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El miedo se quedó en Córdoba

Este miércoles, consejo de seguridad por masacre de Puerto Libertador y crimen de periodista.

Ginna Morelo Martínez / Especial para El Espectador
24 de marzo de 2010 - 03:55 a. m.
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Los últimos consejos de seguridad realizados en Córdoba, analizando el orden público de Puerto Libertador, daban cuenta de que en el sur la situación estaba controlada, la guerrilla arrinconada y las bandas, al margen. Sin embargo, los once crímenes ocurridos el fin de semana en ese municipio echaron por tierra el parte de tranquilidad de las autoridades, alteraron a la población y regaron el miedo, como pólvora, en toda la región.

El domingo a las 10:30 de la noche se registró una balacera en la taberna Los Laureles, del corregimiento de San Juan, Puerto Libertador, dejando como saldo siete personas asesinadas, entre ellas tres menores de edad. El lunes a las 8:00 de la mañana acribillaron a tres habitantes más en el sitio conocido como El Terminal, jurisdicción de Juan José. La ola de la muerte se extendió hasta el corregimiento de El Brillante, donde mataron a una persona más en la mañana de ayer martes.

Las tres poblaciones no habrían podido sufrir más en los 58 años de existencia jurídica del departamento de Córdoba. El corregimiento de Juan José fue escenario de la violencia del Epl y territorio de paz en 1991, pero vuelve a caer en manos de guerrilla y bandas criminales; El Brillante fue tierra de muertos cuando las Autodefensas Unidas de Colombia se asentaron en la población a pelear a sangre y fuego el territorio con la subversión; y San Juan ha visto desfilar por sus calles el comercio maldito de la coca, que ha traído muerte y destrucción. Sumado a ello, hace once meses a medio pueblo lo borró una avalancha del río San Pedro.

El alcalde de Puerto Libertador, Mario Carrascal Náder, a pesar de vivir en una zona históricamente golpeada por la violencia, curiosamente se declaró sorprendido por la ola de muertos del fin de semana. Dice que no tiene miedo. Sin embargo, no se atreve a afirmar que sea vendetta entre bandas o entre guerrilla y bandas. “No me atrevo a decir cosas de las que no tengo certeza”, sostiene.

Los habitantes de San Juan le reclaman que no se haya acercado a la población una vez supo de la masacre. Él les responde desde la sede de la Alcaldía: “Puedo decir es que estamos brindando nuestra ayuda humanitaria y les estamos proporcionando a los familiares de las víctimas los ataúdes para que no sepulten a sus seres queridos en bolsas”. La que no tiene pelos en la lengua para hablar sobre lo que está pasando es la gobernadora de Córdoba, Marta Sáenz Correa, quien calificó lo sucedido como una “disputa entre delincuentes”.

De hecho, en San Juan, donde ocurrió la masacre de siete personas, algunos habitantes, entre dientes, manifestaron que a las 3:30 de la tarde del domingo bajaron tres milicianos de las Farc a reunirse con cuatro miembros de la banda Las Águilas. Se encontraron en la taberna y, al calor de los tragos, comenzaron a ‘repartirse’ el territorio y las labores. “El asunto era, por lo que sabemos, llegar a acuerdos para dejar de pelear. A nosotros hasta nos conviene eso, porque vivimos aturdidos viendo a unos bajar (guerrilla) y a otros subir (bandas criminales), con la sensación de que algo malo va a pasar en cualquier momento”, relató un habitante.

Todo indica que ese domingo 21 de marzo las bandas criminales les tendieron a los milicianos una emboscada, tomaron la delantera y vaciaron sus proveedores contra todos los que estaban en la taberna. Los muertos terminaron siendo los hermanos Francisco Javier, de 14 años de edad, y Marinés Pertuz Argumedo, de 16; Haminson José Herrera, de 17; Wílber Pantoja Sotelo, de 20; Enidelto Trespalacios Pacheco, de 23 años; Francisco Rodríguez Linares, de 24, y Antonio Soto Santana, de 26 años. Los tres menores de edad eran estudiantes de bachillerato del colegio de la población. Sus padres no entienden por qué los mataron.

A los habitantes de San Juan los tomó por sorpresa la balacera, porque en el pasado los muertos aparecían en los alrededores del pueblo, no en el casco urbano. Sin embargo, muchos estaban seguros de que tarde o temprano eso pasaría, porque milicianos del frente 58 de las Farc, al mando de alias El Manteco, pasan por la población, así como lo hacen los miembros de las bandas criminales que son la ley en gran parte de la zona. En San Juan hace muchos años que no hay estación de Policía y al Ejército lo ven de vez en cuando por los alrededores, asegura la población.

¿Qué está en juego? Un territorio amplio sembrado con coca y que cuenta con laboratorios para el procesamiento del alcaloide, que pese a las labores de las Fuerza de Tarea Conjunta del Nudo del Paramillo, creada especialmente como unidad transitoria para erradicar y controlar la situación, no ha podido disminuir al enemigo. El alcalde Carrascal Náder dice que sí se había logrado mucho, pues los índices de homicidios bajaron de 64 muertos en 2008 a 20 en el 2009. Sin embargo, la cifra en lo que va corrido de 2010 acaba con las buenas noticias: 16 asesinatos en tan solo tres meses del año, según información del Observatorio del Delito, de la Secretaría del Interior y de Participación Ciudadana del Departamento.

La gobernadora insiste en que “Córdoba sigue siendo epicentro del problema del narcotráfico y no podemos abstraernos de la presencia de las bandas criminales. Pero tampoco podemos desconocer el empeño del Presidente por devolvernos la tranquilidad”. Cuatro días antes de la masacre, el presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez, había dicho en Montería que en los días que le hacían falta de gobierno no descansaría hasta “acabar con los delincuentes que azotan el Paramillo. Esa es la orden que le he dado al Ejército y a la Fuerza Pública”.

En Puerto Libertador, algunos pobladores comentan sus palabras e intentan darles poder para tranquilizarse, pero están atemorizados. Este miércoles justamente hay un nuevo consejo de seguridad, con representación de las autoridades militares, de policía y gubernamentales. ¿Lo que salga de allí parará el baño de sangre? La incredulidad se percibe en las caras de los pobladores de Puerto Libertador, que hoy, como siempre, sienten que el miedo llegó para quedarse.

Por Ginna Morelo Martínez / Especial para El Espectador

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