“El señor Presidente nunca tiene tiempo para nosotras”
La decisión de un juez de liberar a 17 militares juzgados por 16 ejecuciones extrajudiciales —de civiles—, justificadas como muertes en combate, prendió las alarmas de organismos de derechos humanos por la impunidad que podría estarse gestando.
El Espectador
Luz Edilia Palacio, una de las madres de Soacha que perdió a su hijo, critica al Estado y al Presidente, y dice que las amenazas no la detendrán.
Cecilia Orozco Tascón.- ¿Cómo recibió la noticia de que un juez ordenaba darles libertad (por vencimiento de términos) a 17 militares involucrados en las investigaciones por los asesinatos de los falsos positivos, entre ellos el de su hijo?
Luz Edilia Palacio.- Estoy indignada y muy sorprendida, y las demás mamás de Soacha también. Estamos tristes, pero no vencidas. Vamos a seguir luchando, y si los abogados que nos están ayudando dicen que se puede hacer, demandaremos a los defensores de los militares por tratar de impedir que avance el caso.
C.O.T.- ¿Por qué quieren demandas los defensores de los uniformados? ¿Creen que ellos han impedido que avancen los procesos?
L.E.P.- Eso lo entienden más los abogados que nosotras, pero sí nos podemos dar cuenta de que ellos ponen piedras en el camino a cada rato. Debe ser porque saben que están perdidos. Pero no importa: la verdad llega y reina, tarde o temprano.
C.O.T.- Los militares que están siendo juzgados parecen tener mucho apoyo institucional. ¿Ustedes cuentan con garantías similares a las de los investigados?
L.E.P.- No. Sentimos que se están burlando de nosotras y que el Ejército nos trata como si fuéramos peligrosas.
C.O.T.- ¿Por qué dice eso?
L.E.P.- Le doy un ejemplo. Cuando se hicieron las primeras audiencias, el Ejército puso barreras en la calle para que no pudiéramos entrar. Sólo dejaban pasar a una mamá y a las demás, nos paraban afuera. Los soldados que hacían la barrera estaban vestidos con camuflados, como si fueran a la guerra. Como nos quejamos, no volvieron a ponerse ese uniforme, pero ya estábamos notificadas. Para otra audiencia, fui con mi hijo mayor, Diómer Iván, quien venía de desenterrar y trasladar el cuerpo de su hermano Jáder Andrés, desde Ocaña. Él miró mal a la abogada de los militares ¿Cómo quería que la mirara? ¿Sabe lo que hizo ella? Les dijo a los agentes que Diómer Iván la estaba intimidando. Ahí mismo los policías rodearon a mi hijo y le pidieron la cédula. En un computador buscaron sus antecedentes. No encontraron nada porque él es una persona sana, pero le dieron tratamiento de sospechoso, él que es el hermano de un asesinado. En cambio, dejan libres a los que están siendo juzgados por los asesinatos. ¿Cree que eso es justo?
C.O.T.- Al principio ustedes se reunieron con algunos oficiales del Ejército. ¿Cómo fue el encuentro?
L.E.P.- Sólo tuvimos dos reuniones en la Vicepresidencia de la República con unos generales. Ellos nos regalaron un mercado. El general Padilla también ha estado con nosotras dos veces y ahora, en Navidad, nos llevó una anchetica que nos sirvió para la cena de Nochebuena. Nada más. Acción Social (de la Presidencia) nos ha prometido muchas cosas, pero nunca hemos visto nada ni nadie se ha sentado con nosotras.
C.O.T.- ¿Algún funcionario del Ministerio de Defensa o del Gobierno les ha dado explicaciones de lo que sucedió?
L.E.P.- No, por el contrario, en el Ejército dicen que nosotras dañamos la imagen de los militares. Hablan de “dañar la imagen” cuando a nosotras nos dañaron la vida y la honra. La vida, porque nos quitaron a nuestros hijos, y la honra, porque además de que los mataron, dejaron la sospecha de que los muchachos andaban en algo raro. Cuando nos reunimos con el general Padilla, él se comprometió a hacer una cita con el doctor Uribe, pero el Presidente no nos ha dado la cara.
