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Arte religioso de Popayán

En Semana Santa hay que volver los ojos sobre las riquezas de la capital del Cauca que debieran ser catalogadas en obra iconográfica.

Édgar Bustamante * / Especial para El Espectador
16 de abril de 2011 - 09:00 p. m.

El custodio del tesoro

Una tarde del pasado mes de marzo conocí al arzobispo de Popayán, monseñor Iván Marín López. La entrevista tuvo lugar en su sede apostólica, en una sala de altas sillas antiguas tapizadas de cuero repujado.

A primera vista, monseñor Marín tiene un cierto aire distante de alto funcionario vaticano. Pero su aparente frialdad oculta a un pastor incansable, que visita con frecuencia a sus más de ochenta parroquias esparcidas por toda la geografía del Cauca, algunas de ellas en zonas calientes del conflicto armado.

Este prelado, vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Colombia y miembro del Consejo Especial para América del Sínodo de los Obispos, amado por sus feligreses, es el custodio de los tesoros de arte religioso de Popayán, de “los tesoros de la fe”.

Conservación, pillajes y rescates

El Museo Arquidiocesano de Arte religioso guarda lo más importante de la pintura, la imaginería y la orfebrería de Popayán. Creado en 1972 por el arzobispo Miguel Ángel Arce funciona hoy en día en una casa de estilo neoclásico, del siglo XVIII, que sufrió graves daños durante el terremoto de 1983. Las colecciones del museo se pudieron salvar y fueron depositadas en el Banco de la República, pero no ocurrió lo mismo con otras obras de arte. El arquitecto Luis Eduardo Ayerbe, figura clave en la reconstrucción de la ciudad después del terremoto, nos explica lo siguiente: “El san Juan, imagen muy apetecida por los narcos de la época -vaya a saberse por qué- desapareció. La Dolorosa, sin manos, la rescatamos y se restauró en el taller de la Junta Pro Semana Santa. Personalmente me encargué de mandar a hacerle un vestido, y de colocarla en un nicho del altar mayor de la iglesia de La Encarnación”. Y añade que la mayor pérdida de patrimonio artístico religioso tuvo lugar en los desvanes de las iglesias donde se guardaban numerosas imágenes, que desaparecieron, o fueron mutiladas o mal restauradas.

Algunos casos fueron de auténtico escándalo. Según Luis Eduardo Ayerbe, un Cristo francés de finales del siglo XVII o inicios del XVIII estuvo a merced del sol y el agua en el patio de la casa parroquial de San Camilo. Desde 1986 esta imagen, ya restaurada, constituye la pieza principal de un paso de las procesiones de Semana Santa, concretamente de la que sale de la iglesia de La Ermita. Dos ángeles de Manuel Chili, llamado Caspicara, fueron hallados en muy mal estado en uno de los entrepisos de la “torre del reloj”, el monumento más conocido de la ciudad.

Lo ocurrido después del terremoto de 1983 no fue, propiamente, una novedad. “Entre 1811 y 1822 la ciudad pasó veintidós veces de republicanos a realistas y viceversa. Cada cambio de signo implicaba leva, tributos y rapiña. (…) Se desmantelaron las iglesias una tras otra para amonedar y mal vender las gemas. Sacristanes presurosos ocultaron algunas de las grandes custodias. Otras se destrozaron como cacharros. Los síndicos miraban sin pestañear el derrumbe de sus donaciones artísticas” (Aurelio Caicedo Ayerbe, Una teoría de Popayán, 1972).

Los pasos de Semana Santa

En la Popayán de iglesias y conventos, de curas y frailes, la suprema autoridad en el ritual de las procesiones de Semana Santa (actividad varias veces centenaria, reconocida por UNESCO como patrimonio inmaterial de la humanidad) es una Junta Permanente de carácter laico. En efecto, a instancias del político y poeta Guillermo Valencia, se propuso su creación en1937, y dos años más tarde se consolidó con una disposición legal de origen legislativo, la ordenanza de la Asamblea Departamental número 14 de 1939. Como dice Guillermo Alberto González en El ciudadano frente a las procesiones (Popayán, 2006): “Es interesante que esta institución no emanó de la autoridad eclesiástica, sino de un órgano político de carácter departamental. El texto no desafía a la autoridad eclesiástica, ni la excluye, pero el ente colegiado tiene definitivamente un carácter civil”.

A lo largo de los últimos lustros la Junta Pro Semana Santa ha jugado un papel importante en la clasificación, conservación y restauración de las imágenes de los pasos que conforman las procesiones, cuya antigüedad cubre un periodo que va del siglo XVI al XX.

Si hablamos de los pasos de Semana Santa, tenemos que mencionar al personaje central, al protagonista de esta historia: el síndico. Nombrado por los curas párrocos de las iglesias de donde sale alguna procesión, es el responsable de los valiosos elementos que conforman el paso, y el que escoge al grupo de cargueros que van a llevarlo en andas. Es, pues, el que vela por la buena conservación de la imágenes. Quien las mima y conoce sus secretos.

