnen las tejedoras a comprar la paja toquilla proveniente de la costa y a vender sus sombreros para que sean terminados por las firmas que los comercializan. Para mantener la calidad de los sombreros, Ortega trabaja con “comisionados”, unas 30 personas que van de casa en casa por las montañas, caseríos y campos de la provincia de Arzuay y de Cañar seleccionando y comprando las mejores piezas.

El origen

La historia del sombrero de paja toquilla se remonta al período de la Conquista. A su llegada a las costas ecuatorianas en 1531, los españoles vieron que los indígenas cubrían sus cabezas con un tejido suave, flexible y resistente que semejaba las alas de un vampiro. Lo adoptaron como una prenda de vestir y hacia 1630 Francisco Delgado motivó a transformarlo en “toquillas”, convirtiéndose en el primer español tejedor de este tipo de paja instalado en la zona de Manabí. En 1796 Carlos V promovió la creación de gremios artesanales, entre ellos los de los sombreros de paja, con lo que el producto empezó a elaborarse con mejores estándares de calidad.


Aunque entrado el siglo XIX la comercialización del sombrero se consolidó en la zona costera, los archivos que Alicia Ortega conserva en su museo señalan que debido a la depresión económica que se vivía en la región austral del país, hacia 1835 Bartolomé Serrano dispuso un establecimiento de talleres de aprendizaje en los que maestros tejedores compartieron sus conocimientos y se instalaron en Cuenca y sus alrededores. Al poco tiempo lograron competir con los más cotizados de la costa, convirtiéndose las provincias de Azuay y Cañar en las de mayor producción.

Las primeras exportaciones de sombreros se hicieron a partir de 1890 a través de la cordillera andina hasta llegar a Guayaquil. Manuel Alfaro, padre del general Eloy Alfaro, presidente de Ecuador en 1895, se le consideró como el primer exportador del producto sombreros toquilla y a su hijo, oriundo de Montecristi, el centro artesanal de sombreros por excelencia, uno de sus más fanáticos promotores.

Al inicio del siglo XX la actividad estaba tan consolidada que el producto era altamente demandado en Estados Unidos y Europa; tanto así que entre 1944 y 1946 el sombrero de paja toquilla se convirtió en el primer producto de exportación del país. Hoy sigue siendo la pieza más emblemática y famosa de Ecuador.

Artesanía de lujo

El sombrero de paja toquilla fue pensado para el trabajo y el campo pero su percepción ha ido cambiando durante décadas. Hoy es un producto artesanal de lujo y compañías como Homero Ortega P & Hijos exportan el 98% de su producción a unos 25 países en diferentes calidades. Desde los más básicos con precios que arrancan en los 25 dólares hasta los superfinos que superan los 3.000 euros en las sombrererías más sofisticadas de Alemania.

Pero ¿qué hace a los sombreros de paja toquilla tan costos y apetecidos? Básicamente su proceso de elaboración artesanal, que en las piezas más finas y costosas puede tardar hasta siete meses debido a la cantidad de fibras extradelgadas con las que son tejidos, su uniformidad y cantidad de vueltas. “Es un producto único en el mundo y sumamente complejo de tejer que también se ha convertido en un símbolo –señala Alicia Ortega–. Lo aprecian y exhiben reyes, presidentes, embajadores, pintores, millonarios y actores. No sólo ofrece frescura y suavidad, también glamur”.

El asunto es que son muy pocos los tejedores que saben elaborar un sombrero superfino, así es que los volúmenes son mínimos y los precios cada vez más altos. “Los pocos sombreros superfinos que tengo disponibles se venden a un promedio de 1.000 dólares, pero se han pagado hasta 10.000 dólares por ellos. He estado parada frente a vitrinas en Alemania en los que están exhibidas piezas que en la fábrica vendemos por 500 dólares con etiquetas que dicen 3.000 euros”, asegura Ortega.

Y no miente. Sólo basta darse una pasada por el sitio web de Brent Black, en Estados Unidos, para ver sombreros ecuatorianos con precios de hasta 25.000 dólares.

Aunque el volumen de las ventas de las compañías que comercializan sombreros proviene de la exportación de campanas y piezas básicas, muchas de ellas están tratando de diversificar su oferta hacia nuevos productos y sombreros dirigidos a clientes más jóvenes en países como Japón. Según Ortega, mientras que en los años 80 y 90 su firma vendía unas 5.000 docenas de sombreros mensuales, en la actualidad escasamente llega a las 15.000 docenas por año debido, en gran parte, a la oferta de sombreros chinos que, con materiales sintéticos, son comercializados por menos de un dólar.

“Lo importante es que seguimos teniendo clientes como Borsalino (el fabricante italiano de sombreros de paño y lana al que Ortega le provee sombreros de paja toquilla durante el verano desde hace 25 años) que entienden que el nuestro es un producto de lujo artesanal inigualable y que este negocio, como nos lo enseñó mi padre, no sólo es un medio para conseguir ingresos. Es herencia familiar, tradición popular y parte de la vida de los tejedores”, concluye Alicia Ortega mientras hace los ajustes para despachar a Hermès sus mejores materiales.

Por Juan Fernández, Cuenca / Guayaquil

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