C.O.T.- Parece que no confía en nadie. ¿Tampoco en el Presidente?
L.E.P.- No confío en el Presidente ni en el Ejército, porque no he visto la voluntad de castigar a nadie. Creo que esperan que todo se quede quieto, como si nada hubiera pasado. Pero eso no va a ocurrir. Al señor Presidente le hemos mandado no una razón sino mil, pero nunca tiene tiempo para reunirse con nosotras. Queremos que él se pare frente a las cámaras y diga que se equivocó cuando dijo que nuestros hijos eran guerrilleros. Pedimos que se retracte porque él afirmó que ellos “no se habían ido a recoger café”. Me ofendí mucho con esa frase, porque nuestra familia es pobre, pero siempre ha sido honrada.
C.O.T.- Si tuviera la oportunidad de hablar con el presidente Uribe, ¿qué le diría?
L.E.P.- Con el respeto que se merece, le preguntaría: ¿Qué sentiría usted y qué habría hecho si le hubiera pasado lo que me pasó a mí? Le diría que me extraña mucho que él, que dice que es un “frentero”, no le haya puesto el pecho a esta situación. Como él es el Presidente de la República, también aprovecharía para pedirle que si es justo, ayude a agilizar el proceso y se asegure de que los culpables reciban un castigo, porque ahora todos se lavan las manos. Y, por último, le diría que yo lo he apoyado porque di dos votos por él, pero que en las próximas elecciones no voy a votar por él ni por nadie, porque ya no creo en el Estado. Sólo tengo esperanza en Dios y en mi familia.
C.O.T.- ¿Es cierto que las han amenazado?
L.E.P.- Hay varias mamás y familiares nuestros que han sido amenazados, entre ellos mi hijo y yo. Nos botan panfletos por debajo de la puerta donde dicen que nos quedemos calladas, que somos unas viejas lloronas, que nos están respirando en la nuca y que nos acordemos que los sapos siempre mueren. Pero no me voy a mover del barrio hasta que se haga justicia. Confío en que Dios me ampare, y si me matan, es por la causa de mi hijo y de los demás muchachos muertos. Vale la pena dar la vida por ellos. Hay un refrán que dice: tras de ladrón, bufón. Mataron a nuestros hijos y ahora amenazan con matarnos a nosotras.
C.O.T.- ¿Usted dice que amenazaron también a su hijo mayor. ¿Cómo lo amedrentaron?
L.E.P.- Acababa de bajarse de la buseta, a siete cuadras de la casa. Lo interceptaron dos tipos en una moto, le tiraron al piso una maleta que llevaba y le preguntaron que si él era uno de los sapos que estaba haciendo bulla. Que si era así, mejor se estuviera callado si no quería aparecer como su hermano. Después se montaron en la moto y se fueron. Al otro día nos echaron el panfleto por debajo de la puerta.
C.O.T.- ¿Denunciaron ante las autoridades esas amenazas?
L.E.P.- Sí, pero como si nada, porque cuando fui a la Fiscalía a poner la denuncia, ese mismo día, nos dijeron que iba a ir la policía a vernos. Nos fuimos para la casa y de ahí no salimos casi en una semana, por temor y por esperar a la policía. Nunca llegaron. Fui otra vez a la Fiscalía a pedirles que me ayudaran a cambiarme de barrio. Tampoco hicieron nada.
C.O.T.- En buena medida, fue por su insistencia en saber lo que había pasado con su hijo que se descubrieron los falsos positivos. ¿Cómo averiguó usted que algo malo le había pasado a Jáder Andrés?
L.E.P.- Hace unos años me habían matado a un hijo, Carlos Alberto, en La Dorada, Caldas, donde vivíamos. Por eso me salí de allá y me vine a vivir a este municipio (Soacha), pero nunca me imaginé que volvería a pasar por el mismo dolor. La primera sospecha de que algo podía haberle pasado a Andrés la tuve cuando me llamó la señora Idalí Garcerá, vecina mía y la única de las madres de Soacha que yo conocía. Ella tiene un familiar que trabajaba en ese momento en Medicina Legal. Él vio un día un reporte de muertos en combate en Ocaña (Norte de Sant.). En la lista de los muertos estaba el nombre de un primo de él: Diego Alberto Tamayo Garcerá como si fuera uno de los guerrilleros dados de baja por el Ejército. Diego Alberto era hijo de doña Idalí.
