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Praga, al son de salsa y ballet

A todas horas, la ciudad parece un encuentro cultural. Sus noches revelan la personalidad de la capital.

Sergio Silva Numa*
22 de junio de 2013 - 03:55 p. m.
A altas horas de la noche, en la plaza principal de la Ciudad Vieja, aún caminan varios turistas. / Sergio Silva Numa
A altas horas de la noche, en la plaza principal de la Ciudad Vieja, aún caminan varios turistas. / Sergio Silva Numa

Ella, coreana —del sur, por supuesto—, debe sentirse extraña. Debe sentir cómo varias miradas recaen sobre su figura menuda y pálida y cómo se empiezan a levantar algunos murmullos. No son pocos los ojos que se pasean por el desteñido roble de su camiseta blanca y por su pantalón de bolsillos anchos. Pero a ella, chaparra y de pelo grisáceo, parece no importarle ser una rareza en medio de los largos vestidos que caminan por el Teatro Nacional de Praga. Son las 7 p.m. y aún es de día. Es primavera, es domingo y es temporada de ballet.

Hace un par de horas, antes de que un hombre anunciara con su voz de fondo de barril el inicio de Cinderella, algunos bailarines dejaban que un sol picante relamiera sus brazos desnudos en el café contiguo al teatro; ese mismo al que llegaban varios de los asistentes con sus corbatines acomodados y sus trajes perfectamente alisados. La camarera, como era de esperarse, servía cerveza: negra, rubia, roja, espumosa, con y sin alcohol. Esa es siempre la rutina, a cualquier hora del día.

Los minutos corren y los tacones y vestidos que develan unas blanquísimas, largas y contorneadas piernas empiezan a invadir los pasillos de tapete rojo. Hay risas, saludos efusivos, sutiles coqueteos. Es como si durante varios meses todos hubiesen aguardado por la función del Ballet Nacional Checo. La espera la pasan ahora con grandes sorbos de vino o amargos tragos de café.

El teatro se llena en segundos y, bajo los ángeles dorados tallados en los balcones y los óleos de figuras mitológicas en los techos, los aplausos estallan cuando los casi veinte músicos saludan batiendo sus manos. Luego, con solemnidad, los bailarines enamoran al público. Monstruos, figuras de otros mundos, luces juguetonas, recuerdos pintados con el movimiento del cuerpo y colores de telas inmensas, hipnotizan a las personas por más de una hora y media. Al final, las palmas chocan con fuerza y el telón se abre y se cierra cinco veces. Venias, flores, agradecimientos. Abrazos, saludos y uno que otro grito de emoción. La gente sale y sus rostros se tornan, de repente, adustos. Llueve de manera ligera y la oscuridad se ha tragado el día. Praga está en silencio, Praga está vacía.

La noche anterior, a las nueve, cuando el sol apenas dejaba de bailar entre las nubes, las calles aún estaban repletas. Una mezcla de culturas de oriente y occidente cruzaba de acera a acera, admirando una ciudad que ha estado entre el vaivén histórico del capitalismo y el comunismo. Es como si la capital de República Checa, con sus cafés y postales que hacen de Kafka una imagen cliché, fuese un crisol en el que cabe todo tipo de géneros y etnias.

A esa hora, el verde en el que ha decidido crecer Praga, con sus árboles altos y tupidos, se transformaba en faroles amarillos y avisos de neón. Los mercados y los puestos de comida que se levantaban en el día rodeados de artistas callejeros pintando, cantando y tocando algún instrumento por unas coronas checas, habían desaparecido y sólo quedaba el aroma de sus fuertes condimentos.

De repente, entre la multitud que se perdía en la penumbra, arrancaron a sonar unos vientos latinos y unos timbales que repicaban con vigor. En una ancha avenida del centro histórico se podía oír el eco de coros de salsa que aquí, en Colombia, jamás estarán ausentes. La Bodeguita del Medio, un bar cubano de dos pisos, estaba invadido de hombres altísimos y mujeres que, en medio del glamour de sus vestidos y la tersura de su piel blanca, trataban de mover sus caderas.

Quizás sin saber qué significaba, ellos, de ojos claros y sonrisa descuidada, balbuceaban letras de Willie Colón, de Buena Vista Social Club, de Celia Cruz. Y con esos aires latinos intentaban despegar los pies del piso: paso adelante. Pausa. Paso brusco atrás. Pausa. Paso a un lado. Pausa. Un verdadero intento por desprender sus extremidades, aunque los tropiezos resultaran ineludibles. Tal vez, aquel cuba libre que les servían en enormes vasos de cinco litros repleto de hielo, pitillos e invadido de cocacola aguada, comenzaba a treparse a sus cabezas rubias.

Y así, con ese cosquilleo inhibidor, salían queriendo moverse como aquellas negras que zarandeaban sus muslos con delicadeza y erotismo sobre una tarima. La ciudad volvía a estar desierta. La sirena de la policía, que cada tanto hacía un par de rondas, se perdía en la tibieza de Praga. No hay inseguridad, no hay riñas. No hay ni siquiera una pizca de preocupación.

ssilva@elespectador.com

* Invitación de la Oficina de Turismo de República Checa.

Por Sergio Silva Numa*

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