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Las negociaciones concluyeron exitosamente hace unos meses. El tratado constituye una iniciativa importante que impulsaría el desarrollo económico y social de nuestro país. La Unión Europea cuenta con 500 millones de consumidores y tiene un ingreso per cápita anual de US$37 mil: un mercado equivalente a 85 veces el de Colombia. El tratado no sólo estimularía las exportaciones colombianas sino también la inversión extranjera y seguramente tendría un efecto positivo sobre el empleo y el bienestar general.
Sin embargo, como suele ocurrir en nuestro país, algunos intereses específicos están a punto de convencer al Alto Gobierno de no firmar el acuerdo, de dejar plantados a los representantes de la Unión Europea. Aparentemente el mismo presidente Uribe ha manifestado su deseo de no firmarlo en vista de un supuesto efecto devastador sobre los productores nacionales de leche. El bien común podría verse, entonces, sacrificado por la conveniencia de unos cuantos productores bien conectados que, entre otras cosas, han exagerado mucho el efecto adverso del tratado en cuestión.
El pasado mes de marzo, luego de varias reuniones con el sector privado de lácteos, se llegó a un acuerdo sobre las condiciones comerciales para éstos. El pacto contempla la aplicación de una salvaguardia en la forma de contingentes cerrados para estos productos por un mínimo de 12 años y hasta por 17 años para leche en polvo y quesos, la eliminación de los subsidios a la exportación por parte de la Unión Europea, algunos compromisos de cooperación para el desarrollo del sector por parte de España y de la Comisión Europea, así como la decisión del Gobierno de presentar un documento Conpes al respecto.
Desde la misma firma del acuerdo, Fedegán (tomando una extraña vocería del sector lácteo) ha desconocido los logros de la negociación y ha dicho, sin ningún sustento fáctico, que el tratado con la Unión Europea acabaría con el sustento de 450.000 familias. En sus análisis, Fedegán no ha tenido en cuenta que los aranceles de partida son cercanos al 100%, que, sin subsidios, las exportaciones europeas no son competitivas y no llegarán a “barrer” el mercado colombiano y que, dada la gradualidad de la liberación, los productores tiene un tiempo suficiente para prepararse y para darle la cara (no la espalda) a la globalización.
Extrañamente los intereses de Fedegán han sido secundadas por el Polo Democrático, que también se ha opuesto al tratado y ha afirmado, sin probarlo, que éste traería la ruina a la industria láctea. Fedegán y los sectores más radicales de la izquierda colombiana se han unido en este caso para defender un interés particular. El presidente Uribe dijo esta semana, en el departamento del Cesar, que el tratado de libre comercio entre Colombia y la Unión Europea tiene que ser “totalmente conveniente” para el país. Esperamos que en esta ocasión no primen los intereses específicos, que prevalezca el bien común y que el Jefe de Estado haga lo que es claramente conveniente para el país, a saber: firmar el tratado de libre comercio con la Unión Europea.