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Durante años, el gobierno chino ha sido blanco de críticas desde Estados Unidos por su excesivo control sobre redes sociales como Facebook. Ahora, el debate sobre el poder de estas plataformas digitales y su incidencia política ha regresado como un bumerán a Occidente. Tras las elecciones que le abrieron el camino a la Casa Blanca a Donald Trump, muchos analistas, y el mismo presidente Barack Obama, han comenzado a ver con otros ojos la situación.
Esta semana, desde Berlín, Obama aprovechó la atención de la prensa para criticar la forma en que las redes sociales contribuyen a la propagación de noticias falsas o, como él la llama, la “desinformación activa”. “El intercambio de información sin precedentes ha creado una política volátil en los países occidentales”, comentó el saliente presidente de Estados Unidos.
Y advirtió de un peligro: “Si no somos capaces de discriminar entre argumentos serios y propaganda, estamos en problemas”. Las heridas de la última campaña presidencial siguen abiertas. Una campaña en la que se dijo de todo, sin importar el grado de veracidad. En redes sociales circularon falsas noticias sobre el apoyo del papa Francisco a la campaña de Trump o el apoyo de celebridades a uno u otro candidato. Y otras más dramáticas, como el supuesto asesinato del agente del FBI que investigaba el escándalo de los correos electrónicos de Hillary Clinton.
Días atrás, ante las acusaciones por todos los flancos, Mark Zuckerberg escribió en la pared de su cuenta en Facebook: “Más del 99 % de lo que la gente ve en Facebook es auténtico. Sólo una pequeña cantidad son noticias falsas y falsas alarmas. Esto hace que sea extremadamente improbable que los engaños cambiaran el resultado de esta elección en una dirección u otra”. Aun así, aceptó que se trata de un tema complejo en el que se “debe proceder con mucho cuidado”. “La identificación de la ‘verdad’ es complicada”, escribió el fundador de la más popular de las redes sociales.
El asunto no tendría trascendencia de no ser porque una altísima proporción de adultos en Estados Unidos, pero también alrededor del mundo, están basando su dieta de noticias y actualidad en lo que encuentran compartido por otro amigos. El Pew Research Center calcula que el 62 % de los estadounidenses se están informando a través de noticias que ve en Facebook.
Los analistas de Buzzfeed News, un medio que nació precisamente para aprovechar la “viralidad” de las redes sociales, advirtieron que, durante la campaña para la Presidencia de Estados Unidos, las noticias falsas se difundían a una velocidad mayor que las verdaderas. También detectaron que en Macedonia, un ejército de adolescentes manejaban al menos 100 portales de noticias dedicados a regar por la red información a favor de Trump sin ningún criterio periodístico.
Kelly Garrett, investigador de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Ohio, en un análisis que tituló “El problema de Facebook es más complicado que las noticias falsas”, explicó que en los trabajos que ha realizado sobre el rol de las redes sociales en las elecciones previas no ha encontrado evidencia consistente para sustentar la idea de que las ideas falsas que se difuminan por ellas prevalezcan sobre otro tipo de información.
De lo que sí está seguro Garrett es que existen suficientes razones para pensar que “las personas se sienten atraídas por noticias que reafirman sus puntos de vista políticos”.
En ese sentido, el experto cree que Facebook y otras redes sociales refuerzan las identidades políticas preexistentes. Pero ahí no termina el problema para Garrett. Las redes sociales también amplifican una tendencia natural entre los humanos y esta es que las emociones son contagiosas. Un experimento demostró que, alterando sutilmente las noticias que recibe un usuario en Facebook, es posible que comience a cambiar el tono de lo que escribe en su red social.
En este sentido, una de las expresiones más cacareadas tras lo ocurrido en Inglaterra con el Brexit y ahora en Estados Unidos con la elección de Trump es la de “una era posverdad”. El término ha resultado útil para los que creen que las redes sociales están alterando nuestra cultura de una forma insospechada. Tanto así que los editores del Diccionario Oxford la eligieron el pasado 15 de noviembre como la “palabra del año”. Según ellos, su uso aumentó 2.000 % en 2016. Señalan que fue acuñado en 1992 por el dramaturgo serbio-estadounidense Steve Tesich, en un texto sobre el escándalo Irán-Contra.
Para Noam Cohen, columnista del periódico The New York Times en temas de tecnología, el debate no debe tomarse a la ligera. “Estos sitos no son plataformas neutrales, son negocios robustos que obtienen incentivos financieros al compartir noticias falsas y estimular a sus usuarios a cocinarse en su propio odio. Mientras más odio, más tiempo pasan en la red social”. Un ejemplo claro para Cohen es la falsa noticia sobre la victoria de Trump en el voto popular, cuando en realidad fue Hillary Clinton. Esa noticia, leída por millones de usuarios, significó una buena cantidad de dinero en términos de publicidad asociada a política para Google.
Lo paradójico de la historia es que Trump ganó prometiendo luchar contra los excesos de las empresas de tecnología, culpándolas de no pagar suficientes impuestos, como a Amazon, o de acabar puestos de trabajo en Estados Unidos por maquilar sus productos en otros países. Eso no impidió que les sacara el máximo provecho durante su campaña.