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Una de las fotos sobre las que volvía Neil Armstrong en busca de recuerdos de su vida aventurera es la que corresponde a su fase de “entrenamiento extremo” a comienzos de los años 60, cuando la NASA, con asesoría de la CIA, escogió la selva para instalar un campamento secreto en el que los astronautas candidatos a ser los primeros en llegar a la Luna pudieran entrenarse en condiciones climáticas extremas. Las selvas del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá, fueron las escogidas por ser uno de los lugares del mundo con mayor índice de lluvias, potenciales enfermedades tropicales, calor y humedad.
Influyó la cercanía geográfica a Estados Unidos y la cercanía política a los gobiernos de Colombia y Panamá. Allí fueron sometidos a ejercicios sicológicos y de supervivencia. Armstrong comió carne de serpiente y calmó la sed con agua extraída de las plantas de la selva. La prueba del experimento es una foto en la que aparecen Armstrong, con machete terciado, y su colega John Glenn, y que sólo fue publicada tres días antes de la llegada del hombre a la Luna. Detrás de ellos se lee en un cartel “Chocó Hilton”.
De esa anécdota habló Armstrong la primera vez que estuvo en Colombia de manera oficial. Fue en 1966 en compañía del astronauta Richard Gordon. Llegó a Bogotá a las 10 de la mañana del soleado domingo 9 de octubre en un avión de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. La escala hizo parte de una gira promocional del programa espacial norteamericano, que buscaba mostrar el liderazgo mundial en una época neurálgica de la guerra fría en la que Rusia competía por llegar primero a la Luna.
Apenas unas 150 personas los recibieron, según El Espectador: el comité de recepción organizado por el embajador Reynold Carlson, el alcalde de Bogotá Virgilio Barco, estudiantes del colegio Nueva Granada, la banda de la Policía Nacional y curiosos que se sumaron cuando los visitantes inauguraron en el aeropuerto El Dorado la exhibición “Conquista del espacio”.
Armstrong, de traje azul claro y escoltado por cinco hombres, sorprendió a Barco con un saludo en español: “Mucho gusto, señor alcalde. Es grato para nosotros estar en Bogotá. Ya conocíamos Colombia desde la cápsula en el espacio y tomamos vistas de este bello país”. Barco en fluido inglés los felicitó y los comparó con Cristóbal Colón por descubrir “un nuevo mundo”, aunque también dio crédito a los rusos.
El cordón de seguridad de la Policía Militar sólo fue roto porque Armstrong recibió un par de banderitas de manos del niño Guillermo Muñoz. Luego subieron a un automóvil deportivo Mustang para iniciar el recorrido por la ciudad. En otro carro iban su esposa Janet, “graduada en economía doméstica”, y Barbara Gordon, en compañía de Carolina Isakson, la esposa del alcalde.
La primera parada fue en Ciudad Kennedy, donde los esperaban 5.000 personas para la inauguración de una escuela. Un grupo de maestras les entregaron flores. Otro, de ciclistas, los recibieron con el letrero: “Bienvenidos, conquistadores interplanetarios y del espacio sideral”.
Armstrong se disculpaba con señas por no poder hablar español, pero volvió a sorprender con un: “Señoras y señores: les presento a mi querido compadre Richard Gordon, que es un poco tímido”. En inglés destacó que “la educación, el trabajo y la ciencia son los caminos del progreso”. Según la crónica de Carlos Murcia, remató en español con una copa de champaña en la mano: “Brindemos por Colombia, porque todos colaboremos en la conquista del espacio”. Sonó el Bunde tolimense y Armstrong dijo: “Me gustó mucho esa música, el bund, bund, perdonen que no les puedo decir bien. Les pediría que la repitieran, pero no tenemos tiempo, vamos a la carrera”.
Ellos almorzaron en el Country Club y ellas en el salón rojo del Hotel Tequendama por invitación del Club de Mujeres Norteamericanas. En la tarde las esposas de los astronautas se reunieron con un “distinguido grupo de damas bogotanas”. A la esposa de Armstrong le preguntaron si tenía miedo de quedar viuda y ella respondió que no. “Estamos orgullosos de la profesión de nuestros esposos y de su sueño de llegar a la Luna”. La hija del gerente del Tequendama, Dominique Stauffer, les entregó las llaves del hotel y enseguida las llevaron a conocer el Museo del Oro, donde Janet y Armstrong pudieron tocar “la esmeralda mas grande del mundo”. Ella también fue al Museo de Arte Colonial y se fotografió en la cocina de la Casa Museo de Simón Bolívar, donde una lució ruana que le regalaron.
Neil y Richard fueron al partido Santa Fe-América en el estadio El Campín. Gordon hizo el saque de honor porque Armstrong se declaró incapaz —“sólo sé jugar béisbol por los Orioles de Baltimore”— y dieron una vuelta olímpica en carro. Mientras la gente los aplaudía, por los altoparlantes se leía la cronología de sus misiones espaciales.
En el Tequendama dieron una rueda de prensa en la que les preguntaron por qué no había mujeres ni negros astronautas, si sufrían de mareos y los efectos de la radiación. Armstrong insistió: “realmente disfruto la sensación de la falta de gravedad y mareos sufro cuando la cápsula cae en el agua, porque esta no sirve como barco”. En el Club de la Fuerza Aérea les impusieron las “Alas de Colombia” y al final del día los entrevistaron en la Televisora Nacional. En la noche asistieron a una recepción en la residencia de la embajada, donde no hubo autorización para el ingreso de “las damas bogotanas”, sólo de dirigentes políticos como Misael Pastrana. Se fueron el lunes a mediodía, después de conocer en el Palacio de San Carlos al presidente Carlos Lleras Restrepo, su familia y sus ministros, y dejar una corona de laurel en la Plaza de Bolívar, frente a la estatua del Libertador. Carlos Murcia describió a Armstrong como “un amigo nuestro, sin papel de alto personaje”.