Santiago Sebastián, que escribió mucho sobre el barroco americano, nos habla de la fuente de temas que supuso para los artistas de la época la celebración de procesiones religiosas: “El desarrollo de estos desfiles dentro del mundo hispánico, con su pompa de pasos, penitencias y encapuchados, es un reflejo de la lucha contrarreformista; era necesario oponer devociones más sentimentales que razonadas al carácter frío del Protestantismo, así la fe popular se desbordaba en esas procesiones callejeras que revivían la Gran Tragedia. Los tópicos pasionales de la Madre y del Hijo enriquecieron la iconografía barroca, siendo sus temas preferidos” (Santiago Sebastián, Guía artística de Popayán, 1964).

Las joyas de la corona

Popayán es famosa por sus custodias. Ellas refulgían, en primer plano, durante la exposición que organizó el gobierno de Colombia en París, en 1997, llamada “Figuras de éxtasis de Popayán”. “Espejo de la fe”, las llamó el arzobispo Marín López.

Las magníficas custodias, la mayoría de ellas elaboradas en Popayán, reposan hoy en una bóveda de seguridad en el Museo Arquidiocesano de Arte Religioso, construida especialmente para albergarlas,  fuera del alcance de las malas tentaciones...

Estas joyas excepcionales se hacían en casa. Nos dice al respecto Ricardo León Rodríguez Arce: “Popayán no recurrió a nadie para elaborarlas o construirlas sino que se complació -con una sola excepción- en fabricarlas por entero con sus mismas manos, en fundirlas o cincelarlas en sus propios talleres y en extraerlas de la fuente sublimada de su propia inspiración mental y cordial”.

No han llegado a nuestros días, ni mucho menos, todas las custodias que el manierismo y el barroco crearon en Popayán. Una de las piezas perdidas, “la más preciosa custodia que existió en la Gobernación de Popayán”, según el historiador Enrique Arroyo, que solamente se exhibía durante la fiesta del Corpus, fue llevada a Quito por las monjas del Carmen y no regresó jamás. Otra custodia que perteneció a la antigua catedral, donación de Jacinto Mosquera en el siglo XVIII, fue destrozada a golpes por un ladrón. La misma suerte corrió la custodia llamada Las Colonias, de estilo neoclásico, traída a la catedral por monseñor Bermúdez en 1880. Fue robada y nunca se recuperó.

Un testimonio para la posteridad

Tuve la oportunidad de realizar, hace unos años, una completa recopilación iconográfica y ensayística de los tesoros de arte religioso de la ciudad de Salvador de Bahía, en Brasil, que se tradujo en un importante libro. Azulejos, orfebrería, talla religiosa, mobiliario sacro, imaginería, todo quedó consignado en una obra en la que los mejores especialistas de cada una de estas manifestaciones artísticas dejaron textos de referencia, acompañando y completando la parte iconográfica.

El principal valedor de este proyecto fue el arzobispo de Bahía y primado de Brasil, Geraldo Majella Agnelo. Como él mismo dijo en la presentación de la obra (Tesouros da Fé), “la ciudad de Salvador, alma cordial de una gente multicolor, siempre alió la belleza de su arte a la alegría perenne del pueblo”.

“Los tesoros de la fe” de Popayán también necesitan ser catalogados en una obra iconográfica, que sirva de referencia y de guía para actuales y futuros investigadores. No habrá una buena conservación del patrimonio artístico religioso sin una buena obra ilustrada de referencia.

Recordemos con Aurelio Caicedo Ayerbe (obra citada) que “la religiosidad en Popayán se expresa de forma estética. No asume carácter efusivo sino ritualidad suntuosa”.

"La ciudad coronada de gloria y nieve"

“Abrazada por la nieve en un coloquio de nubes blancas y paredes blancas; cantada hasta las más altas cimas líricas por grandes poetas, tal es el infatigable Juan de Castellanos, los clásicos maestros Guillermo Valencia y Rafael Maya, así como los piedracielistas Carranza y Gerardo Valencia; elogiada con delirio por prosistas como Alberto Lleras y Baldomero Sanín Cano; elevada al cielo cual incienso gótico por escultores como Édgar Negret; pintada por pinceles limpios y copiosos como los de Efraim Martínez; coronada de gloria y de sabiduría, su resplandor irradia por doquier... El barroco florido de sus templos fervorosos y de sus procesiones devotas testimonia la religiosidad que señorea por las calles ilustres... Más de una vez he asistido al desfile parsimonioso de la religiosidad y el fervor, por las calles ceremoniosas y adustas, el río procesional de la misma instancia rumorosa de altares que rezan y que unen al común con la prosopia en una sola cadencia”.

Fragmento del prólogo del expresidente Belisario Betancur al libro ‘Popayán, 470 años de historia y patrimonio’.

*Editor payanés radicado en Barcelona, España

Por Édgar Bustamante * / Especial para El Espectador

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