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                                                                                                                                El padre de la narcoparaelenefarcbacrimpolítica

                                                                                                                                Los paramilitares viven, la guerrilla gana terreno, los empresarios aprovecharon el desplazamiento de campesinos para comprar sus tierras y la ilegalidad contaminó al Estado. El profesor Garay no traga entero.

                                                                                                                                El Espectador

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                                                                                                                                Académicamente hablando, lo concibieron en el Liceo de Cervantes, lo ensamblaron en los Andes y le dieron el acabado en MIT, instituto que le resultaba demasiado ortodoxo y donde comenzaron a florecerle “problemas ideológicos”. En los setenta le creció el pelo. Y las ideas marxistas. Garay, cerebro inagotable empacado al vacío en cuerpo de hippie supérstite, fue pionero en advertir sobre la crisis de la deuda en los ochenta. La Cepal le encargó un estudio (que inspiraría una serie de artículos pedidos para El Tiempo por Juan Manuel Santos, entonces subdirector del periódico) y sus planteamientos llamaron la atención de Roberto Junguito y, más tarde, de otros ministros que lo han escuchado desde entonces.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El país de las oportunidades desperdiciadas le deja tiempo para algo que lo ocupa por estos días: develar nexos de las mafias de todo el mundo. Con Eduardo Salcedo, su mano derecha en este campo, está a punto de publicar un libro sobre cómo los negocios ilícitos reconfiguraron las instituciones en Colombia, Guatemala y México. Es un “hijito” de La captura y reconfiguración cooptada del Estado en Colombia, que presenta, sin ocultar una sonrisa, como “el libro que inspiró a Claudia López”.

                                                                                                                                Remata el día con su médico, Oswaldo Rojas, un bioenergético que lo rejuvenece, de adentro para afuera, con una bioestimulación de los órganos conseguida gracias a células embrionarias de cordero combinadas con plasma enriquecido. Garay dice que colesterol y triglicéridos y todas esas cosas están bajo control. Que le funcionan mejor el hígado, los riñones, el páncreas y el cerebro. No del todo: Rojas termina la sesión y lo acompaña al parqueadero donde hace cinco horas dejó el carro tirado. Llevan los cables. Reviven la Cherokee y Garay se despide. ¡Cómo terminar esta historia sobre semejante lumbrera ahogándolo en el episodio trivial de un carro sin batería! Habrá que mentir piadosamente y echar mano de una frase suya de hace un par de horas: “La vida es un paso. Me preocupo por dar este paso. El que viene no es el importante; es este”.

                                                                                                                                Buen final. Aunque desvarar el carro, para qué negarlo, también es un buen final para un colombiano.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Académicamente hablando, lo concibieron en el Liceo de Cervantes, lo ensamblaron en los Andes y le dieron el acabado en MIT, instituto que le resultaba demasiado ortodoxo y donde comenzaron a florecerle “problemas ideológicos”. En los setenta le creció el pelo. Y las ideas marxistas. Garay, cerebro inagotable empacado al vacío en cuerpo de hippie supérstite, fue pionero en advertir sobre la crisis de la deuda en los ochenta. La Cepal le encargó un estudio (que inspiraría una serie de artículos pedidos para El Tiempo por Juan Manuel Santos, entonces subdirector del periódico) y sus planteamientos llamaron la atención de Roberto Junguito y, más tarde, de otros ministros que lo han escuchado desde entonces.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El país de las oportunidades desperdiciadas le deja tiempo para algo que lo ocupa por estos días: develar nexos de las mafias de todo el mundo. Con Eduardo Salcedo, su mano derecha en este campo, está a punto de publicar un libro sobre cómo los negocios ilícitos reconfiguraron las instituciones en Colombia, Guatemala y México. Es un “hijito” de La captura y reconfiguración cooptada del Estado en Colombia, que presenta, sin ocultar una sonrisa, como “el libro que inspiró a Claudia López”.

                                                                                                                                Remata el día con su médico, Oswaldo Rojas, un bioenergético que lo rejuvenece, de adentro para afuera, con una bioestimulación de los órganos conseguida gracias a células embrionarias de cordero combinadas con plasma enriquecido. Garay dice que colesterol y triglicéridos y todas esas cosas están bajo control. Que le funcionan mejor el hígado, los riñones, el páncreas y el cerebro. No del todo: Rojas termina la sesión y lo acompaña al parqueadero donde hace cinco horas dejó el carro tirado. Llevan los cables. Reviven la Cherokee y Garay se despide. ¡Cómo terminar esta historia sobre semejante lumbrera ahogándolo en el episodio trivial de un carro sin batería! Habrá que mentir piadosamente y echar mano de una frase suya de hace un par de horas: “La vida es un paso. Me preocupo por dar este paso. El que viene no es el importante; es este”.

                                                                                                                                Buen final. Aunque desvarar el carro, para qué negarlo, también es un buen final para un colombiano.

                                                                                                                                Por El Espectador

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