C.O.T.- ¿Y qué tenía que ver él con su hijo?
L.E.P.- El hijo de doña Idalí y Andrés eran amigos y mi hijo no había llegado a la casa desde hacía ocho días. En el mismo reporte, en el que figuraba Diego Alberto, aparecían dos N.N. Cuando el sobrino le contó a doña Idalí eso, ella, muy angustiada, me llamó para preguntarme dónde estaba Andrés. Yo, sin saber nada, le contesté que creía que estaba en la casa de la novia, porque él se quedaba a veces allá. Entonces doña Idalí me contó lo de la lista y me dijo que como había dos N.N. al lado del nombre del hijo de ella, era mejor que fuera a Medicina Legal a averiguar. Me puse como loca y salí corriendo para la casa de la novia. Cuando llegué a preguntar por él, ella me contestó que no lo veía desde el domingo anterior y que pensaba que él estaba conmigo. Después supe que ya había rumores en las calles del barrio de que varios muchachos, que habían desaparecido en Soacha, habían sido asesinados en Ocaña y que uno de ellos era Andrés. Fui a Medicina Legal y allí estaba la foto de mi hijo como un N.N. Nadie sabe lo que he sufrido y llorado desde entonces… (llanto).
C.O.T.- ¿Cuántos años tenía su hijo?
L.E.P.- 22, y era mi sustento. Tuve cinco hijos y ahora me quedan tres. Pero de todos ellos él era el más cercano a mí y el único que vivía conmigo.
C.O.T.- ¿Quién le ayudó a encontrar el cuerpo de su hijo en Ocaña y dónde consiguió dinero para el traslado?
L.E.P.- Acudí a varias oficinas públicas y nadie me ayudó. Como insistí en que no iba a dejar a mi hijo allá, a pesar de que todos me aconsejaban dejar las cosas así, la novia de Andrés y otra amiga se pusieron a pedir plata de casa en casa. Al final se recogió un dinero y un señor del barrio que tiene una carroza aceptó ir hasta Ocaña a traerlo, junto con mi hijo mayor, Diómer Iván.
C.O.T.- El relato de su hijo Diómer Iván sobre la recuperación del cuerpo de Andrés en Ocaña es escalofriante. ¿En qué condiciones tuvo que hacerlo?
L.E.P.- Él y el señor de la carroza hicieron solos el viaje. Cuando llegaron a Ocaña no les ayudó la Fiscalía, la Policía ni el Ejército, y ni siquiera el sepulturero. Sólo les dijeron dónde estaba la fosa. A ellos les tocó conseguirse una pala y tuvieron que cavar toda una tarde y la mañana del día siguiente para poderlo encontrar. En la primera jornada sacaron de la fosa tres cadáveres que estaban muy descompuestos y todavía no encontraban el de Andrés. Como ya estaba oscureciendo y había carros dando vueltas alrededor de ellos, prefirieron enterrar los cuerpos que habían sacado, irse a buscar dónde pasar la noche y regresar al otro día. Así lo hicieron. Llegaron a la madrugada, sacaron otra vez los tres cadáveres y cavaron hasta que encontraron el que estaba más abajo: era el de mi hijo Andrés.
C.O.T.- ¡Qué experiencia tan terrible para un hermano! ¿No había otra persona fuera de su hijo mayor que pudiera hacer esa labor tan dolorosa?
L.E.P.- No, no había. Me tocó suplicarle al señor de la carroza que le ayudara, porque Diómer Iván no podía sacarlo solo. Él me llamaba llorando cada cinco minutos y me decía que estaba desesperado y que no se sentía capaz de seguir adelante. Cuando encontró el cadáver de su hermano se puso peor. Estaba tan hondo el cuerpo que les tocó sacarlo con lazos. Tuvieron que volver a enterrar los otros cadáveres en la fosa y se regresaron en seguida para Bogotá. Un tiempo después, mi hijo reconoció entre las fotos de algunos de los desaparecidos que estaban buscando otras familias a uno de los cadáveres que había visto allá. Era el de Jaime Castillo, quien vivía en Álamos Norte. La familia de él lo estaba buscando hacía varios meses (ver parte superior de la página).