Luego de ser comandante de la histórica misión Apolo 11, Armstrong volvió a Bogotá la lluviosa tarde del martes 30 de septiembre de 1969, como pasajero del avión presidencial de los Estados Unidos, proveniente de México, dos meses después de haber estado en la Luna. La bienvenida fue apoteósica. Este diario tituló al día siguiente a seis columnas: “Confeti, banderas y aclamaciones a los héroes de la Luna”. Vino con sus compañeros Edwin Aldrin y Michael Collins.
Los recibieron el alcalde de Bogotá Emilio Urrea y su esposa Bertha Fajardo, quienes también les entregaron las llaves de la ciudad, junto con el embajador estadounidense, Jack Hood Vanghn. Las esposas de los astronautas recibieron cajas de orquídeas, flores con las que estaban decoradas sus habitaciones en el Tequendama.
Armstrong se declaró complacido de volver como lo había prometido. Colombia ya no era extraña para él, menos porque había conocido a dos expertos colombianos de los que recibió importantes consejos. Uno, el médico Jorge Huertas, jefe del Departamento de Neurología y Biología de la División Biológica Ambiental de la NASA y quien había hecho investigaciones sobre “la supervivencia del hombre en el espacio y bajo confinamiento”. Le sugirió cómo mantener la motivación y evitar la claustrofobia y la depresión. El otro colombiano conocido por Armstrong fue Mauricio Obregón, entonces presidente de la Federación Aeronáutica Internacional, invitado como observador al Centro Espacial de Houston, Texas, para un vuelo espacial de prueba en 1967 en el que, según la impresionante bitácora de Obregón, publicada por El Espectador bajo el título “Emergencia espacial”, Armstrong estuvo a punto de perder la vida. Tras siete horas de vuelo reportó: “Esta cápsula (Gemini-8) está brincando como un potro y no la podemos dominar”. Se salvó luego de que lo autorizaran a “usar los cohetes retro dentro de los límites del combustible que necesitaba para el meteórico descenso de regreso a la Tierra”. Armstrong le respondió al jefe de la misión: “O.K., Big brother”, y siguió un silencio eterno hasta que gritó: “¡Lo logramos!”. “Valiente es el que aguanta el miedo con gracia”, dijo Obregón, que estaba junto a la aterrada esposa del astronauta. Por eso, Armstrong lo buscó en Bogotá para rememorar y le dijo en chiste: “Eso no fue nada”.
El segundo desfile fue por la avenida El Dorado hasta el Palacio de San Carlos a bordo de jeeps Comando, importados por Leonidas Lara e Hijos y que desde ese momento se convirtieron en los más vendidos gracias a la publicidad “A la Luna en Apolo XI… a Bogotá en Jeep Comando, el vehículo ideal para Colombia”. Iban seguidos por dos camiones repletos de periodistas, fotógrafos y camarógrafos de los que se burlaba el gentío que les gritaba: “¿Ustedes son los astronautas de Soacha?”.
Los recibieron otra vez Lleras Restrepo y su esposa Cecilia de la Fuente. Los héroes llegaron sacudiéndose el confeti. Según la crónica social, escrita por Inés de Montaña, Armstrong se dirigió al presidente y le entregó una placa. Lleras les respondió en inglés elogiando la hazaña y les entregó fotografías suyas en marcos de plata, con el escudo de Colombia en la parte superior. María Inés, hija del presidente, les preguntó si sintieron miedo y le respondieron que no porque llevaban todo lo necesario para superar una emergencia. Estaba el hoy ministro Germán Vargas Lleras.
Juan Gossaín escribió la crónica del día: “Una hora a bordo de los lunautas”. Se centró en los gestos mímicos de los astronautas, sus ah!, oh!, ou!, mmm!; se detuvo en Armstrong para describir cómo torcía “sus delgados labios cuando habla, hacia el lado derecho, como si quisiera soplar las palabras por la comisura de ese lado”, sus “clarísimos ojos azules” y su español “francamente aceptable”.
Entonces la rueda de prensa fue en el centro Colombo Americano. Gossaín se burló de “las pendejadas” que preguntaron sus colegas: ¿Sí fueron realmente a Luna? ¿La ciencia convierte al hombre en robot? ¿No es un crimen gastar tantos millones en esas cosas? ¿Tenían pensado suicidarse? “La única mujer periodista preguntó si se había perdido el romanticismo que producía la Luna”. Algunas respuestas de Armstrong le parecieron “demasiado buenas”: “Yo creo que nuestra experiencia hace que el hombre sea ahora más apreciado que antes”. “El hombre debe conocer mejor su universo para entender mejor su destino”. “Espero que nuestra experiencia acerque más a los hombres de todo el mundo”. “Para el futuro próximo, la humanidad va a verse favorecida por los esfuerzos actuales”.
Salieron agotados directo al hotel y cancelaron la visita “al inconcluso Planetario Distrital”.
Al día siguiente se fueron a las 8:40 a.m. rumbo a Buenos Aires. En la escotilla del avión, Armstrong dijo en español: “Adiós, amigos colombianos. Jamás olvidaré este país y esta ciudad”.