De coronavirus y resurrecciones: Pensamientos desde casa, día 19
El el día de la resurrección propongo reflexionar a partir de inquietudes como: ¿Los días de aislamiento nos han servido para desintoxicarnos corporal y espiritualmente en beneficio propio y común?
Nelson Fredy Padilla *
Termina la Semana Santa y completamos en Colombia 19 días de cuarentena obligatoria. El llamado Domingo de Resurrección es buen momento para preguntarnos si nos ha servido este tiempo para reflexionar sobre nosotros y el sentido de nuestras vidas. La metáfora de la resurrección es para responder hoy y en las dos semanas de confinamiento que nos restan a estas expectativas: ¿Hemos meditado? ¿Hemos asumido esta prueba personal y familiar como una etapa de mejoramiento de las prácticas que traíamos hasta antes de la pandemia? ¿O de desintoxicación de conductas nocivas?
El ideal es que estemos en una etapa de transición hacia revalorar la vida como bien primario por encima de obsesiones como la riqueza y el poder. A consumir lo necesario, sin excesos y pensando en los demás. A valorar la convivencia familiar asumiendo errores y superando diferencias. A aprender a reflexionar desde la individualidad para ser una mejor persona en beneficio del bien común. A teletrabajar o estudiar con más responsabilidad desde casa que en la empresa o en el colegio. Es increíble, pero todavía hay personas y familias empeñadas en evadir la cuarentena y asumirla como vacaciones forzosas y festivas. (Recomendamos más columnas de esta serie: El coronavirus, los muertos y los vivos).
Acudo al escritor argentino Ernesto Sabato, quien antes de morir en 2011 nos había pedido desde su austero aislamiento en Santos Lugares, afueras de Buenos Aires: “El hombre debe luchar hoy por una nueva síntesis: no una mera resurrección de individualismo, sino la conciliación del individuo con la comunidad; no el destierro de la razón y de la máquina, sino su relegamiento a los estrictos territorios que le corresponden”. En su discurso de aceptación del Premio Ortega y Gasset 2002 reclamó desde su autoridad moral: “Debemos consagrarnos en un compromiso ético que responda al desgarro de miles de hombres y mujeres, cuyas vidas han sido reducidas al silencio a través de las armas, la violencia y la exclusión social”. Preguntó dónde está “la esperanza y el coraje de una humanidad que se resiste a desaparecer” y, en especial, dónde está el ejemplo de los adultos para levantar “utopías para los jóvenes que les ganen a la ansiedad de fama, de dinero”.
Ese es el mayor reto que tenemos si superamos la pandemia del nuevo coronavirus: ¿Seremos capaces de pensar más en los otros, de ser realmente solidarios con quienes lo necesitan? ¿Seremos capaces de ser parte de una resurrección del mundo que busque un punto de equilibrio entre producción y respeto por el planeta? Va más allá del ahora dicho popular de “reinventarnos”. En medio de la espiral de muerte del Covi19 en todo el mundo, retomo el poder de la palabra resurrección, en cuerpo y alma: superar una tragedia como la actual es una nueva oportunidad de vivir y realizarse en beneficio de la humanidad. Creo que las respuestas positivas surgirán desde la humildad cada persona y cada hogar, empezando por el nuestro, no esperando a que el vecino cambie primero o que nuestros gobernantes lo hagan. Otra opción es la soberbia de seguir en las mismas. Yo y mi familia por encima de todo. Tener, acaparar, incluso envidiar, robar. Esta será la reacción de aquellos que rechazan los discursos moralistas y apocalípticos y optan por gozarse el siglo XXI en medio del capitalismo salvaje, la deshumanización y la contaminación.
“Los predicadores del cielo proclamaban que era llegada la hora de la resurrección; los de la tierra anunciaban la hora de la insurrección”, dejo escrito el uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) en sus últimos pensamientos reunidos en El cazador de historias.
Mario Vargas Llosa en sus ensayos La verdad de las mentiras se preguntaba hace 30 años: “¿Será capaz, la civilización moderna, que ha vencido tantos desafíos, de superar éste? ¿Encontrará, también, la manera de enriquecer espiritual y moralmente a los hombres de manera que no sólo los grandes demonios de la necesidad material sean derrotados, sino, también, el egoísmo, la soledad, esa deshumanización ética que es una fuente continua de frustración e infelicidad en las sociedades de los más altos niveles de vida del planeta?”.
Las respuestas de la civilización industrial y de la sociedad de consumo dejan un balance negativo. “La advertencia pende como una espada sobre nuestras cabezas”, sentenció el Nobel de Literatura peruano. Tenemos 14 días más de recogimiento para invocar la lucidez. Y decidir de cuál lado reiniciaremos nuestras vidas.
@NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.
Termina la Semana Santa y completamos en Colombia 19 días de cuarentena obligatoria. El llamado Domingo de Resurrección es buen momento para preguntarnos si nos ha servido este tiempo para reflexionar sobre nosotros y el sentido de nuestras vidas. La metáfora de la resurrección es para responder hoy y en las dos semanas de confinamiento que nos restan a estas expectativas: ¿Hemos meditado? ¿Hemos asumido esta prueba personal y familiar como una etapa de mejoramiento de las prácticas que traíamos hasta antes de la pandemia? ¿O de desintoxicación de conductas nocivas?
El ideal es que estemos en una etapa de transición hacia revalorar la vida como bien primario por encima de obsesiones como la riqueza y el poder. A consumir lo necesario, sin excesos y pensando en los demás. A valorar la convivencia familiar asumiendo errores y superando diferencias. A aprender a reflexionar desde la individualidad para ser una mejor persona en beneficio del bien común. A teletrabajar o estudiar con más responsabilidad desde casa que en la empresa o en el colegio. Es increíble, pero todavía hay personas y familias empeñadas en evadir la cuarentena y asumirla como vacaciones forzosas y festivas. (Recomendamos más columnas de esta serie: El coronavirus, los muertos y los vivos).
Acudo al escritor argentino Ernesto Sabato, quien antes de morir en 2011 nos había pedido desde su austero aislamiento en Santos Lugares, afueras de Buenos Aires: “El hombre debe luchar hoy por una nueva síntesis: no una mera resurrección de individualismo, sino la conciliación del individuo con la comunidad; no el destierro de la razón y de la máquina, sino su relegamiento a los estrictos territorios que le corresponden”. En su discurso de aceptación del Premio Ortega y Gasset 2002 reclamó desde su autoridad moral: “Debemos consagrarnos en un compromiso ético que responda al desgarro de miles de hombres y mujeres, cuyas vidas han sido reducidas al silencio a través de las armas, la violencia y la exclusión social”. Preguntó dónde está “la esperanza y el coraje de una humanidad que se resiste a desaparecer” y, en especial, dónde está el ejemplo de los adultos para levantar “utopías para los jóvenes que les ganen a la ansiedad de fama, de dinero”.
Ese es el mayor reto que tenemos si superamos la pandemia del nuevo coronavirus: ¿Seremos capaces de pensar más en los otros, de ser realmente solidarios con quienes lo necesitan? ¿Seremos capaces de ser parte de una resurrección del mundo que busque un punto de equilibrio entre producción y respeto por el planeta? Va más allá del ahora dicho popular de “reinventarnos”. En medio de la espiral de muerte del Covi19 en todo el mundo, retomo el poder de la palabra resurrección, en cuerpo y alma: superar una tragedia como la actual es una nueva oportunidad de vivir y realizarse en beneficio de la humanidad. Creo que las respuestas positivas surgirán desde la humildad cada persona y cada hogar, empezando por el nuestro, no esperando a que el vecino cambie primero o que nuestros gobernantes lo hagan. Otra opción es la soberbia de seguir en las mismas. Yo y mi familia por encima de todo. Tener, acaparar, incluso envidiar, robar. Esta será la reacción de aquellos que rechazan los discursos moralistas y apocalípticos y optan por gozarse el siglo XXI en medio del capitalismo salvaje, la deshumanización y la contaminación.
“Los predicadores del cielo proclamaban que era llegada la hora de la resurrección; los de la tierra anunciaban la hora de la insurrección”, dejo escrito el uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) en sus últimos pensamientos reunidos en El cazador de historias.
Mario Vargas Llosa en sus ensayos La verdad de las mentiras se preguntaba hace 30 años: “¿Será capaz, la civilización moderna, que ha vencido tantos desafíos, de superar éste? ¿Encontrará, también, la manera de enriquecer espiritual y moralmente a los hombres de manera que no sólo los grandes demonios de la necesidad material sean derrotados, sino, también, el egoísmo, la soledad, esa deshumanización ética que es una fuente continua de frustración e infelicidad en las sociedades de los más altos niveles de vida del planeta?”.
Las respuestas de la civilización industrial y de la sociedad de consumo dejan un balance negativo. “La advertencia pende como una espada sobre nuestras cabezas”, sentenció el Nobel de Literatura peruano. Tenemos 14 días más de recogimiento para invocar la lucidez. Y decidir de cuál lado reiniciaremos nuestras vidas.
@NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.