C.O.T.- ¿Usted o alguna de las otras madres de Soacha recibieron después ayuda económica o apoyo psicológico de alguna entidad del Gobierno?
L.E.P.- Nunca. Como Andrés era el que me daba sustento, a mí me tocó entregar la casita en la que vivía con él. Un señor me dio posada por un tiempo y una señora que tiene un restaurante me permitió lavar los platos. Por el día de trabajo me pagaba $10 mil y con eso comíamos con mi hijo Diómer Iván, quien se había venido de Boyacá donde él vivía para acompañarme. Nos metimos en una piecita pequeña y a veces los vecinos nos regalaban arroz. Mi hijo empezó a buscar trabajo, pero no fue fácil. Hace poco consiguió uno con un salario pequeño, pero al menos podemos pagar los $150 mil que nos cobran por la pieza y el uso de la cocina.
C.O.T.- ¿Qué hará cuando el proceso termine? ¿Cambiará de barrio y de amigos para empezar de nuevo?
L.E.P.- Olvidar un hijo es muy difícil. Nunca voy a borrar de mi mente a Andrés. Por eso me mudaré hasta ver el final de este proceso. Una vez que estén los culpables en la cárcel, le pido a Dios que me dé la oportunidad de irme de Soacha para borrar un poco este dolor, así como me fui de La Dorada cuando mataron a mi otro hijo. Pero no se me ocurre salir de aquí hasta cuando se haga justicia. No me da miedo que me amenacen. Y si me matan, todo el mundo sabrá de dónde vienen las balas.
¿Estrategia de solidaridad o de impunidad?
Los 17 militares que quedaron libres son los primeros en lograr ese triunfo, gracias a una hábil estrategia de un colectivo de juristas que se dedican a la defensa de los militares y cuyos servicios son prepagados con parte de los salarios de los uniformados y con aportes de asociaciones militaristas. Otros 25 militares envueltos en procesos por asesinatos de civiles podrían lograr su libertad en los próximos días. El Gobierno se ha mostrado más solidario con los encartados que con las familias de las víctimas. En marzo de 2009, el Presidente aseguró que muchos falsos positivos eran “falsas acusaciones” y que por eso no debían “dejarse acomplejar”. El Mandatario aceptó el soporte jurídico de sólo 22 casos, mientras que en la Fiscalía ya estaban abiertas investigaciones por más de mil homicidios. Un documento de Naciones Unidas indica lo contrario de lo afirmado por el Jefe de Estado: calificó los falsos positivos como un “tipo de acciones que no pueden considerarse como aisladas, sino como una práctica muy extendida cometida por un importante número de unidades militares”. Entre tanto, las madres de Soacha —en evidente desventaja social y cultural— están a merced de abogados cuyos intereses son más de orden económico.
Historias de ejecuciones extrajudiciales
Jaime fue retenido en una estación de Policía por el presunto robo de un celular. De la estación se comunicaron con su casa para informar que él estaba allí. Cuando llegaron por él, ya no lo encontraron. En el sitio dijeron que lo habían dejado en libertad. El muchacho alcanzó a ver a otra pariente dos días después y a pedirle que le llevara almuerzo a un parque donde iba a estar, por ser domingo. Nunca volvió a aparecer. Meses después, su cadáver fue encontrado en Ocaña. Al parecer, un agente de policía le había advertido que se “perdiera” del barrio porque lo iban a matar, pero no tomó en serio la advertencia. Doña Blanca, una de las madres de Soacha, llevaba varios meses buscando pistas sobre su hijo Julián, hasta cuando escuchó la historia del hijo de Luz Edilia Palacio. Encontró el cuerpo de Julián en Norte de Santander. La señora María, también residente en Soacha, sabía que su hijo Jaime Steven se había ido a trabajar a Ocaña, porque antes de irse él le contó que le iban a pagar muy bien. Fue uno de los primeros en desaparecer. La hermana de Steven recibió una llamada muy corta de él. Con voz queda, le dijo que no se preocupara. No volvió a llamar. Doña María empezó a sospechar cuando oyó sobre las demás muertes. El cadáver de Steven era uno de los falsos positivos.
