La contrarreloj que volvió ciclista a Miguel Ángel López

En una cronoescalada entre Sogamoso y El Crucero, Boyacá, el pedalista colombiano, que ganó este miércoles la etapa 17 del Tour de Francia, descrestó a Rafael Acevedo, quien desde ese momento lo apoyó y se encargó de formarlo. Ese fue el comienzo de la carrera profesional del líder del Astana.

Luis Guillermo Montenegro *
16 de septiembre de 2020 - 04:00 p. m.
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Foto: Agencia AFP

El 25 de septiembre de 2011 fue el punto de partida de la carrera ciclística de Miguel Ángel López. Ese día se reunieron cerca de 50 jóvenes de Boyacá para participar en una cronoescalada de 16 kilómetros que salió de Sogamoso y llegó a El Crucero. La cita fue a las 9 de la mañana, diez minutos más tarde se dio una pequeña charla en la que se explicaron las reglas, se entregaron los números a los corredores y se estableció el orden de salida de la prueba. Más tarde fueron al punto de partida, en el que un hombre leía el nombre del corredor a salir y contaba: “Tres, dos, uno, parte”. Justo en ese momento, dos de los organizadores ponían en marcha el cronómetro, uno en la salida y otro en la meta, mientras el ciclista daba el primer pedalazo.

Algunos ciclistas tenían buenas bicicletas, uniformes poco gastados, cascos y gafas. Otros usaban lo mejor que tenían y su misión era simplemente demostrarle su talento a algún entrenador que viera más allá de las apariencias. Ese fue el caso de Miguel Ángel López, quien se inscribió a esa competencia sin siquiera tener el respaldo familiar. “Eso del ciclismo es mamar gallo”, decía Santiago, su papá, quien prefería que su hijo se dedicara a trabajar en el campo como, lo habían hecho él y toda su ascendencia.

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Por eso Miguel Ángel llegó a esta prueba en una bicicleta de montaña, con el marco oxidado, los rines disparejos y los pedales rotos. Sus zapatos no eran los adecuados para montar, así que sus pies no quedaban firmes y se resbalaban con facilidad cada vez que intentaba pararse del sillín para meter más potencia. Lo que sí tenía, por encima de los demás, era voluntad y ganas de hacer las cosas con excelencia.

La vía estaba húmeda y en algunos tramos la arena derramada de la montaña formaba pequeños barriales que hacían que fuera más complicado avanzar. El frío también se sentía con más fuerza a medida que se iba llegando al lugar más alto de la montaña. Cuando los ciclistas iban cruzando la línea de meta, que había sido trazada con una piedra de color claro que se notaba en el pavimento negro, otro de los organizadores de la prueba paraba el cronómetro y decía en voz alta el número que llevaba en su espalda el corredor y otro anotaba en una planilla el tiempo.

Rafael Acevedo era uno de los responsables de verificar que todo saliera bien. Luego de que los participantes habían coronado el ascenso y habían reposado un poco, miró la planilla y lo que más le llamó la atención fue un tiempo que todavía recuerda. “37 minutos y 45 segundos”, dice con emoción a El Espectador. “Eso es un tiempazo, es que esa es una subida durísima”, afirma el exciclista boyacense que recuerda ese como el momento en el que conoció a Miguel Ángel López. “Lo que más me sorprendió fue que logró ese registro en una bicicleta de montaña, pesadísima y en malas condiciones. Ahí hablé con él y le dije que lo comenzaría a entrenar”, recuerda Acevedo.

Miguel Ángel vivía lejos, en una vereda cercana a Pesca (Boyacá), lo que le dificultaba cumplir con los horarios de los entrenamientos, así que Rafa, confiando en el talento de quien lo había dejado anonadado, lo invitó a vivir en una finca suya, a siete kilómetros de Sogamoso.

Allí llegó acompañado de Mónica Johana, su hermana, quien era la encargada de cocinar y limpiar este lugar. Debía seguir con un plan de trabajo, salir a cumplir las horas establecidas sobre la bicicleta, luego descansaba, comía algo y por la tarde trabajaba en la finca. Templaba el alambre de las cercas que rodeaban este lugar, les daba agua a los becerros, movía a las ovejas para que pastaran en un lugar nuevo y le ayudaba a su hermana con el aseo de la casa.

Como buen ciclista boyacense, su fuerte era la montaña, los terrenos empinados. Por eso Rafa quería que su pupilo no fuera solo un excelso escalador, sino un corredor que se pudiera defender en todos los terrenos, también en las pruebas llanas contra el reloj. “Todos los miércoles y sábados hacíamos contrarreloj. Llanas, quebradas y cronoescaladas”, afirma Rafa.

La primera contrarreloj oficial de Miguel Ángel fue en los Departamentales de Ruta de 2012, que se disputaron en Paipa. Fue un recorrido de 15 kilómetros, en el que gastó 22 minutos y 50 segundos. No fue de los primeros, pero para ser su primera prueba estuvo bien. Luego, en 2014, en otros Departamentales, en una prueba de Tres Esquinas hasta el Alto de Sirabitova, venció a Rodrigo Conteras y obtuvo el primer lugar. Esa fue la primera vez que ganó en este tipo de competencias. Ahora es de los mejores ciclistas del mundo. Su especialidad no es la crono, sin embargo, gracias a su capacidad para escalar, tiene la madera para ganar grandes Vueltas.

*Texto publicado en agosto de 2019

Por Luis Guillermo Montenegro *

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