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El español Javier Bardem, la italiana Giovanna Mezzogiorno, la colombiana Catalina Sandino Moreno, la brasileña Fernanda Montenegro, el peruanoestadounidense Benjamin Bratt, además de la aportación musical de Shakira, son algunas de las aportaciones latinas al proyecto, pero es sonora la ausencia del homenajeado, Gabriel García Márquez, factor que dejó a más de un espectador hambriento.
Los obstáculos de la adaptación tenían como principal protagonista al tiempo, cincuenta y un años de idilio son difíciles de comprimir, de dejar crecer con naturalidad y, sobre todo, de poner en la piel de un mismo reparto, actitud que sólo fue capaz de realizar Javier Bardem, que supo envejecer física y mentalmente como Florentino Ariza.
Pero además, la carga reflexiva de la novela requería de una mano maestra para condensar en imágenes los matices innumerables que se desglosan en las palabras del autor de “Cien años de soledad”, cuya magia queda reducida a un estupendo trabajo de ambientación.
Esa promiscuidad romántica del protagonista, así como la capacidad del escritor para retratar al hombre por sus rasgos más imprevisibles, quedan frivolizadas en su reducción a simples diálogos, que acaban convirtiendo los fragmentos narrados en voz en off en los únicos en los que se vislumbra el testigo del maestro.
Pero no sólo las comparaciones con la literatura, siempre odiosas, desmontan la calidad de este producto, dirigido por Mike Newell -responsable de títulos tan dispares como “Four Weddings and a Funeral” (1994) y “Harry Potter and the Globet of Fire” (2005) -, sino que el filme acusa dolencias endógenas que descartan también su atracción hacia los no iniciados en el escritor colombiano.
De hecho, el gran obstáculo con el que topa la película es una presentación insuficiente de los protagonistas, que impermeabiliza al espectador ante la comprensión de los tormentos y las ilusiones de esa pasión que, efectivamente, cumplirá la máxima de ser para toda la vida.
Y así, el conjunto mal trazado de la trama que conduce a un desenlace que debería ser sublime resta impacto y aporta sensiblería a lo que, originalmente, era una de las aproximaciones más puras y hermosas del sentimiento amoroso, el verdadero conservante de la lozanía del espíritu.