Luz Edilia Palacio, una de las madres de Soacha que perdió a su hijo, critica al Estado y al Presidente, y dice que las amenazas no la detendrán.
Cecilia Orozco Tascón.- ¿Cómo recibió la noticia de que un juez ordenaba darles libertad (por vencimiento de términos) a 17 militares involucrados en las investigaciones por los asesinatos de los falsos positivos, entre ellos el de su hijo?
Luz Edilia Palacio.- Estoy indignada y muy sorprendida, y las demás mamás de Soacha también. Estamos tristes, pero no vencidas. Vamos a seguir luchando, y si los abogados que nos están ayudando dicen que se puede hacer, demandaremos a los defensores de los militares por tratar de impedir que avance el caso.
C.O.T.- ¿Por qué quieren demandas los defensores de los uniformados? ¿Creen que ellos han impedido que avancen los procesos?
L.E.P.- Eso lo entienden más los abogados que nosotras, pero sí nos podemos dar cuenta de que ellos ponen piedras en el camino a cada rato. Debe ser porque saben que están perdidos. Pero no importa: la verdad llega y reina, tarde o temprano.
C.O.T.- Los militares que están siendo juzgados parecen tener mucho apoyo institucional. ¿Ustedes cuentan con garantías similares a las de los investigados?
L.E.P.- No. Sentimos que se están burlando de nosotras y que el Ejército nos trata como si fuéramos peligrosas.
C.O.T.- ¿Por qué dice eso?
L.E.P.- Le doy un ejemplo. Cuando se hicieron las primeras audiencias, el Ejército puso barreras en la calle para que no pudiéramos entrar. Sólo dejaban pasar a una mamá y a las demás, nos paraban afuera. Los soldados que hacían la barrera estaban vestidos con camuflados, como si fueran a la guerra. Como nos quejamos, no volvieron a ponerse ese uniforme, pero ya estábamos notificadas. Para otra audiencia, fui con mi hijo mayor, Diómer Iván, quien venía de desenterrar y trasladar el cuerpo de su hermano Jáder Andrés, desde Ocaña. Él miró mal a la abogada de los militares ¿Cómo quería que la mirara? ¿Sabe lo que hizo ella? Les dijo a los agentes que Diómer Iván la estaba intimidando. Ahí mismo los policías rodearon a mi hijo y le pidieron la cédula. En un computador buscaron sus antecedentes. No encontraron nada porque él es una persona sana, pero le dieron tratamiento de sospechoso, él que es el hermano de un asesinado. En cambio, dejan libres a los que están siendo juzgados por los asesinatos. ¿Cree que eso es justo?
C.O.T.- Al principio ustedes se reunieron con algunos oficiales del Ejército. ¿Cómo fue el encuentro?
L.E.P.- Sólo tuvimos dos reuniones en la Vicepresidencia de la República con unos generales. Ellos nos regalaron un mercado. El general Padilla también ha estado con nosotras dos veces y ahora, en Navidad, nos llevó una anchetica que nos sirvió para la cena de Nochebuena. Nada más. Acción Social (de la Presidencia) nos ha prometido muchas cosas, pero nunca hemos visto nada ni nadie se ha sentado con nosotras.
C.O.T.- ¿Algún funcionario del Ministerio de Defensa o del Gobierno les ha dado explicaciones de lo que sucedió?
L.E.P.- No, por el contrario, en el Ejército dicen que nosotras dañamos la imagen de los militares. Hablan de “dañar la imagen” cuando a nosotras nos dañaron la vida y la honra. La vida, porque nos quitaron a nuestros hijos, y la honra, porque además de que los mataron, dejaron la sospecha de que los muchachos andaban en algo raro. Cuando nos reunimos con el general Padilla, él se comprometió a hacer una cita con el doctor Uribe, pero el Presidente no nos ha dado la cara.
C.O.T.- Parece que no confía en nadie. ¿Tampoco en el Presidente?
