Banco de semillas zenú
Por más de 15 años este pueblo indígena, ubicado en el departamento de Córdoba, ha buscado alternativas para desarrollar proyectos de seguridad alimentaria.
Pompilio Peña / Enviado Especial, San Andrés de Sotavento
Como todo hijo del maíz, Víctor Salgado nació bajo la sombra de la palma amarga y el sombrero vueltiao, el sabor de las arepas, los bollos, la mazamorra y la chicha. Es un indígena zenú de 18 años, lozano y de manos callosas que sólo tiene como meta para el futuro de su familia y el de su comunidad ser un buen agricultor.
En la finca Miro Lindo le ayuda a su padre en las labores de pastoreo, de dar “vuelta al monte”, de vigilar las plagas y los cerdos que se escabullen para comerse las hortalizas o las verduras. En ocasiones, cuando el sol es demasiado ardiente, se sienta con sus cuatro hermanas y su madre a trenzar metros y metros de fibra de caña flecha que se convertirán en sombreros, pulseras o pendientes.
Desde que tiene conciencia, a Víctor Salgado lo inquieta la misma preocupación que a su comunidad: la búsqueda e implementación de alternativas agrícolas para contrarrestar lo que consideran una amenaza impuesta, la expansión de un modelo de ganadería en el que las reses permanecen demasiado tiempo en un mismo sitio y dañan el terreno, la producción de agrocombustibles, la siembra de monocultivos y la introducción de transgénicos en un territorio que ha sido milenariamente suyo.
“Desde la Colonia mi pueblo ha sido gradualmente despojado de la tierra. Hubo violencia. Ahora los terratenientes la utilizan mal, lo que ha generado que, a lo largo de las últimas décadas, muchas de las plantas que cultivamos se fueran perdiendo, entre ellas la más apreciada por nosotros, el maíz”, comenta Víctor, quien en la actualidad cursa el grado décimo de bachillerato.
Para contrarrestar esta situación se creo, hace ya 20 años y gracias la Fundación Swissaid, la Asociación de Productores Agropecuarios Alternativos (Asproal), que hoy agrupa 63 fincas del corregimiento de San Andrés de Sotavento, en el departamento de Córdoba. Asproal nace de la necesidad del pueblo Zenú de reencontrarse consigo mismo. La búsqueda de alternativas de desarrollo agrícola, fuera de los modelos implementados por la nueva industria, es su objetivo principal. Autoridades indígenas del resguardo se reúnen para intercambiar conocimientos y semillas, para hablar sobre sus problemáticas: la escasez de tierras para trabajar, la pobreza y la falta de alimento.
Banco de semillas para todos
Uno de aquellos líderes que ha encabezado siempre las reuniones es Pedro Salgado, el padre de Víctor, quien no tardó en desarrollar en Miro Lindo un proyecto ambicioso. Su primer reto fue comenzar a rescatar las diferentes variedades autóctonas de yuca, ñame, caña, plátano, ají dulce, berenjena, habichuela, caraota y fríjol, así como recobrar los diversos tipos de maíz. De esta iniciativa surgieron otros proyectos como el de ganadería, piscicultura, apicultura y manejo de patios, este último relacionado con la recuperación de la tradición de las plantas medicinales.
Fue entonces cuando al joven Víctor Salgado se le ocurrió en 2002 una idea experimental. Luego de un proceso largo de recolección e intercambio de semillas, comenzó a probar cruces. “Lo que hacía en compañía de mi padre era sembrar un cuarterón de maíz, digamos, “negrito”, y al lado uno “azulito”, y los cruzábamos gracias al efecto del viento”, explica Víctor.
Gradualmente pasaron de tener seis variedades de maíz a 26 en tan sólo algunos años. En las ferias locales continuaron con la tradición de intercambiar semillas. Cuando se le pregunta a cualquier indígena por qué la necesidad de rescatar plantas, responde que lo primordial, ahora, en tiempos difíciles, es garantizar la alimentación de todos.
Lo cierto es que los cerca de 35 mil indígenas que conforman la familia zenú coinciden en que si bien han logrado grandes avances en la recuperación de una tradición ancestral, aún falta mucho. Víctor sonríe. Le da “vuelta al monte”. Cuando las cosechas son buenas, empaca el excedente y recorre la vereda para ayudar a sus vecinos. “Somos hermanos, una raza, y la tierra, nuestra madre”.
Como todo hijo del maíz, Víctor Salgado nació bajo la sombra de la palma amarga y el sombrero vueltiao, el sabor de las arepas, los bollos, la mazamorra y la chicha. Es un indígena zenú de 18 años, lozano y de manos callosas que sólo tiene como meta para el futuro de su familia y el de su comunidad ser un buen agricultor.
En la finca Miro Lindo le ayuda a su padre en las labores de pastoreo, de dar “vuelta al monte”, de vigilar las plagas y los cerdos que se escabullen para comerse las hortalizas o las verduras. En ocasiones, cuando el sol es demasiado ardiente, se sienta con sus cuatro hermanas y su madre a trenzar metros y metros de fibra de caña flecha que se convertirán en sombreros, pulseras o pendientes.
Desde que tiene conciencia, a Víctor Salgado lo inquieta la misma preocupación que a su comunidad: la búsqueda e implementación de alternativas agrícolas para contrarrestar lo que consideran una amenaza impuesta, la expansión de un modelo de ganadería en el que las reses permanecen demasiado tiempo en un mismo sitio y dañan el terreno, la producción de agrocombustibles, la siembra de monocultivos y la introducción de transgénicos en un territorio que ha sido milenariamente suyo.
“Desde la Colonia mi pueblo ha sido gradualmente despojado de la tierra. Hubo violencia. Ahora los terratenientes la utilizan mal, lo que ha generado que, a lo largo de las últimas décadas, muchas de las plantas que cultivamos se fueran perdiendo, entre ellas la más apreciada por nosotros, el maíz”, comenta Víctor, quien en la actualidad cursa el grado décimo de bachillerato.
Para contrarrestar esta situación se creo, hace ya 20 años y gracias la Fundación Swissaid, la Asociación de Productores Agropecuarios Alternativos (Asproal), que hoy agrupa 63 fincas del corregimiento de San Andrés de Sotavento, en el departamento de Córdoba. Asproal nace de la necesidad del pueblo Zenú de reencontrarse consigo mismo. La búsqueda de alternativas de desarrollo agrícola, fuera de los modelos implementados por la nueva industria, es su objetivo principal. Autoridades indígenas del resguardo se reúnen para intercambiar conocimientos y semillas, para hablar sobre sus problemáticas: la escasez de tierras para trabajar, la pobreza y la falta de alimento.
Banco de semillas para todos
Uno de aquellos líderes que ha encabezado siempre las reuniones es Pedro Salgado, el padre de Víctor, quien no tardó en desarrollar en Miro Lindo un proyecto ambicioso. Su primer reto fue comenzar a rescatar las diferentes variedades autóctonas de yuca, ñame, caña, plátano, ají dulce, berenjena, habichuela, caraota y fríjol, así como recobrar los diversos tipos de maíz. De esta iniciativa surgieron otros proyectos como el de ganadería, piscicultura, apicultura y manejo de patios, este último relacionado con la recuperación de la tradición de las plantas medicinales.
Fue entonces cuando al joven Víctor Salgado se le ocurrió en 2002 una idea experimental. Luego de un proceso largo de recolección e intercambio de semillas, comenzó a probar cruces. “Lo que hacía en compañía de mi padre era sembrar un cuarterón de maíz, digamos, “negrito”, y al lado uno “azulito”, y los cruzábamos gracias al efecto del viento”, explica Víctor.
Gradualmente pasaron de tener seis variedades de maíz a 26 en tan sólo algunos años. En las ferias locales continuaron con la tradición de intercambiar semillas. Cuando se le pregunta a cualquier indígena por qué la necesidad de rescatar plantas, responde que lo primordial, ahora, en tiempos difíciles, es garantizar la alimentación de todos.
Lo cierto es que los cerca de 35 mil indígenas que conforman la familia zenú coinciden en que si bien han logrado grandes avances en la recuperación de una tradición ancestral, aún falta mucho. Víctor sonríe. Le da “vuelta al monte”. Cuando las cosechas son buenas, empaca el excedente y recorre la vereda para ayudar a sus vecinos. “Somos hermanos, una raza, y la tierra, nuestra madre”.