L.E.P.- No confío en el Presidente ni en el Ejército, porque no he visto la voluntad de castigar a nadie. Creo que esperan que todo se quede quieto, como si nada hubiera pasado. Pero eso no va a ocurrir. Al señor Presidente le hemos mandado no una razón sino mil, pero nunca tiene tiempo para reunirse con nosotras. Queremos que él se pare frente a las cámaras y diga que se equivocó cuando dijo que nuestros hijos eran guerrilleros. Pedimos que se retracte porque él afirmó que ellos “no se habían ido a recoger café”. Me ofendí mucho con esa frase, porque nuestra familia es pobre, pero siempre ha sido honrada.
C.O.T.- Si tuviera la oportunidad de hablar con el presidente Uribe, ¿qué le diría?
L.E.P.- Con el respeto que se merece, le preguntaría: ¿Qué sentiría usted y qué habría hecho si le hubiera pasado lo que me pasó a mí? Le diría que me extraña mucho que él, que dice que es un “frentero”, no le haya puesto el pecho a esta situación. Como él es el Presidente de la República, también aprovecharía para pedirle que si es justo, ayude a agilizar el proceso y se asegure de que los culpables reciban un castigo, porque ahora todos se lavan las manos. Y, por último, le diría que yo lo he apoyado porque di dos votos por él, pero que en las próximas elecciones no voy a votar por él ni por nadie, porque ya no creo en el Estado. Sólo tengo esperanza en Dios y en mi familia.
C.O.T.- ¿Es cierto que las han amenazado?
L.E.P.- Hay varias mamás y familiares nuestros que han sido amenazados, entre ellos mi hijo y yo. Nos botan panfletos por debajo de la puerta donde dicen que nos quedemos calladas, que somos unas viejas lloronas, que nos están respirando en la nuca y que nos acordemos que los sapos siempre mueren. Pero no me voy a mover del barrio hasta que se haga justicia. Confío en que Dios me ampare, y si me matan, es por la causa de mi hijo y de los demás muchachos muertos. Vale la pena dar la vida por ellos. Hay un refrán que dice: tras de ladrón, bufón. Mataron a nuestros hijos y ahora amenazan con matarnos a nosotras.
C.O.T.- ¿Usted dice que amenazaron también a su hijo mayor. ¿Cómo lo amedrentaron?
L.E.P.- Acababa de bajarse de la buseta, a siete cuadras de la casa. Lo interceptaron dos tipos en una moto, le tiraron al piso una maleta que llevaba y le preguntaron que si él era uno de los sapos que estaba haciendo bulla. Que si era así, mejor se estuviera callado si no quería aparecer como su hermano. Después se montaron en la moto y se fueron. Al otro día nos echaron el panfleto por debajo de la puerta.
C.O.T.- ¿Denunciaron ante las autoridades esas amenazas?
L.E.P.- Sí, pero como si nada, porque cuando fui a la Fiscalía a poner la denuncia, ese mismo día, nos dijeron que iba a ir la policía a vernos. Nos fuimos para la casa y de ahí no salimos casi en una semana, por temor y por esperar a la policía. Nunca llegaron. Fui otra vez a la Fiscalía a pedirles que me ayudaran a cambiarme de barrio. Tampoco hicieron nada.
C.O.T.- En buena medida, fue por su insistencia en saber lo que había pasado con su hijo que se descubrieron los falsos positivos. ¿Cómo averiguó usted que algo malo le había pasado a Jáder Andrés?
L.E.P.- Hace unos años me habían matado a un hijo, Carlos Alberto, en La Dorada, Caldas, donde vivíamos. Por eso me salí de allá y me vine a vivir a este municipio (Soacha), pero nunca me imaginé que volvería a pasar por el mismo dolor. La primera sospecha de que algo podía haberle pasado a Andrés la tuve cuando me llamó la señora Idalí Garcerá, vecina mía y la única de las madres de Soacha que yo conocía. Ella tiene un familiar que trabajaba en ese momento en Medicina Legal. Él vio un día un reporte de muertos en combate en Ocaña (Norte de Sant.). En la lista de los muertos estaba el nombre de un primo de él: Diego Alberto Tamayo Garcerá como si fuera uno de los guerrilleros dados de baja por el Ejército. Diego Alberto era hijo de doña Idalí.
C.O.T.- ¿Y qué tenía que ver él con su hijo?
L.E.P.- El hijo de doña Idalí y Andrés eran amigos y mi hijo no había llegado a la casa desde hacía ocho días. En el mismo reporte, en el que figuraba Diego Alberto, aparecían dos N.N. Cuando el sobrino le contó a doña Idalí eso, ella, muy angustiada, me llamó para preguntarme dónde estaba Andrés. Yo, sin saber nada, le contesté que creía que estaba en la casa de la novia, porque él se quedaba a veces allá. Entonces doña Idalí me contó lo de la lista y me dijo que como había dos N.N. al lado del nombre del hijo de ella, era mejor que fuera a Medicina Legal a averiguar. Me puse como loca y salí corriendo para la casa de la novia. Cuando llegué a preguntar por él, ella me contestó que no lo veía desde el domingo anterior y que pensaba que él estaba conmigo. Después supe que ya había rumores en las calles del barrio de que varios muchachos, que habían desaparecido en Soacha, habían sido asesinados en Ocaña y que uno de ellos era Andrés. Fui a Medicina Legal y allí estaba la foto de mi hijo como un N.N. Nadie sabe lo que he sufrido y llorado desde entonces… (llanto).
C.O.T.- ¿Cuántos años tenía su hijo?
L.E.P.- 22, y era mi sustento. Tuve cinco hijos y ahora me quedan tres. Pero de todos ellos él era el más cercano a mí y el único que vivía conmigo.
C.O.T.- ¿Quién le ayudó a encontrar el cuerpo de su hijo en Ocaña y dónde consiguió dinero para el traslado?
L.E.P.- Acudí a varias oficinas públicas y nadie me ayudó. Como insistí en que no iba a dejar a mi hijo allá, a pesar de que todos me aconsejaban dejar las cosas así, la novia de Andrés y otra amiga se pusieron a pedir plata de casa en casa. Al final se recogió un dinero y un señor del barrio que tiene una carroza aceptó ir hasta Ocaña a traerlo, junto con mi hijo mayor, Diómer Iván.
C.O.T.- El relato de su hijo Diómer Iván sobre la recuperación del cuerpo de Andrés en Ocaña es escalofriante. ¿En qué condiciones tuvo que hacerlo?
L.E.P.- Él y el señor de la carroza hicieron solos el viaje. Cuando llegaron a Ocaña no les ayudó la Fiscalía, la Policía ni el Ejército, y ni siquiera el sepulturero. Sólo les dijeron dónde estaba la fosa. A ellos les tocó conseguirse una pala y tuvieron que cavar toda una tarde y la mañana del día siguiente para poderlo encontrar. En la primera jornada sacaron de la fosa tres cadáveres que estaban muy descompuestos y todavía no encontraban el de Andrés. Como ya estaba oscureciendo y había carros dando vueltas alrededor de ellos, prefirieron enterrar los cuerpos que habían sacado, irse a buscar dónde pasar la noche y regresar al otro día. Así lo hicieron. Llegaron a la madrugada, sacaron otra vez los tres cadáveres y cavaron hasta que encontraron el que estaba más abajo: era el de mi hijo Andrés.
C.O.T.- ¡Qué experiencia tan terrible para un hermano! ¿No había otra persona fuera de su hijo mayor que pudiera hacer esa labor tan dolorosa?
L.E.P.- No, no había. Me tocó suplicarle al señor de la carroza que le ayudara, porque Diómer Iván no podía sacarlo solo. Él me llamaba llorando cada cinco minutos y me decía que estaba desesperado y que no se sentía capaz de seguir adelante. Cuando encontró el cadáver de su hermano se puso peor. Estaba tan hondo el cuerpo que les tocó sacarlo con lazos. Tuvieron que volver a enterrar los otros cadáveres en la fosa y se regresaron en seguida para Bogotá. Un tiempo después, mi hijo reconoció entre las fotos de algunos de los desaparecidos que estaban buscando otras familias a uno de los cadáveres que había visto allá. Era el de Jaime Castillo, quien vivía en Álamos Norte. La familia de él lo estaba buscando hacía varios meses (ver parte superior de la página).
C.O.T.- ¿Usted o alguna de las otras madres de Soacha recibieron después ayuda económica o apoyo psicológico de alguna entidad del Gobierno?
L.E.P.- Nunca. Como Andrés era el que me daba sustento, a mí me tocó entregar la casita en la que vivía con él. Un señor me dio posada por un tiempo y una señora que tiene un restaurante me permitió lavar los platos. Por el día de trabajo me pagaba $10 mil y con eso comíamos con mi hijo Diómer Iván, quien se había venido de Boyacá donde él vivía para acompañarme. Nos metimos en una piecita pequeña y a veces los vecinos nos regalaban arroz. Mi hijo empezó a buscar trabajo, pero no fue fácil. Hace poco consiguió uno con un salario pequeño, pero al menos podemos pagar los $150 mil que nos cobran por la pieza y el uso de la cocina.
C.O.T.- ¿Qué hará cuando el proceso termine? ¿Cambiará de barrio y de amigos para empezar de nuevo?
L.E.P.- Olvidar un hijo es muy difícil. Nunca voy a borrar de mi mente a Andrés. Por eso me mudaré hasta ver el final de este proceso. Una vez que estén los culpables en la cárcel, le pido a Dios que me dé la oportunidad de irme de Soacha para borrar un poco este dolor, así como me fui de La Dorada cuando mataron a mi otro hijo. Pero no se me ocurre salir de aquí hasta cuando se haga justicia. No me da miedo que me amenacen. Y si me matan, todo el mundo sabrá de dónde vienen las balas.
¿Estrategia de solidaridad o de impunidad?
Los 17 militares que quedaron libres son los primeros en lograr ese triunfo, gracias a una hábil estrategia de un colectivo de juristas que se dedican a la defensa de los militares y cuyos servicios son prepagados con parte de los salarios de los uniformados y con aportes de asociaciones militaristas. Otros 25 militares envueltos en procesos por asesinatos de civiles podrían lograr su libertad en los próximos días. El Gobierno se ha mostrado más solidario con los encartados que con las familias de las víctimas. En marzo de 2009, el Presidente aseguró que muchos falsos positivos eran “falsas acusaciones” y que por eso no debían “dejarse acomplejar”. El Mandatario aceptó el soporte jurídico de sólo 22 casos, mientras que en la Fiscalía ya estaban abiertas investigaciones por más de mil homicidios. Un documento de Naciones Unidas indica lo contrario de lo afirmado por el Jefe de Estado: calificó los falsos positivos como un “tipo de acciones que no pueden considerarse como aisladas, sino como una práctica muy extendida cometida por un importante número de unidades militares”. Entre tanto, las madres de Soacha —en evidente desventaja social y cultural— están a merced de abogados cuyos intereses son más de orden económico.
Historias de ejecuciones extrajudiciales
Jaime fue retenido en una estación de Policía por el presunto robo de un celular. De la estación se comunicaron con su casa para informar que él estaba allí. Cuando llegaron por él, ya no lo encontraron. En el sitio dijeron que lo habían dejado en libertad. El muchacho alcanzó a ver a otra pariente dos días después y a pedirle que le llevara almuerzo a un parque donde iba a estar, por ser domingo. Nunca volvió a aparecer. Meses después, su cadáver fue encontrado en Ocaña. Al parecer, un agente de policía le había advertido que se “perdiera” del barrio porque lo iban a matar, pero no tomó en serio la advertencia. Doña Blanca, una de las madres de Soacha, llevaba varios meses buscando pistas sobre su hijo Julián, hasta cuando escuchó la historia del hijo de Luz Edilia Palacio. Encontró el cuerpo de Julián en Norte de Santander. La señora María, también residente en Soacha, sabía que su hijo Jaime Steven se había ido a trabajar a Ocaña, porque antes de irse él le contó que le iban a pagar muy bien. Fue uno de los primeros en desaparecer. La hermana de Steven recibió una llamada muy corta de él. Con voz queda, le dijo que no se preocupara. No volvió a llamar. Doña María empezó a sospechar cuando oyó sobre las demás muertes. El cadáver de Steven era uno de los falsos positivos.